Llevo años solicitando que la acción política en España -gobierne quien gobierne- abandone el cortoplacismo cuatrienal, el apego a “las próximas elecciones” y la improvisación indolente en la satisfacción de los anhelos de los clientes de turno. Pienso que éramos mayoría los que deseábamos un plan conceptual sobre el que fundamentar los desarrollos legales y normativos que debieran marcar las sendas por las que podría discurrir nuestra sociedad en la consecución de los objetivos que nos son comunes a todos. Precisamente porque se trata de buscar herramientas de construcción de un futuro en el que todos nos pudiésemos ver acomodados, el plan “maestro” soñado no había sido nunca como el que nos ha presentado en 676 páginas el actual gobierno de la nación.

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El Plan España 2050 es -lo dice el subtítulo- apenas un compendio de propuestas para una estrategia nacional de largo plazo. Ni están todas las propuestas, ni son las únicas posibles, ni podrán suponer la base de una estrategia nacional, pues ésta requiere de la participación de los representantes de todos los agentes sociales. No es el caso. El sesgo ideológico es innegable y de él nace la parcialidad y arbitrariedad de la mayoría de las propuestas del plan, allí donde no se pierde en vaguedades o divagaciones nacidas, estoy seguro, de la honestidad intelectual de los autores, conscientes de que, en muchos campos, estaban haciendo un brindis al sol.

La planificación tiene como objetivo la legibilidad, la calculabilidad, la claridad, la orientación y el orden; al hacerlo, contrapone el conocimiento analítico a la percepción y la experiencia personales del mundo y de la vida

Planificación es un término iridiscente en la historia contemporánea. Definible en un sentido general como una anticipación formativa/normativa del futuro, ha experimentado sin embargo las más variadas manifestaciones en los más diversos ámbitos de la ciencia, la política y la vida cotidiana. Al mismo tiempo, «la planificación» y «el plan» se han convertido en palabras señal, a veces incluso en mitos, a lo largo de determinadas fases temporales, sistemas sociales y enfoques estructurales del siglo pasado. Hoy en día, el término «planificación» simboliza, por un lado, la confianza en la capacidad de modelar el futuro, pero también, sobre todo después del fin de las sociedades planificadas del socialismo real y el fascismo, se identifica planificación con los esfuerzos de control central, con la burocracia estatal, con la mala inversión económica y la falta de confianza en el libre juego de las fuerzas (eso que otros llamamos libre interacción entre los participantes del juego social).

Desde la década de 1930, especialmente como reacción a los intentos de orden de los comunistas y nacionalsocialistas, pensadores como Friedrich A. von Hayek, Ludwig von Mises, Karl R. Popper y Jacques Ellul equipararon la «planificación» con la ideología utópica y el dirigismo totalitario en su conjunto. Pero también desarrollaron un cuerpo de ideas fundamentalmente divergentes sobre las fuerzas motrices del desarrollo social histórico, considerándolas no «planificables», o, en el mejor de los casos, sólo en un grado extremadamente limitado. La tan denostada gráfica de la página 31 del informe nos saca del ámbito de la planificación prospectiva para introducirnos directamente en el campo de la mera declaración de buenas intenciones y deseos. Pero no es la gráfica lo que más debería llamarnos la atención de esa página en concreto. En el último párrafo podemos leer:

“La prospectiva estratégica trata de corregir esta problemática [no se han fijado objetivos comunes] situando la búsqueda de objetivos futuros en el centro de la conversación y ayudándonos a construir metas comunes y realistas basadas en la experiencia histórica y la evidencia empírica”

“Metas realistas” entra en claro conflicto con el “futuros deseables” de la gráfica y del tenor general de todo el “plan”. La “experiencia histórica” nos dice, como apuntaba más arriba, que los intentos planificadores de un solo color ideológico nunca terminaron en el futuro mítico prometido. La “evidencia empírica” exige mecanismos definidos de evaluación, control y documentación de los pasos trazados en cualquier plan y entra dentro del rediseño del plan (o alguna de sus partes) mediante la provisión de planes de contingencia.

La estrategia debe responder a las preguntas sobre cómo, con qué pasos y acciones, reaccionamos a las consecuencias indeseadas de la propia acción, así como a las acciones de terceros y «adversarios» para lograr un objetivo de la mejor manera posible. La acción estratégica es, sobre todo, un plan de contingencia que determina el curso de las múltiples acciones dependiendo de las condiciones ambientales que puedan darse y en dependencia de las acciones imaginables de otros actores.

