Algunos años atrás, entre familiares y amigos decidieron juntar dinero para regalarme un teléfono móvil en ocasión de un nuevo aniversario de mi natalicio. Se trataba de un dispositivo moderno que cumplía con todas las nuevas necesidades de la época: velocidad, mayor capacidad de almacenamiento, diseño fino, pantalla amplia, cámara de fotos con más pixeles, etc.
Sin embargo, cuando algunos días después me tocó repasar, por razones laborales, el libro del escritor argentino Julio Cortázar, Historia de cronopios y famas, sentí que detrás de este regalo podía esconderse otra cosa. La sensación surgió tras leer uno de los breves relatos que contiene el libro y que se denomina “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj”. Lo reproduzco, en su totalidad, a continuación:
Julio Cortázar; «no te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj»
“Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”.
El libro fue publicado en 1962, y, naturalmente, no habla de teléfonos móviles pero la analogía se tornó demasiado evidente. Con todo, detengámonos algo más en la cuestión del tiempo por la sencilla razón de que desde hace siglos, todo tipo de organización humana se basa esencialmente en el tiempo. En este sentido me voy a permitir una segunda referencia literaria que ilustra la magnitud de la problemática. Me refiero a la novela El agente secreto, publicada en 1907 y escrita por Joseph Conrad. Allí un grupo de anarquistas planean un atentado y discuten cuál sería el lugar más emblemático para hacerlo. Como ustedes saben, en un atentado, el momento y el modo resultan relevantes pero más importante es el contra qué o quién se realiza.
¿Cuál es, entonces, el corazón del sistema de explotación capitalista occidental hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX en Londres? ¿El palacio de Buckingham donde reside la monarquía? ¿El Palacio de Westminster donde funciona el parlamento? ¿Acaso la fábrica de algunas de las principales empresas inglesas? Nada de eso: el atentado se realizaría sobre El Observatorio Real de Greenwich, allí por donde pasa el meridiano que es el momento cero para definir los husos horarios y organizar el tiempo en el mundo.
Sin tiempo reglado no habría explotación, razonan esos anarquistas del XIX, y el razonamiento podría extenderse hasta hoy
Sin tiempo reglado no habría explotación, razonan los anarquistas y el razonamiento podría extenderse hasta hoy. Sin embargo, en un proceso paralelo, lo que ha emergido junto a la tiranía del tiempo es la tiranía del estar comunicado. Porque en una sociedad con instituciones disciplinarias como las del siglo XIX y primera mitad del XX, es decir, en una sociedad con penitenciarías, fábricas, escuelas, hospitales y ejército, el reloj resultaba central porque organizaba, establecía límites, delimitaba un estar adentro y un estar afuera, un momento de producción y uno de ocio.
Internet: un espacio horizontal y totalizante
Sin embargo, en una sociedad de control como la actual, tal como lo entiende Gilles Deleuze en la fina descripción que ensayara allá por el año 1990, las instituciones de encierro ceden el terreno a la necesidad de circulación horizontal. No importa el tiempo ni el espacio, solo la circulación constante de signos que puedan monetizarse. De aquí que el emblema de la sociedad de control sea Internet, un espacio totalizante, sin adentro ni afuera, horizontal y aparentemente libre donde fluimos digitalmente.
Mi teléfono móvil también me dice la hora pero la explotación, que cada vez es más autoexplotación, no respeta jornadas laborales de ocho horas. Dura veinticuatro horas y no cesa, ni siquiera al dormir.
Con el teléfono móvil me regalan una extensión de mi cuerpo que, en ausencia, me imposibilitaría comunicarme con el exterior
Cuando me regalan un teléfono móvil, entonces, no solo me regalan un infierno florido, una cadena de rosas o un calabozo de aire. No me dan solamente un teléfono móvil, que los cumplas muy feliz y que te dure ya que es de buena marca, porque la continua circulación del capital se basa también en la obsolescencia permanente, en la decrepitud inmediata de la novedad; no me regalan solamente un dispositivo que deberé llevar en mi bolsillo y que me acompañará en cada paseo; me regalan un nuevo pedazo frágil y precario de mí mismo, una extensión de mi cuerpo que, en ausencia, me imposibilitaría comunicarme con el exterior.
Me regalan la necesidad de cargarle la batería todos los días, la obligación de cargarlo para que siga siendo un teléfono móvil; me regalan la obsesión de responder cada mensaje y cada notificación de las múltiples redes sociales en las que vierto mi intimidad, me regalan la obligación de actualizar mis aplicaciones. Me regalan el miedo de perderlo, de que me lo roben, de que se me caiga al suelo y se rompa. Me regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, me regalan la tendencia de comparar mi teléfono móvil con los demás teléfonos móviles. Sin dudas, no me regalan un celular, soy yo el regalado. Es a mí a quien ofrecen para el cumpleaños del teléfono móvil. Mis amigos y mis familiares no lo sabían. El único que lo sabía era Cortázar.
Foto: Rawpixel.com en Unsplash
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