El Diccionario de la Real Academia Española es gloria bendita. Ante todo, por ser la expresión de la voluntad del pueblo, que es quien decide lo que significan las palabras, sin admitir injerencias políticas. Mientras los académicos sigan defendiendo con celo que el diccionario refleje los usos reales de este nuestro hermoso idioma, el DRAE seguirá siendo un bastión contra la neolengua («los intolerantes no pueden hacer diccionarios», ha dicho Félix de Azúa). Además, la perspicacia de sus definiciones suele ser mucha. La voz «majadero», por ejemplo, está ejemplarmente descrita: «necio y porfiado», o sea, no solo ignorante, sino obtuso, reincidente con un puntito de gozo.

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Majaderos no han faltado nunca, pero hay que admitir que en los últimos tiempos proliferan como las malas hierbas. La especie más pertinaz y peligrosa es la de los majaderos motivados, es decir, la de quienes llevan beneficio en la majadería. El «progreso» no ha acabado con la credulidad; creímos que la red de redes y otras nuevas tecnologías traerían de suyo una ilustración frondosa, ahora que todos tenemos el equivalente a un millar de bibliotecas de Alejandría literalmente en nuestras manos. Ni muchísimo menos. Y mientras existan incautos, la majadería será un pingüe negocio, que hoy, gracias a internet, los influencers del crecimiento personal, el espíritu y los negocios explotan millonariamente.

Se me escapan las ventajas de haber cambiado a los curas por estos Hare Krishna de veraneo en el Ganges, PayPal y pandereta

Hay mucha gente que cree que estos majaderos industriosos, que tienen unas webs muy majas en las que venden sus fruslerías, «no hacen daño a nadie», que «cada cual tiene derecho a buscarse la vida», etcétera. No estoy de acuerdo; hay víctimas. La primera es el pensamiento crítico. Esta gente empeora el razonamiento de muchos; son, a la dieta cognitiva, lo que la comida basura a la alimenticia. El segundo daño estriba en cómo invisibilizan a los profesionales honestos. Resulta que hay ahí afuera científicos sociales y profesionales con años de práctica que pueden ayudar a que las personas enderecen sus vidas y sus negocios, personas honestas que sí abogan por la autoayuda verdadera, no como los majaderos que viven del cuento, que solo se ayudan a sí mismos. Lo otro que consiguen estos predicadores de pacotilla es desactivarnos políticamente. Si, como ellos repiten ad nauseam, todos los problemas «residen en nuestro interior» y todo es una cuestión de «actitud y energía positiva», no existen el poder ni la violencia ni quienes expolian la res publica, ni existe, en fin, nada por lo que merezca la pena combatir en el espacio que compartimos. Esta gente es la que te dice que, si eres un autónomo exprimido, si el mínimo vital no te llega o si te están birlando la democracia por la jeta y a plena luz del día, no has de agobiarte, porque todo está en tu mente. Estas almas cándidas que solo aspiran, pobrecitos, a sacarse unos euros, todos estos lesluthiersianos Warren Sánchez, les hacen el caldo gordo a los descuideros y los poderosos.

«Si quieres lograr una paz más profunda, acércate a Warren. Lograrás una humildad que te llenará de orgullo y soberbia», contaban Les Luthiers. La única contribución a nuestro mundo de estos sujetos es que la gente con sentido común se eche unas risas, porque es ley de la majadería que el majadero resulte indistinguible de su versión paródica. Tomemos al bueno de Lain García Calvo, exnadador de élite. En su portentosa obra La voz de tu alma, en la que cita con la misma insolencia y desatino a Jesucristo, Aristóteles y Einstein, nos explica que «la espiritualidad influencia la materia», que «el ADN se afecta por las emociones», que todos tenemos un «poder ilimitado en nuestro interior» y que «el éxito en la vida llega por el tipo de persona en el que te conviertes» (sic). En definitiva, querido lector, no es usted millonario porque no quiere, puesto que «sabemos espiritualmente y científicamente que nuestros Pensamientos crean la realidad en la que vivimos» (sic). A modo de prueba, Lain nos refiere aquella vez que soñó muy fuerte con ganar dinero y le llamaron de Telecinco para comunicarle que había ganado un sorteo.

Luego de dedicar una porción generosa de su libro a contarnos su fascinante vida, Lain comparte con el género humano el sistema para lograr de una tacada el éxito espiritual y financiero. El primer paso es darle un Like en Facebook; el siguiente y definitivo es entonar una plegaria que atrae el éxito, «Cómo hablar con Dios y pedirle un milagro» (que para eso está Dios, para hacernos millonarios, como todo el mundo sabe). Es la versión ibérica de la «Ley de la atracción» que aparece en el libro El secreto, de Rhonda Byrne, una señora que sostiene que no engorda la comida, sino nuestros pensamientos sobre ella, y que el cáncer puede curarse «visualizando la sanación», entre otros muchos disparates. Lain no le va a la zaga: hasta con la exégesis bíblica se atreve, al tiempo que da cuenta de Buda, la NASA, la física cuántica y lo que se le ponga por delante, porque a un majadero le están sujetando el cubata desde que se levanta hasta que se acuesta.

