La simulación, muy presente en las representaciones escénicas clásicas, deviene con el entorno virtual del siglo XXI  en un baile de máscaras y espejismos, un carrusel  de proyecciones e identificaciones que se viven y se piensan en el vértigo emocional. El “Vivir es ser otro”  indicaba en sus versos de Pessoa, “ser es ser percibido” advierte  Berkeley, el filósofo irlandés.  El primero suscita la gratificante experiencia de la empatía, el segundo recoge el constante ejercicio de simulación que todos practicamos. Tanto lo uno como lo otro se nutren de la recarga emocional, que es de lo que tratamos.

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“Mira mi mundo. Mírame”, es una de las invitaciones que hace un adolescente a través de su fotolog. YouTube, Instagram, Facebook son escaparates globales con efervescentes testimonios donde los usuarios exhiben sus cuerpos y sus sueños. El nuevo milenio expande el individualismo conectado, las nuevas generaciones, y un buen número de usuarios son sensibles a la erótica de la pantalla global, las relaciones en la Red son instantáneas, rápidas, intensas y hedonistas. Usuarios y jóvenes que son y existen en la medida en que se exhiben y son vistos. El rumor y el cotilleo fascinado y mediado por la tecnología garantiza el oxígeno de esta existencia.

Se dibuja una enseñanza de garrafón, eso sí, muy emocional y lúdica porque se incorporan la educación digital como aprendizaje de competencias, la perspectiva de igualdad de género, la educación en valores cívicos y todo muy sostenible con la agenda 2030 en el horizonte

¿Qué hubiera imaginado McLuhan si hubiera detectado la irrupción de los dispositivos móviles? Advirtió que la tecnología es una prolongación de los sentidos, del deseo y de la memoria. Es el bolso y bolsillo doméstico, donde se guardan las llaves, la cartera. Es el trastero de los recuerdos y rutinas ( agenda, direcciones, notas). Es parte de la personalidad (melodías, aplicaciones, toques, fondo de pantalla) y contiene la intimidad (fotos, audios, vídeos, mensajes). El móvil cristaliza la existencia, justifica que estamos y que somos. Allí donde termina la textura, la forma y el color de la carcasa, acaba el latido personal. El  dispositivo concede al usuario una sensación de libertad, independencia y seguridad. Se puede usar en cualquier momento, desde cualquier lugar. Es también espejo que refleja la imagen que se quiere ofrecer y la mirada que se desea atrapar.

Pareciera que poseemos no solo lo que tenemos, sino también lo que deseamos. Pareciera que se ha reducido el cerebro a un puñado de emociones. Eso que cabe en la palma de nuestra mano,  eso tan cercano y al mismo tiempo tan desconocido, se ha convertido en kilo y medio emocional. Si los dos siglos anteriores han girado alrededor de la razón, que ha impulsado una buen registro de avances científicos y técnicos, el siglo XXI es el de las emociones, no cabe duda de que los avances en el conocimiento del cerebro han sido sustanciales, como lo ha sido la aparición de cientos de psicólogos y similares con un par de libros leídos que a modo de chamanes, dictan lo que dice la neurociencia.

Lo paradójico es que por un lado nuestro órgano más noble funciona en una permanente conexión entre sus dos hemisferios, racional y emocional, tal y como demuestra el cuerpo calloso, formado por un entramado de millones de fibras nerviosas que recorren ininterrumpidamente el mapa cerebral. Pero por el otro, los medios desde su carnaza sensacionalista y meliflua,  también la academia y la escuela nos recuerdan lo relevante que son las emociones, su potenciación, su expresión en un Manual de Buenas Prácticas. El catecismo social, porque quien no se emociona y lo demuestra es un insensible insolidario.

“Mientras que las emociones son percepciones que se acompañan de ideas y modos de pensamiento;  los sentimientos emocionales son principalmente percepciones de lo que nuestro cuerpo hace mientras se manifiesta la emoción, junto con percepciones de estado de nuestra mente durante ese mismo periodo de tiempo” Oportuna esta descripción de Antonio Damasio para comprender que los sentimientos destilan las emociones, las filtran e interiorizan en la medida que encajan en sus patrones, y así puedan convertirse en modelos para nuestro comportamiento.

La escuela como patio de recreo en el que se pinta y colorea

Creo que no hay duda de que las emociones son educables, otra cosa muy diferente es que se eduquen, para lo cual está la responsabilidad de la familia. Pero como ya sabemos que los hijos son del Estado, observamos como será el futuro inmediato de la educación si nos acercamos a la ministra Celáa, que no sé si  le habrán llegado estas ondas de la neurociencia, pero debe de estar muy contenta porque ha conseguido unir a los diferentes sectores “racionales” frente a su proyecto de ley educativa del Gobierno, la LOMLOE. Con el enfrentamiento entre educación pública y privada, pone en pie  de guerra a la concertada. Con la religión como optativa no evaluable, levanta a la iglesia católica. Pero hay más, con el texto  que recoge su proyecto de ley, deja en manos de Cataluña, Baleares o la Comunidad Valenciana la decisión de que sus alumnos reciban o no alguna enseñanza en castellano, aunque lo reconoce como “lengua oficial del Estado”. Dado que las ciencias no son relevantes, contempla que las matemáticas dejen de ser obligatorias en las ramas de los bachilleratos de Ciencias, Tecnología y Humanidades y Ciencias Sociales, ante lo cual las críticas de la Federación Española de Sociedades de Profesores de Matemáticas y el Comité Español de Matemáticas, acaba de obligarle a sentarse en la mesa para negociar la inclusión de estos contenidos en el currículo.

Con unas aulas en donde se pinta y colorea, se permitirá la obtención del bachilleratos con una asignatura suspensa o la posibilidad de realizar esta etapa en tres cursos en lugar de los dos estipulados hasta la fecha, y para ayudar un poco más a la equidad, desde luego a la baja, se podrá pasar de curso en la ESO con suspensos o sin suspensos. De modo que se dibuja una enseñanza de garrafón, eso sí, muy emocional y lúdica porque se incorporan la educación digital como aprendizaje de competencias, la perspectiva de igualdad de género, la educación en valores cívicos y todo muy sostenible con la agenda 2030 en el horizonte.

De este modo tenemos dos escenarios. El formal, donde deberían ocurrir las enseñanzas regladas, ejercitando la inteligencia, desarrollando la memoria, potenciando la voluntad, aprendiendo las asignaturas troncales para aprender a leer, escribir y contar, además de para conocer nuestro entorno, que al fin y al cabo somos física y química. Y el escenario informal, el de los consumos de ocio, el de la inmersión en las simulación, el de los avatares emocionales. Que nos emocionemos y que quieran emocionarnos es una evidencia, lo patético es que no existan diferencias entre el tiempo y el espacio para la enseñanza reglada que debiera garantizar unos saberes y unos conocimientos, y la educación que cada cual recibe y elige en su ocio.

Foto: Zachary Nelson


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