Pretendo decir que el curso de la acción propia en el tiempo no consiste en un solo «movimiento» hacia “mi deseo”, sino que representa secuencias de acciones, procesos de adaptación y reformulación de lo inicialmente planeado. La estrategia esboza el curso de acción (condicional) en principio, pero no entra en todos los detalles. La estrategia aborda la complejidad y la incertidumbre, definiendo a priori las herramientas necesarias para la evaluación de los imprevistos y los posibles mecanismos de mitigación. Dado que el informe presentado por el gobierno está impregnado de un particular sesgo ideológico desde su concepción, las herramientas son insuficientes, parciales y, en algunos casos (muchos), inexistentes. Paradigmático es el capítulo 4. Del texto, el dedicado al Cambio Climático: la única estrategia es el «combate”, la única herramienta “la renuncia”.

Un plan que no prevé conflictos no es un buen plan

La planificación presupone una recopilación lo más completa posible de la información relevante y la somete a la previsibilidad a largo plazo mediante la homogeneización y la estandarización de cuantos más factores mejor. Para ello, se necesitan instrumentos de previsión concretos, así como ideas fiables sobre las redes de causa-efecto o los patrones de desarrollo y las teorías del cambio social. Los responsables de la toma de decisiones suelen describirlo como «racionalidad de la planificación». Además, toda planificación debe ocuparse de -y describir- las fuentes de financiación, herramientas de compensación a los posibles afectados y otras circunstancias conexas. La cuestión crucial en la aplicación de un diseño de planificación es siempre cómo de abierta y adaptable a los errores, o cómo de dogmática, es la respuesta a las desviaciones de las especificaciones de inicio. Cuando se evalúa sistemáticamente el fracaso de un plan, deben preverse procesos metodológicos: la matematización de inventarios estadísticos, la aplicación de teorías de la probabilidad o del juego, modelos de pronóstico o a escenarios de contingencia que se basen en la evitación racional de «objetivos conflictivos». Ello necesita no sólo de un buen planteamiento tecnocrático: exige DIÁLOGO.

Nuestros planificadores olvidan que la planificación provoca objeciones y resistencias estructurales. Sometidos a proyectos diseñados y controlados de forma centralizada, muchos de los afectados se sienten repentinamente «despojados de planes propios», expropiados o sometidos a un conocimiento de dominación. La planificación amenaza los modos de vida tradicionales al crear imágenes contrarias de un futuro «más moderno, sostenible, digitalizado, transversal, inclusivo, …». La planificación tiene como objetivo la legibilidad, la calculabilidad, la claridad, la orientación y el orden; al hacerlo, contrapone el conocimiento analítico a la percepción y la experiencia personales del mundo y de la vida. En los procesos de planificación, a menudo chocan las acciones «intencionales» y las «valorativas» o «tradicionales». Especialmente en nuestras sociedades pluralistas con división de poderes, surgen repetidamente conflictos sobre cuestiones de procedimiento que complican o impiden proyectos personales. En el Plan queda claro que para el gobierno la mejor manera de limitar esas objeciones y resistencias estructurales es reeducar a los ciudadanos en la aceptación ciega de las decisiones tecnocráticas … por el mejor de los futuros.

El Plan España 2050 es una vuelta a los años 60 del pasado siglo. Hoy en día, en lo que respecta a los fenómenos que afectan a la sociedad en su conjunto, ya no es el objetivo audaz, sino el tanteo cauteloso y pragmático hacia el futuro -sobre todo a través de «proyectos consensuados»- lo que se ha convertido en la característica de la planificación social. En la «fase clásica», los planificadores daban por sentado no sólo que disponían de todos los recursos necesarios para planificar con éxito, sino también que contaban con toda la información pertinente, así como con modelos de progreso fiables para hacer sus extrapolaciones. Hoy en día el futuro ya no parece ser determinable y, por tanto, postular deseos a 30 años apenas produce un valor añadido utópico. La utopía de anticiparse al futuro no consiste tanto en moldearlo activamente como en preservar defensivamente el statu quo frente a futuras amenazas de todo tipo, desde las geopolíticas hasta el cambio climático. La comprensión cualitativa actual de la «complejidad» ha irritado «sosteniblemente» las aparentes certezas de la comprensión puramente cuantitativa-racional que habían creado un clima especialmente favorable para la planificación. Cuando el mundo «premoderno» salió de sus rutinas familiares y de la dinamización de la historia en la estela de la Ilustración, la idea de la planificación había servido para crear una especie de certeza activista de la acción frente a un futuro incierto que, aunque ofrecía constantemente nuevas sorpresas, debía trasladarse al ámbito de la confianza previa mediante la planificación. En el presente, la sociedad diferenciada y especializada basada en la división del trabajo sigue requiriendo una base organizativa y planificación detallada que genere SEGURIDAD LEGAL para las interacciones entre actores. Actores a quienes no se ha tenido en cuenta.

No, no es un plan, es una carta a los Reyes Magos de los tecnócratas de un lado del espectro político. Carísima, además.


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