El resto del libro lo consagra a dar órdenes al lector, al que sabe un esclavo: no seas un mediocre, no seas un hablador, sé un hacedor, etcétera. Y así es como Lain, que no coloca bien dos comas seguidas y anda luchando a brazo partido y con escasa suerte con lo de sujeto-verbo-predicado, logra un millón de beneficio al año y ha vendido setecientas mil copias de sus libros. O eso dice, porque la editorial es suya, y por eso la ha bautizado con este modesto nombre: «Lain Resarch and Education». También vende fragancias («Esencia Almas Imparables», «Esencia Vuélvete Millonario», 59 € cada frasco), un colgante de «alto impacto emocional» y un «anillo imparable» (41 € la pieza), y una «botella de agua almática» con la que estarás bendecido por «todas las almas imparables que la tengan» (20 €). También tiene un disco de canciones (17 €) que te elevan «a la quinta dimensión», por donde debe andar Mónica Naranjo, que por lo visto es o ha sido su novia.

No es que Lain esté solo en su empeño; ya hemos dicho que asistimos a una explosión sin precedentes de la majadería. Vayamos con una brevísima muestra. Tenemos a Deb, una chica que te ofrecerá recetas para ser rico por dentro y por fuera basadas en la fórmula «dedicar tiempo a conocerte, pensar por ti misma y no mirar hacia afuera» (cuidado con descuidar el mercado, querida Deb, que es muy cabroncete y está «ahí afuera»). También tenemos a Borja Vilaseca, que sabe mucho de crecimiento personal, familia y pareja, filosofía, espiritualidad, reinvención, economía, sociedad y educación (entre otras cosas y hasta la fecha), todo bajo el lema «tú eres el verdadero amor de tu vida». Si el lector piensa que para asesorar sobre estos complejos asuntos hay que estudiar, y le escama que todo eso Borja lo haya aprendido en «la escuela de la vida», es porque carece de resiliencia emocional y tiene el alma sucia. No por casualidad, su curso más demandado se llama «Encantado de conocerme» (99 €+IVA, en promoción, ahora y siempre). Y luego está el más proteico de todos, Raimon Samsó, superventas que afirma, en la línea argumental del otro Sánchez, nuestro presidente, que «la solución a los problemas de dinero no está en el dinero, sino en una mentalidad diferente». Sus tres últimos éxitos —Secretos espirituales revelados, Imperio digital y Sabiduría financiera— conforman una suerte de santísima trinidad de esta pseudorreligión remozada en la que el espíritu, la tecnología y la pasta gansa son una y la misma cosa. Como decía el difunto Marcos Mundstock, genial conductor de Les Luthiers: «Únanse a Warren Sánchez y tarde o temprano se arrepentirán».

La majadería ni puede ni debe prohibirse, porque hay que ser libre hasta para dejarse engañar por estos rufianes. Para que estos tipos pasen a una justa irrelevancia no necesitamos más leyes, sino una educación pública que merezca ese nombre. No es que haya intención de poner remedio, porque, ya se ha dicho, estos majaderos tienen su utilidad para quienes manejan el cotarro: crear ciudadanos imbéciles, del latín in baculum, «sin nada en lo que apoyarse», dóciles consumidores que aseguren el statu quo. Tratar de ganarse la vida, en efecto, es también un derecho. No obstante, hacerlo engañando al personal y diciendo estupideces, sin más aval de conocimiento que una etiqueta de anís del mono (que diría Chiquito), y, en general, vendiendo una esperanza infundada, es un fraude en toda regla, es decir, la sinvergonzonería como oficio. Y forma parte igualmente de la libertad asumir el deber de señalar a estos emperadores desnudos.

Se me escapan las ventajas de haber cambiado a los curas por estos Hare Krishna de veraneo en el Ganges, PayPal y pandereta. A fin de cuentas, hoy en día la inmensa mayoría de los sacerdotes son gente generosa y honesta que procura el bien común sin pasarnos factura, y hasta han estudiado a santo Tomás, a quien Lain cita sin haber tocado una copia de la Summa Theologica ni con un puntero láser. En fin, qué sabré yo del progreso; a lo mejor era esto. Por si acaso, voy a pedir disculpas a los mencionados y a los que se den por aludidos, no sea que me envenenen los chakras y me quede sin ser millonario. Shalom y a lo vuestro, compañeros. O amén. O namasté. O lo que sea.

Foto: Ryan McGuire.


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