Le hablaba hace algún tiempo, querido lector, de ciertas formas lucrativas de majadería que estaban triunfando entre nosotros. Excuso decir que la situación no ha mejorado desde entonces. Todo indica que esa gente sigue haciendo su agosto con la credulidad ajena, aunque es verdad que es casi imposible saber cómo de bien le va al que es exitoso no por consecución objetiva, sino ante todo por autobombo. Sea como fuere, no vengo a traerle la buena nueva de que esa gente ha quebrado y está ahora haciendo cosas útiles, como abrillantar cristaleras o recoger sandías en el campo; vengo a mostrarle algunos ejemplares adicionales de cómo estamos.
Decía Kurt von Hammerstein-Equord, un general alemán que tenía tantos arrestos que hasta a Hitler le plantó cara, que no hay nada más peligroso en el mundo que un tonto laborioso
Empecemos con Enric Corbera, fundador del Enric Corbera Institute y creador del método Bioneuroemoción®, «que contribuye a fomentar la salud desde un punto de vista biopsicosocial». La majadería de Corbera no es del tipo más peligroso —el que mezcla alguna verdad con muchas mentiras y confunde y esquilma a partes iguales—, sino del tipo «redescubridor de la pólvora» y «encantadoramente obvio». «Tras presenciar miles de sesiones con personas que manifestaban problemáticas de todo tipo», escribe en Bioneuroemoción, su obra de referencia, «tengo la certeza de que el trabajo sobre el cambio de percepción tiene efectos sobre el estado emocional», que es una cosa que no sabíamos hasta que él la descubrió, por supuesto, ni lleva con nosotros desde Aristóteles y más desde William James o con base experimental suficiente desde los trabajos de George Mandler hace medio siglo. Seguimos con las declaraciones impactantes: «Una de las principales hipótesis de trabajo de la bioneuroemoción es que la calidad de las relaciones más cercanas es uno de los factores más influyentes en el bienestar». Salta de nuevo la sorpresa en Las Gaunas. Pero cuidado, pronto empezamos a leer cosas más raras: «La clave para establecer buenas relaciones está en comprender que los aspectos que nos molestan de los demás son proyecciones de aquello que rechazamos de nosotros mismos». Es decir, que cuando a usted le salpica la mala educación o el egoísmo ajenos es porque usted mismo es maleducado y ególatra, y cada vez que se topa usted con una personalidad tóxica eso que lo hiere no es más que su propia toxicidad reventando por un forúnculo circunstancialmente ajeno. Acabáramos.
A estas alturas el lector se estará preguntando qué es eso de la «bioneuroemoción». En su ignorancia —que es también la mía—, habrá considerado antes de su feliz encuentro con Corbera que toda emoción es bio y desde luego neuro, porque a ver en dónde demonios se van a fraguar las emociones sino en el cerebro, que es lo más biológico que se pueda echar uno a la cara. No corra. En un capítulo inevitablemente titulado “Aprender a desaprender”, puntualiza Corbera: «La bioneuroemoción se enfoca en un concepto de salud que implica a todas las facetas del ser humano» y «estudia la relación entre cuerpo, mente y emociones». La Rational Emotional Behavioral Therapy (REBT) ya fue planteada por Albert Ellis en 1955, con la diferencia de que él no pretendía haber descubierto América; dejó escrito que la mayoría de sus ideas provenían de los estoicos. Pero entendamos que cuesta vender aquello que ya existe desde hace mucho, y por eso hay que renombrarlo todo a lo chachi.
El método Corbera añade la fascinante novedad de apoyarse en la Programación Neurolingüística (PNL), una pseudociencia denunciada una y otra vez de la que ya hablé suficientemente en el anterior “Majaderos”. Ni que decir tiene que Corbera no se detiene ahí, sino que suma a su «método» la epigenética conductual, la biología y (se lo juro) la física cuántica, que, dice el autor, es «la disciplina que puede unificar la ciencia con la conciencia». Otro día hablaremos del coaching cuántico.
Dice en definitiva Corbera que «el ser humano crece con la certeza de que el origen de todos sus conflictos se encuentra en el exterior», cosa que, a estas alturas de partido, no puede creer nadie con dos dedos de frente. Arranque del Enquiridión de Epicteto, año 108 —texto gratuito en interné y disponible en toda biblioteca pública que se precie—: «Hay ciertas cosas que dependen de nosotros y otras que no. Dependen de nosotros la opinión, las inclinaciones, el deseo, la aversión y, en definitiva, todo lo que son nuestros propios actos. No dependen de nosotros el cuerpo, las riquezas, la reputación, los cargos y, en definitiva, todo lo que no son nuestros propios actos». Ya ve: para este viaje bioneuroemocional no hacían falta ningunas alforjas.
