Sin un solo santo que les ampare, la sociedad estadounidense ha elegido algunos acontecimientos de su breve historia para descansar en común, y mirarse como miembros de una comunidad política y social.

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Descansan el día del trabajo; una forma extraña de celebrarlo pero que tiene todo su sentido ahora, en la era Trump, con una tasa de paro del 3,6 por ciento. Tienen un día de recuerdo para los caídos en combate, y otro para los que lucharon y están aún vivos; una sociedad que no recuerda a los que lucharon en sus guerras corre el peligro de descomponerse. En el caso de España, los últimos combatientes que se recuerdan lucharon en una guerra civil, de modo que nos lo podemos ahorrar.

Tienen otras dos fiestas, pagana una y religiosa la otra, que comparten con medio orbe: el primero de enero, en el que se descansa más pensando en lo transcurrido en el año pasado que en el porvenir, y Navidad. Y luego tienen un conjunto de fiestas que tienen que ver con su propia historia. El día de la Independencia y el cumpleaños de Washington; el día de Acción de Gracias, vinculado a la colonización británica, y el día de Colón, en que se celebra a los italianos por la hazaña del genovés, y se condena a los españoles por papistas criminales.

La idea que subyace a todo este dislate es el criterio, racista, de que sólo la raza blanca puede caer en el racismo

Lo más cercano que tienen a un santo que sea patrón nacional es Martin Luther King. Y también tiene su día, en el que se recuerda a este santón, más encomiable en su vida pública que en la privada, que legó al país un mensaje profundamente cristiano y cargado de sentido común. Todo lo que debemos mirar en el otro, con lo que debemos juzgarle y juzgarnos a nosotros mismos, es su carácter, su adhesión al conjunto de normas que hacen tolerable e incluso reconfortante la vida en común, y que favorece el sano intercambio de bienes e ideas que cimenta la civilización. Eso, y no el color de la piel, una característica que nos viene dada, que define nuestro cuerpo pero no tiene ningún contenido moral.

Con motivo del día de Martin Luther King —MLK en los titulares de los periódicos— la Universidad de Montana animó a sus más de diez mil alumnos a participar en un concurso de ensayos que tuviesen al pastor republicano como punto de partida. La selección decantó el reconocimiento a cuatro estudiantes de la universidad.

La decisión del jurado ha causado un enorme revuelo por el hecho de que las estudiantes eran blancas, cosa que MLK no era. Tampoco fue Luther King nunca una chica, pero esta observación no ha entrado en el millar largo de críticas que ha recibido en Facebook el anuncio de la Universidad de Montana.

Así, un tal Jeff Mitchell dice: «No entiendo cómo alguien puede pensar que se puede recordar el legado de MLK Jr. con cuatro chicas blancas chillando. Si la universidad no tiene voces negras para levantar el día de MLK, entonces encuéntrelas».

Una estudiante, Elisabeth Wipperman, reconoce que estuvo tentada de escribir un ensayo y enviarlo al concurso, pero se miró al espejo y descubrió que era blanca: “Nunca entenderé en verdad las experiencias de los afroamericanos y, por lo tanto, decidí que esta oportunidad no era para mí”. “Es genial que mis compañeros blancos hablen en contra del racismo”, eso sí, “pero este es un excelente ejemplo de hablar por encima de las voces negras». Me parece un hallazgo que Elisabeth hable de los blancos como sus compañeros (fellow whites), de los blancos como los otros, y que se felicite de los mensajes contra el racismo.

La asociación Kyiyo de la Universidad de Montana tiene por misión “promover las tradiciones y las costumbres de todos los nativos americanos”; cabe pensar que también de los que van en un Chevrolet a la bolera al mall, o ven una serie en Netflix con un six pack. Kyiyo organiza, entre otras cosas, un torneo de baloncesto, ancestral deporte no sabemos si Sioux o Semínolas. Hay un hombre que habla en nombre de todas las tribus nativas, a pesar de que jamás estuvieron todas unidas y de que, por el contrario, como cualquier otro protagonista de la historia estuvieron guerreando entre sí las que compartían brumosas fronteras. Este hombre es el presidente de Kyiyo, Asociación de Estudiantes Nativos Americanos, Marcos López.

El nativo López no entiende que se pueda organizar un evento contra el racismo, como es este, si no participa gente “de color”. La convocatoria era pública y estaba abierta a todos los estudiantes, pero no cuentan todos ellos. Para luchar contra el racismo es preceptivo hacer un corte con un criterio estrictamente racial: dejamos de lado a más del noventa por ciento de los estudiantes, que son blancos, y contamos con las personas “de color”, como dice el nativo López: Un uno por ciento negro, un 1,3 por ciento asiático, un 3,8 nativos americanos y un 5,4 por ciento hispano.

El resultado, que de los cuatro premiados todos hayan sido blancos, está dentro de lo más probable dada la distribución por razas de los estudiantes, como puede entender cualquier universitario de Montana. La cuestión, para tantos críticos, es otra; consiste en darle la vuelta al mensaje de Martin Luther King, no cumplir su sueño e imponer un renovado racismo progresista que sería, para él, una pesadilla.

La idea que subyace a todo este dislate es el criterio, racista, de que sólo la raza blanca puede caer en el racismo. Y que por tanto resulta cínico que las personas de esa raza quieran referirse al racismo en tono crítico, cuando la crítica sólo puede recaer en ellas. Es un antirracismo pero con un nuevo sentido: se opone a la raza blanca como metonimia de la civilización occidental, valga el pleonasmo. Ésta había logrado superar la atávica llamada tribal y ofrecernos una moral en la que las diferencias físicas no tienen relevancia moral. Y ese es uno de sus principales logros. En justa correspondencia, este velado ataque a la civilización occidental es profundamente racista, y como tantas conquistas del progresismo es un enorme paso atrás.

Foto: Noah Buscher


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