Corría el año 1840 cuando Isaac Coffin, parlamentario británico, pronunciaba su apocalíptico discurso amonestando sobre el “crecimiento infinito del ferrocarril”. Declaraba ante sus colegas que “el precio del hierro se duplicará, como mínimo, antes de acabarse completamente las reservas del mineral, algo que es muy probable”. (Cita obtenida del libro “The Life of George Stephenson, Railway Engineer” von Samuel Smiles, Cambridge University Press, 1857).

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La magnitud, no ya de red ferroviaria mundial, sino de todo lo que hemos construido con hierro desde 1840 hasta la fecha, es tal, que la declaración de Coffin nos puede resultar ridícula. De hecho, lo es. Efectivamente, los humanos (gracias a la economía) somos capaces de manejar la escasez mediante los precios, lo cual no es motivo de preocupación, sino de admirada reflexión. Además, nos las hemos ingeniado de alguna manera para que el mineral de hierro no se acabe en nuestra corteza terrestre, a pesar del uso intensivo que hacemos de ese recurso natural.

Sí, el mineral de hierro es, visto desde la perspectiva de la física, un recurso natural finito en nuestro planeta, no lo duden. Sin embargo, manejado desde las leyes de la economía se convierte en un recurso escaso. Y si añadimos el ingrediente tecnológico, un recurso sustituible.

Se predica que el uso “incontrolado” de los recursos planetarios arruinarán el aire y convertirán nuestro mundo en un desierto inhabitable

En los años setenta del siglo pasado se daba por sentado que el mundo no podría soportar la “superpoblación”, pues no habría posibilidad de alimentarnos a todos. Aquella falacia se pregonaba con la misma contundencia y convicción con que hoy se predica que el uso (¡consumo, ojo, es el consumo!) “incontrolado” de los recursos planetarios arruinarán el aire y convertirán nuestro mundo en un desierto inhabitable (para muestra basten los botones dejados por nuestros amables comentaristas a mi artículo de la semana pasada).

Afortunadamente, los países emergentes de Asia, por ejemplo, hace ya tiempo que poseen la autoconfianza suficiente para no dejarse enloquecer. En lugar de caer en el hambre y la depresión, los países asiáticos afectados por la pobreza decidieron tomar su destino en sus propias manos y protagonizar una historia de éxito sin precedentes. La India cuenta ahora con más de mil millones de habitantes y puede alimentarlos suficientemente, China también. ¿Y eso cómo se consigue? Sencillo: el crecimiento de la productividad agrícola ha sido mucho más rápido que el de la población.

En este contexto, el hambre de educación de las personas en Asia (y en otros lugares) juega un papel fundamental. “El 80 por ciento de las personas en el mundo pueden leer y escribir”, nos cuenta el recientemente fallecido médico y profesor de salud internacional en Estocolmo, Hans Rosling. Sin embargo, y si hacemos caso de las encuestas, en Europa la gente piensa que el 60 por ciento de las personas son analfabetas. En otras palabras: Cuatro Mil Millones de personas poseen un nivel de formación mucho más alto de lo que imaginan las “gentes buenas” en Europa. Cito a Rosling: ”Muchos europeos simplemente tienen una idea equivocada de lo que está pasando en el resto del mundo, son simplemente ignorantes».

Las personas salen de la pobreza a poco que tengan la oportunidad de adquirir conocimientos y de hacer negocios. Los misántropos intentan dar la vuelta a esta verdad cuando explican que el progreso y “los negocios” son parte del problema. La nueva misantropía es tecnófoba. Hans Rosling, compara la actitud bienintencionada de nuestras élites con el aventurero de la serie de cómic “Tintín”. “El aventurero Tim es para mí el símbolo de un hombre bueno que vive en la parte rica, culta del mundo, desde donde parte regularmente en viajes a países subdesarrollados y extraños con el fin de resolver los problemas que allí los “indígenas” no pueden solucionar”, dice Rosling. Quien realmente quiera defender la justicia social y que los pobres tengan la oportunidad de escapar de su miseria, deberá abandonar inmediatamente su actitud “Tim” y su equipaje ideológico malthusiano. A no ser que “justicia social” sea sinónimo de “pobreza ancestral”.

Es necesaria una buena porción de hybris desatado y desmemoria selectiva para no darse cuenta de que no hemos llegado donde estamos simplemente “esquilmando el planeta”

Pero no cambiemos el tema. Les decía que sí, que la materia en el planeta es finita. Sin embargo, es necesaria una buena porción de hybris desatado y desmemoria selectiva para no darse cuenta de que no hemos llegado donde estamos simplemente “esquilmando el planeta”. El postulado de la imposibilidad absoluta de consumo continuo se basa evidentemente en una sólida percepción de la realidad física: por supuesto, el volumen de la tierra es finito. Y un espacio físicamente limitado no permite un consumo ilimitado. ¿O tal vez sí? Después de todo, todos los recursos que la humanidad ha utilizado en su historia todavía están disponibles en cantidades más que relevantes. Esto se debe principalmente al gran volumen de lo que ofrece nuestro planeta… y lo pequeños que somos en realidad.

