No me cuesta imaginar una clase privilegiada que abandone la Tierra… No sé si la Tierra ya es toda ella un no lugar” Marc Augé.

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El entorno pandémico ha evidenciado carencias y brechas que se pueden observar en el impacto sanitario, económico, social, mental, de cada sector. Así se percibe también en las tecnologías de la comunicación y la información, denominadas pretendidamente como garantes de la sociedad de la información y del conocimiento. Patética nominación aplaudida por las instituciones políticas primero, educativas después, y cómo no, avaladas por las  omnímodas plataformas tecnológicas, operadoras y demás agentes de la cosa.

Los diarios no aprendieron lo que las plataformas tecnológicas insinuaron a principios de este siglo, no comprendieron que en vez de patalear infantilmente contra ellas, debían convertirlas en cómplices de su narrativa, para compartir los espacios de conversación, para aprender de la hipersegmentación de las audiencias

Empieza a ser usual observar un periodismo político convertido en un ir y venir de un despacho a otro, o del pasillo del congreso al salón de la casa de cada cual. Mucho más cómodo, mucho más protegido. Espacios seguros  que sustituyen a la calle y al testimonio directo,  que evitan ensuciarse, y en particular, que garantizan una nómina.  Y así siguen las ruedas de prensa sin preguntas incómodas o cuestiones tasadas por el gobierno o la oposición,  según toque, que son en definitiva parte del protocolo a seguir.

Un periodismo tasado

Aunque no es lo acostumbrado en nuestro país, un medio de comunicación puede ser más independiente cuando son los particulares los que financian la producción de contenidos, así como su distribución. Con la maldita pandemia se ha producido una muy amigable y red clientelar, nada nuevo por otro lado, nutrida de un sistema de comparecencias telemáticas. Toda una burocracia del filtrado y control que ha funcionado a toda máquina, admitiendo solo algunas preguntas e impidiendo las repreguntas. Las cuestiones debían enviarse a un chat de WhatsApp, que el censor de turno, en este caso Miguel Angel Oliver, secretario de Estado de Comunicación, se encargaba de seleccionar.

Nada nuevo tiene el método, ya hemos conocido otros tiempos en lo que al presidente del gobierno ni estaba ni se le esperaba, la novedad está en que la tecnología se convierte en aliado de la censura, en grotesca parodia del gobierno de la transparencia, cuando sobran modos y maneras para hacer lo contrario. Otros países de nuestro entorno como Italia, han practicado las ruedas de prensa de Giuseppe Conte con frecuencia, y permiten preguntar a los periodistas directamente desde sus propias casas. O Alemania, por poner otro ejemplo, donde el gobierno presenta sus cuentas tres veces por semana con los portavoces de los ministerios que participan con la Bundepressekonferenz, la asociación de periodistas, que acoge y gestiona las conferencias de prensa del Ejecutivo.

Cierta inocencia afirma que sin periodistas no hay periodismo, pero no se dice que la noticia está en la calle, que el periodismo tiene sentido en la medida en que facilita la comprensión de la información. Y que la verdad, está lejos, muy lejos siempre de los portavoces o representantes políticos.

El periodismo se ha convertido en un “no-lugar”, acepción que tomo prestada del antropólogo francés Marc Augé. Aeropuertos, estaciones, grandes superficies comerciales eran escenarios, según la visión de este autor, en los que los individuos transitan sin encuentro, con la prisa de llegar o comprar, en los que apenas se cruzan las miradas, sin vínculos, ni identidades: no-lugares.

En una reciente entrevista insistía Augé en que estos no-lugares son el “contexto de todo lugar posible”.  Porque habitamos un mundo sin lugares, unos nombres sin referencias, incluso en la zona más íntima de tu casa un no-lugar es un lugar posible. Lo llevamos encima, lo metemos en la cama. Un artificio.

Observamos que el entorno pandémico ha colocado su show en los hospitales, residencias, calles vacías… En España nos encontramos con la irreal realidad de una  actividad parlamentaria fantasma, clausurada por decreto hasta el próximo 9 de mayo, según aprobó en n-o-v-i-e-m-b-r-e del año pasado el Consejo de Ministros con la prórroga del Estado de Alarma, solicitada a las Cortes Generales y respaldada por la mayoría en el Congreso de los Diputados. De modo que barra libre para el trabajo en los despachos y los pasillos. Nada hay que debatir, aunque mucho que regular, nada que reformar, dada la espantada del régimen sanchista. No hay problema, las cámaras han encontrado su foco en la arquitectura del Palacio de la Moncloa y en los recibidores y pasillos del Congreso de los Diputados.

Las tecnologías han alterado el espacio y el tiempo, puesto que no es necesario coincidir en el espacio ni en el tiempo para el debate y el diálogo, la política ha encontrado su estado gaseoso-ideal en la construcción de su realidad paralela. Nunca lo tuvo tan fácil, ni tan cómodo. Y lo que debiera ser una oportunidad para ejercer un periodismo real, concreto, incómodo para el poder, se ha convertido en una maraña espesa y pegajosa producida por las redes clientelares.

De modo que el contexto, que siempre fue y ha sido el nutriente de un buen periodismo, hoy se ha convertido en un molde previamente embalado por los poderes de turno. Antes lo eran los grandes medios, los grandes partidos, las grandes multinacionales, hoy también los son en alianza con las plataformas tecnológicas a cuya sombra limosnean los medios y los políticos. O estás con el Big Tech o estás fuera. Se perdió el contexto de la memoria y de la historia con mayúscula, la que ocurrió, no la que se interpreta y decora. Y se pierde la memoria con minúscula, la individual la que nos regala el cerebro, pero pisotea el presentismo.

Que el periodismo está en crisis no es una novedad, en particular su modelo de negocio. No aprendieron lo que las plataformas tecnológicas le insinuaron a principios de este siglo, no comprendió que en vez de patalear infantilmente contra ellas, deberían haberse aliado para convertirlas en cómplices de su narrativa, para compartir los espacios de conversación, para aprender de la hipersegmentación de las audiencias. Pero las grandes cabeceras continuaron sesteando, seguras en las convenciones de la rutina tradicional y al calor de las prebendas políticas.

En un reciente estudio, se recoge una muestra que incluye 302 publicaciones revisadas por pares, tanto en inglés como en español. Se investigan diferentes áreas que comprenden el periodismo como las teorías de difusión, gestión, cultura organizativa, perfiles profesionales, modelos de negocio, entre otras. El cruce de resultados es interesante en cuanto realiza un diagnóstico del quehacer periodístico en la actualidad.

En el análisis algunos laboratorios de medios existentes, así como de nuevas iniciativas periodísticas, se observa la relevancia de la innovación, que incluye “nuevos enfoques y prácticas que garanticen la calidad y ética profesional + tecnología de generación de contenidos, producción y difusión + necesidad de nuevas competencias”.

Es decir, la necesidad de terminar con la tumbona al sol y de entender que un medio de comunicación y/o información, también es una empresa que necesita reinvertir en su estructura, sus profesionales, sus narrativas, su relación con sus públicos. Algunos prestigiosos medios como The Whashington Post, Le Monde, BBC han activado laboratorios dedicados a la producción de productos, recreación de géneros y espacios innovadores, pero son las excepciones.

Foto: Roman Kraft.


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