En el imaginario popular está muy presente la idea de la inquisición como una institución exclusivamente española que perseguía a cualquiera que practicase una religión distinta al cristianismo en su sabor católico. Para ello se valía de un clima de terror alimentado por denuncias anónimas, torturas indiscriminadas y miles de condenas a la hoguera cada año, que se llevaban a término en continuos autos de fe para regocijo de un populacho fanático y embrutecido.

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La creencia, desmentida desde hace un siglo por la investigación histórica, permanece amarrada a las mentes generación tras generación. Ha descendido incluso a las certidumbres de una mayoría convencida de que procesos como el de Giordano Bruno, el de Galileo Galilei o el de Miguel Servet fueron competencia de la inquisición española.

Muchos siguen creyendo la falsedad de que Giordano Bruno, Galileo Galilei o Miguel Servet fueron procesados por la inquisición española

Pero no es cierto, los primeros corrieron a cargo de la inquisición romana y el tercero fue una venganza personal de Juan Calvino, el famoso reformador protestante ginebrino. Dos detalles. Galileo nunca pronunció aquello de «Eppur si muove«, la frase de marras fue un invento de un ilustrado italiano exilado en Londres un siglo más tarde. Y Servet no fue quemado en Ginebra por sus trabajos sobre la circulación pulmonar, sino por negar la santísima Trinidad.

La gran mentira de la Inquisición: ni española, ni contra los infieles

Un origen francés

La inquisición, del latín «inquisitio» (interrogatorio) nació a finales del siglo XII en el sur de Francia para sofocar la herejía albigense. Autorizada por el Papa Lucio III, su función era evitar las revanchas personales en los pueblos del Languedoc separando el grano de la paja, es decir, dirimiendo desde arriba quién podía ser calificado de hereje y quien no. Para ello los inquisidores investigaban, es decir, interrogaban y, conforme a esas investigaciones, fallaban a favor o en contra del acusado.

Estos primeros tribunales estaban a cargo de los obispos diocesanos. Posteriormente el Papa pensó que sería mejor controlarlo directamente, pero como el Sumo Pontífice no estaba de cuerpo presente en la zona se valió de la Orden de Predicadores, los dominicos, que tan buenos servicios le habían prestado en la lucha contra los Cátaros.

A Castilla, la Inquisición llegó dos siglos más tarde y ya no dependía de los obispos ni del Papa, sino del rey

Esta inquisición pontificia se extendió rápidamente por Francia, Italia y la corona de Aragón. A Castilla nunca llegó o, mejor dicho, lo hizo dos siglos más tarde pero ya como un tribunal inquisitorial de una naturaleza distinta. No dependía de los obispos ni del Papa, sino del rey que, precisamente por eso, le encontró pronto una gran utilidad y se apresuró a transplantarla a todos sus dominios.

En Castilla nunca persiguió a los infieles

Ni la inquisición medieval ni la que más tarde Sixto IV concedió a los reyes de Castilla persiguieron a los infieles. Ese nunca fue su cometido, sino el de perseguir la herejía mediante una «inquisitio» previa, un arbitrio perfectamente reglado que velase para que no se perpetrasen desmanes.

La inquisición española creo un sofisticado procedimiento judicial al que los inquisidores tenían que atenerse escrupulosamente

A diferencia de los procesos sumarios que se estilaban en otras partes de Europa (a veces no había siquiera proceso, bastaba con una acusación y el ambiente lo suficientemente inflamado), la inquisición española creo un sofisticado procedimiento judicial al que los inquisidores tenían que atenerse escrupulosamente. Sólo así podría perdurar. Si el pueblo entendía que eran venales o se dejaban llevar por las pasiones místicas pronto desconfiarían de ellos y lloverían las denuncias.

Los inquisidores eran básicamente juristas expertos en derecho canónico. Algo muy distinto a la imagen propagandista de frailes desalmados e intransigentes siempre sedientos de sangre. En realidad eran tipos muy aburridos, burócratas con hábito que se pasaban el día rellenando papeles.

Los inquisidores eran básicamente juristas expertos en derecho canónico

Quizá por eso mismo en el cine y la literatura siempre sacan de paseo al mismo, a Tomás de Torquemada, un dominico vallisoletano que ejerció como primer inquisidor general a finales del siglo XV. Después de él vinieron 47 más durante tres siglos y medio. Todos absolutamente desconocidos para el gran público. Muchos de ellos renunciaron voluntariamente al cargo porque no era ni especialmente entretenido ni tenía los poderes extraordinarios que luego se le han figurado.

La gran mentira de la Inquisición: ni española, ni contra los infieles

Perseguir las falsas conversiones al cristianismo

La inquisición española nació para solucionar un problema de orden religioso con el que se encontraron los Reyes Católicos. Buena parte de la judería hispana se había convertido al cristianismo desde los pogromos de 1391. Pero no todas las conversiones eran reales. Muchos judíos seguían practicando su fe en secreto pero en público se declaraban católicos. Lo suyo entraba, por lo tanto, dentro del campo de la herejía. Eran los llamados judaizantes, una peculiaridad, esta sí, genuinamente española. En otras partes de Europa no había judaizantes por la sencilla razón de que no había judíos.

España fue uno de los últimos reinos de Europa en expulsar a los judíos

España fue uno de los últimos reinos de Europa en expulsar a los judíos. La primera gran expulsión fue en Inglaterra en 1290, luego vendrían Francia, Austria y los principados alemanes e italianos. De España salieron en 1492 y fue algo aplaudido en toda Europa como un signo de modernidad. La Universidad de la Sorbona, la más prestigiosa de la Europa de la época, llegó a felicitar personalmente a los Reyes Católicos por la decisión.

No era para menos. La gran objeción que franceses, ingleses, alemanes o italianos ponían a los monarcas hispanos era su amor a los judíos. A los españoles les hacían de menos y, por su diversidad religiosa, inconcebible en cualquier otro punto del continente, les llamaban «marranos». Corría incluso por las cortes europeas el bulo de que la misma Isabel la Católica era hija de una judía y por esa razón los protegía.

Unificar religiosamente el reino (el colmo de la modernidad en el siglo XV) implicaba no consentir la herejía

Unificar religiosamente el reino (el colmo de la modernidad en el siglo XV) implicaba no consentir la herejía. Cualquier otro rey cristiano hubiese hecho lo mismo de haber tenido minorías religiosas sin asimilar. Pero no los tenían porque sus contactos con el Islam habían sido esporádicos y ya habían hecho la limpia de judíos, en muchos casos de manera salvaje y sin tribunales de por medio.

Es en este punto donde nació la inquisición española, inspirada en la que ya existía dependiente del Papa y con objetivos muy similares. No tenía, por lo tanto, nada de especial: fue tan solo un producto propio de la Cristiandad de aquella época. Todo lo contrario de lo que esos agitadores de la Leyenda Negra antiespañola pretenden hacernos creer.