Por supuesto, solo aquellos materiales cuyas características como la concentración, la cantidad o la accesibilidad permiten la explotación con tecnología conocida hoy, pueden considerarse como recursos. Y de estos, solo aquellos cuya explotación sería económicamente posible pueden considerarse reservas. ¿Entonces, porqué han fallado siempre todas las previsiones de reservas conocidas en los últimos 100 años?

La máquina de vapor no solo impulsó las locomotoras, sino también a máquinas que podrían producir máquinas incluso mejores… para la producción de máquinas de vapor cada vez más sofisticadas y eficientes. Y ello hasta que, finalmente, los componentes mecánicos alcanzaron la calidad necesaria que permitió la construcción de motores diésel y eléctricos. Lo que a su vez no solo ayudó a construir motores diésel y eléctricos aún mejores, sino también motores de turbina y, al final de muchos más pasos, las computadoras. Éstas no solo se usan en la identificación y caracterización de nuevos depósitos de recursos naturales, sino que también facilitan la aparición de sistemas con los cuales estos depósitos pueden ser explotados de manera más eficiente y económica.

Precisamente en la tozuda ignorancia de esta retroalimentación en los procesos de innovación radica el error central en la tesis de los «límites del crecimiento«. Un error que afecta no solo al petróleo y otros combustibles fósiles, sino a todas las materias primas. En 1970, según el libro “The limits to growth” del Club de Roma, apenas quedaban disponibles unos 300 millones de toneladas de cobre. Desde entonces, la humanidad ha extraído más de 450 millones de toneladas y los recursos conocidos hoy se cifran en alrededor de mil millones de toneladas. Si pensamos que es bastante probable que desarrollemos nuevos métodos de extracción que nos permitan acceder a aquél cobre que hoy es económicamente no explotable, los depósitos reales de cobre en la corteza terrestre ascienden a 10 15 toneladas, lo que sería suficiente para el mantener el consumo actual durante varios cientos de millones de años. No, la electromovilidad no fracasará debido a la falta de cobre.

El Club de Roma había profetizado el fin del cobre para 2006. Las reservas de oro deberían estar agotadas desde 1981, el mercurio desde 1983, la plata desde 1986, el estaño desde 1987

En realidad, el Club de Roma había profetizado el fin del cobre para 2006. Las reservas de oro deberían estar agotadas desde 1981, el mercurio desde 1983, la plata desde 1986, el estaño desde 1987, el zinc desde 1993, el plomo desde 1996, el tungsteno desde 2010, solo por mencionar algunos ejemplos. No olviden que ya no tenemos petróleo desde 2001 y tampoco gas natural desde 2008. En pocas palabras, desde 1970 la humanidad ha usado más de lo que tenía disponible en aquél momento según la creencia generalizada. Y en cada uno de estos casos, los recursos técnicamente accesibles han seguido aumentando.

Debemos ser muy conscientes de que la multiplicación de los recursos naturales por medio de la innovación y la inteligencia humanas es un hecho. Una pena que muchos de nosotros no profundicemos más en el concepto de tecnología como algo inherente a la condición humana, igual que lo son el lenguaje o las culturas.

Ser humano significa, entonces, la comprensión de la tecnología como parte del yo, como una constante natural que permite al hombre trascender sus limitaciones en la realidad. La tecnología no sería sólo una respuesta a los problemas reales o imaginarios, o una herramienta para hacer realidad los deseos, sería parte constitutiva de nuestra esencia como individuos de una especie, más allá de un algo culturalmente aprendido. La tecnología sería una especie de instinto del ser humano.

La consciencia y la cultura pueden facilitar este instinto o impedirlo, tal como sucede por ejemplo con la sexualidad, o las necesidades dietéticas. Los instintos e impulsos se modifican y canalizan culturalmente. Pero tras toda estrategia para resolver problemas los humanos recurrimos a la tecnología. Es nuestro instinto el que nos lleva a desarrollar técnicas una vez que se detecta un problema. Ciertamente las corrientes culturales pueden (lo hacen) modular el uso de los instintos, pero sólo durante un cierto tiempo: los mecanismos de la evolución y la adaptación también afectan a las formas culturales (y las sociedades), y al final será la cultura que mejor sepa hacer uso de sus instintos la que terminará predominando.

Ser humano significa la comprensión de la tecnología como parte del yo, como una constante natural que permite al hombre trascender sus limitaciones en la realidad

Si realmente creemos que los recursos de la tierra se acaban, multiplicamos aquellos necesarios para nuestro desarrollo, para nuestra adaptación a la realidad. Esta es la tarea que siempre hemos resuelto mediante la tecnología. El deseo de multiplicación de lo que es, sobre todo de lo que parece escaso, es también una constante antropológica. Tal vez por eso las corrientes culturales que limitan o detienen el crecimiento (la multiplicación de lo que es), están condenadas al fracaso.

Mientras no existe una tecnología disponible con el fin de incrementar los recursos escasos, mientras estamos ocupados desarrollándola, algunos humanos recurren impacientes al uso de herramientas simbólicas, como las danzas de la lluvia para combatir la falta de agua, o la automutilación (en sentido figurado) para calmar la sed de sangre (siempre ha sido sed de poder) de los profetas de turno. Es una estrategia sobradamente demostrada como errónea: las culturas más exitosas son aquellas que confiaron más en la tecnología que en la religión y aprendieron a gestionar el agua para poder regar, beber y lavarse siempre que lo necesitaban.

Foto: Riccardo Annandale


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