El presidente Barack Obama recogía el 9 de octubre de 2009 la notificación del Premio Nobel de la Paz. Inexplicablemente. La excelente campaña política, que realizó en Internet en el uso de las redes sociales, le permitió a Obama alcanzar la Presidencia de los EE UU. El halo conciliador que le escoltaba, su impostada benevolencia, su forma de rebajar la gravedad en los conflictos nacionales e internacionales, su oposición al imperialismo norteamericano… hicieron de él, de Barack Hussein Obama, la persona apropiada para recibir el galardón del Premio Nobel de la Paz.

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Curioso, muy curioso porque solo en 12 de meses de presidencia este excelente mago de la política triplicaba la venta de armas. Y lejos de los mensajes buenistas que le condujeron a la Jefatura de la Casa Blanca, Barack H. Obama en ningún momento clausuró el uso ilegal de ese gulag nazi o estalinista que es la penitenciaría de Guantánamo.

Obama disfrutó del triste galardón de haber mantenido más tiempo a EE UU en guerras que otros presidentes norteamericanos anteriores

Tiene su ironía que tras 115 años en vigor del Tratado de Guantánamo debamos estos días recordar al filósofo Cesare Bonesana Marqués de Beccaria, autor de la obra De los delitos y las penas (1764), libro celebérrimo en la que este jurista critica los excesos que se cometían contra los penados en el interior de las cárceles. Y tiene su ironía, digo, ya que Obama, aunque logró el apoyo incondicional de los medios de comunicación, nunca fue en ningún momento el tal “Beccaria”. Y a ocho meses de salir de la Casa Blanca Obama disfrutó del triste galardón de haber mantenido más tiempo a EE UU en guerras que otros presidentes norteamericanos anteriores, como Franklin D. Roosevelt, Lyndon B. Johnson, Richard M. Nixon o incluso el mismo George W. Busch, entre otros.

Si Obama es el Presidente más belicoso de la historia de EE UU, ¿qué hace Obama con un Premio Nobel de la Paz en su haber? ¿Por qué no lo devuelve? Y si la brutal guerra de drones que Obama llevó a cabo, junto a la participación de EE UU en conflictos foráneos (Afganistán, Pakistán, Libia, Siria, Irak, Yemen, Somalia, Ucrania), constituye un dato altamente relevante, ¿por qué el comité noruego del Premio Nobel (cuyos miembros son políticos retirados nombrados por el Parlamento) no exigió al antipacifista Obama la devolución del alto galardón?

De Obama a Birmania

En Birmania, Aung San Suu Kyi, tras muchos años de encarcelamiento y represión por las autoridades de su país, pudo ser (re) conocida internacionalmente. Y gracias a su defensa de los derechos humanos, de las minorías… saboreó las mieles del Premio Sajarov en 1990. Un año más tarde, las honras del Premio Nobel de la Paz. La concesión de estos méritos venía avalada por su espíritu recto, indómito, por su valentía, su crítica a los despotismos y su salvaguardia, en fin, de los valores de la democracia.

Sin embargo, en política las cosas no son como las relatan los cuentacuentos. Sobre todo cuando Aung San Suu Kyi ha dado muestras de estar muy lejos de lo que defendía y ahora es cómplice de los asesinos de los rohinyás. El silencio prolongado que la actual lideresa birmana ha mantenido en la matanza de los rohinyás o ruangás (de fe hindú, budista, cristiana y musulmana), perpetrada por miembros del ejército birmano, ha hecho añicos la imagen de compromiso moral que Occidente tanto respetaba en este icono (casi de porcelana china) de rectitud que personificó no hace mucho tiempo Aung San con su lucha contra la tiranía.

El sudafricano Nelson Mandela estuvo implicado en sus años de juventud en la elaboración de atentados terroristas, lo mismo que el egipcio Yasser Arafat. Y sin embargo recibieron el Premio Nobel de la Paz

Además, que la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi (que asumió en 2016 los Ministerios de Exteriores, Energía y Educación, así como la Oficina de la Presidencia de Birmania) no defienda en estos momentos la libertad de prensa es un síntoma clarísimo de que no va a dar amparo a los periodistas que documentaron las matanzas de los rohinyás y han sido condenados en Birmania a una pena de siete años de prisión, a juicio de Aung San Suu Kyi por publicar secretos oficiales.

Es plausible que el problema resida en que no se debe a la ligera entregar nuestra confianza a los políticos incluso con Premios Nobel y cuyas actuaciones no son tan merecidas, tan claras y honestas o ni tan siquiera pacifistas como de ellos se predica en un blablablá de olvidos y panegíricos interminables. El sudafricano Nelson Mandela estuvo implicado en sus años de juventud en la elaboración de atentados terroristas, lo mismo que el egipcio Yasser Arafat. Y sin embargo recibieron el Premio Nobel de la Paz. Y qué decir, en esta lista de despropósitos y dudas más que razonables, del acreditado y geo-estratega Henry Kissinger que con una mano recibía el Premio Nobel de la Paz en 1973 por llevar a buen puerto las negociaciones del Tratado de Paz con Vietnam mientras que, con la otra, urdía ese mismo año el derrocamiento del Presidente chileno Salvador Allende.

Foto: Marc Nozell


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María Teresa González Cortés
Vivo de una cátedra de instituto y, gracias a eso, a la hora escribir puedo huir de propagandas e ideologías de un lado y de otro. Y contar lo que quiero. He tenido la suerte de publicar 16 libros. Y cerca de 200 artículos. Mis primeros pasos surgen en la revista Arbor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, luego en El Catoblepas, publicación digital que dirigía el filósofo español Gustavo Bueno, sin olvidar los escritos en la revista Mujeres, entre otras, hasta llegar a tener blog y voz durante no pocos años en el periódico digital Vozpópuli que, por ese entonces, gestionaba Jesús Cacho. Necesito a menudo aclarar ideas. De ahí que suela pensar para mí, aunque algunas veces me decido a romper silencios y hablo en voz alta. Como hice en dos obras muy queridas por mí, Los Monstruos políticos de la Modernidad, o la más reciente, El Espejismo de Rousseau. Y acabo ya. En su momento me atrajeron por igual la filosofía de la ciencia y los estudios de historia. Sin embargo, cambié diametralmente de rumbo al ver el curso ascendente de los populismos y otros imaginarios colectivos. Por eso, me concentré en la defensa de los valores del individuo dentro de los sistemas democráticos. No voy a negarlo: aquellos estudios de filosofía, ahora lejanos, me ayudaron a entender, y cuánto, algunos de los problemas que nos rodean y me enseñaron a mostrar siempre las fuentes sobre las que apoyo mis afirmaciones.