Dos, Rafael Santandreu, que también ha tenido el mal gusto de referirse a «las emociones físicas» como si las hubiera de otra clase. Puede que al lector le suene el tipo; hace un tiempo que el señor Santandreu, autor de enorme éxito editorial, le dio por decir en Televisión Española que «Hitler era una persona a la que tenemos que tener aceptación completamente incondicional y lanzar amor» (sic). Como la gente es muy mala, le afearon esa bondad suya tan bonita con quien, piensa Santandreu y cada vez más gente, no tenía la culpa (¿existe eso ya?) de ser un verdadero hijo de puta. «De acuerdo que esa persona estaba muy loca» —abundó en el plató— «pero, en el fondo, en su potencial, era maravilloso»; y todavía tuvo tiempo de exhortar a la audiencia: «No guardemos rencor por nadie». Santandreu forma parte de esa extraña corriente psicológica que cree que ciertas emociones son, de suyo, dañinas, como si la ira o la decepción o los celos no fueran en ningún caso información fidedigna y por lo tanto beneficiosa, y motor de acciones moralmente perentorias.
Santandreu nos ofrece otras revelaciones alucinantes. Por ejemplo, ¿sabía usted que los «dolores psicosomáticos» (psico significa «mente, alma»; soma, «cuerpo») «no son enfermedades del cuerpo», sino «solo trampas mentales»? ¿O que «el dolor emocional, la debilidad y el temor desaparecerán como por arte de magia cuando hayas completado tu autoterapia»? Me pregunto cuánto hay que odiar el oficio de uno como para decirle a la gente que no necesita en ningún caso a un profesional y que con leer un libro (el suyo, naturalmente) el éxito «está garantizado» (sic); como si nadie —salvo el propio Santandreu— pudiera echarnos una mano. Y ¿hasta qué punto de desvarío hay que redefinir el wishful thinking para escribir que «el camino de la curación consiste, en pocas palabras, en perder el miedo al miedo»?
Santandreu también tiene un método definitivo, en este caso para «vivir sin miedo», en cuatro cómodos pasos. Pero digamos que su género no es el ensayo, sino el aforismo, de la variante «sujétame el cubata», para ser exactos. Habría que dictar órdenes de alejamiento de los micrófonos para esta gente, por su bien y por el ajeno. Algunas de sus perlas son: «La monogamia es irracional»; «que te pongan los cuernos no es malo» o «la vida es un chollo». También es un salaz acuñador de términos: «terribilitis», «necesititis» o «bastantidad». Por lo demás, ha declarado que «deprimirse es muy difícil; tienes que insistir mucho y solo al final lo consigues»; y con eso supongo que está dicho todo. Ahí lo tenemos, subido como tantos al majadero carro de quienes insisten en culparnos de todas nuestras penurias, que a su juicio son todas, en última instancia, voluntarias; y ese carro hay quienes lo celebran lanzándole billetes como si fueran confeti.
Para terminar, los fuegos artificiales de Curro Cañete, autor de No tengas miedo a nada, El poder de confiar en ti, El amor comienza en ti y Ahora te toca ser feliz (por ahora), de los que ha vendido (dice) un cuarto de millón de ejemplares. Con su Máster en Coaching Personal y Profesional, Cañete se declara «especialista en comportamiento humano con formación en técnicas terapéuticas». Su proyecto es onanista al completo, una oda al individualismo expresivo: «Vas a empezar a ser tu mejor amigo, estés donde estés»; «ya que vivimos solo una vez, realmente merece la pena ir a por los sueños»; «hay un lugar dentro de ti, en el que se encuentran todas las respuestas que necesitas»; «viniste a ser feliz, no te distraigas»; «esforzarse por ser feliz es el acto de generosidad más grande que puede hacer un ser humano por los demás»; o «la suerte se hace, el éxito se crea y la felicidad se entrena». Y eso que escucha usted de fondo son las carcajadas de los que parten el bacalao en el mundo y quienes publican con buen beneficio estas sandeces, junto a los llantos de los psicólogos, sociólogos, filósofos, antropólogos y el resto de los profesionales serios que tratan efectiva y esforzadamente de entender lo humano. Por último, escuchará usted un crujido: es la comunidad y la convivencia y el servicio y la entrega a los demás que quiebran en favor de estos reclutadores de individuos aislados, autoestimados, autorrealizados y autotodo que el señor Cañete y gente del mismo pelaje van alimentando por el mundo.
Decía Kurt von Hammerstein-Equord, un general alemán que tenía tantos arrestos que hasta a Hitler le plantó cara, que no hay nada más peligroso en el mundo que un tonto laborioso. Yo no sé cuánto hay en los mencionados de estupidez y cuánto de desvergüenza, pero vive Dios que son laboriosos, por lo menos en términos comerciales. La majadería nunca descansa. Pero hay que darle batalla, porque por cada una de estas pamplinas que prende y se retribuye hay un profesional competente que desespera.
(David Cerdá es autor de El dilema de Neo. Madrid: Rialp: 2024)
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