Este es el tercer eslabón de una cadena que comenzó con Daniel Bernabé en el diario El País, y continúa con un gran artículo, uno más, de Víctor Lenore en VozPopuli. Bernabé constata el fracaso de Unidas Podemos, pero se aferra a la presencia de UP en las Instituciones. Es el momento de ser útiles a la sociedad, dice, de introducir cambios reales que legitimen al partido, o al menos a la izquierda que representa el partido. Pone como ejemplo la reforma laboral protagonizada políticamente por la ministra de Empleo, Yolanda Díez.
La generación que votó a Podemos, que se sumó a la indignación decretada por los medios de comunicación, pero exigida por la situación de crisis que vivía nuestro país, ha cubierto esa furia bajo un manto de pesada incertidumbre. Y ahora que no están para pegar carteles en las universidades o perder largas horas en asambleas que no dejaron rastro, sino para progresar con sus carreras profesionales y alcanzar una vida cómoda, quizás desahogada, exigen que esto funcione; que su partido, al que necesitan votar para sentirse reconocidos, dé una respuesta eficaz.
Esta izquierda no sabe gestionar porque no quiere. Busca una transformación política fundamental: vaciar la democracia de contenido, y mantener el cascarón democrático sin dar opción al relevo político
En verdad, aquélla ola que llevó a podemos, según el CIS anterior a Tezanos, a ser el primer partido en intención de voto a finales de 2014, rompió tempranamente en las instituciones regionales y locales, y llegó a la ansiada playa del Congreso de los Diputados y del Gobierno con una fuerza ya desmayada. Por decirlo suavemente, el paso de los podemitas por el poder no ha sido eficaz.
En el Ayuntamiento de Madrid, los entusiastas del gasto político con el dinero ajeno no fueron técnicamente capaces de llevar a término multitud de iniciativas. No pasaron de las promesas al presupuesto. Y redujeron la ingente deuda del consistorio de la Villa como si fueran un hombre de paja neoliberal convertido en gestor público, como si el espantapájaros del mago de hoz se hubiera convertido en gestor público recién licenciado en la Universidad de Chicago.
Entiendo que Bernabé busque consuelo en la reforma laboral apadrinada por Díez, pero me da la impresión de que la reforma se la hicieron otros. La aprobó la CEOE, y los sindicatos no van a morder la mano que les da de comer. Hay algún cambio significativo, pero es como si a la reforma de Fátima Báñez sólo le hubieran cambiado de traje. Parece algo distinto, pero no lo es.
La realidad, y la señala Víctor Lenore esculpiendo sobre mármol, es que “Hoy Podemos se muestra impotente en ambos planos, porque no triunfa en la calle ni en los debates técnicos de la gestión”. Sobre la calle hay mucho que decir, y el propio Lenore lo ha dicho en incontables ocasiones. Pero ¿por qué no saben gestionar?
Esta no es la izquierda de los gobiernos de Felipe González, que atraía a hombres y mujeres muy bien formados, que veían al Estado como un aliado en la transformación social, y lo sabían domeñar para ponerlo al servicio de sus propósitos. Esta es una izquierda asamblearia, con formación ideológica, pero no técnica, y tan radical en su urgencia por “transformar”, que es incapaz de asirse a la realidad que quiere cambiar.
Por otro lado, esta izquierda no sabe gestionar porque no quiere. Busca una transformación política fundamental: vaciar la democracia de contenido, y mantener el cascarón democrático sin dar opción al relevo político. Crear masas empobrecidas que dependan del poder para malvivir; un voto cautivo, preso más bien, entre la miseria y las ayudas. Todo ello, revestido de lucha permanente contra la ultraderecha. Para ese viaje no son útiles los subdirectores generales de recursos humanos e inspección general de servicios.
Lenore contrapone lo que Bernabé llama “momento Berlinguer”, un comunismo que transige con la democracia y aspira a gestionarla, con su “hipótesis Polanyi”, en referencia a Karl. Ya saben que cuando a Jorge Luis Borges le preguntaron por Antonio Machado, respondió: “¿Antonio Machado? ¡Ah, sí, el hermano del poeta!”. Pues Karl Polanyi es el hermano del intelectual.
Pero hablamos de Karl y su tesis en La gran transformación, cuya tesis resume eficazmente Lenore así: “La tesis fuerte de Polanyi es que el capitalismo es una utopía política extrema, ya que la normalidad histórica consiste en que el mercado siempre ha sido un espacio subordinado en las sociedades humanas, cuyo centro está en lazos distintos al intercambio económico (familiares, religiosos, derivados de la costumbre, etcétera)”.
Esa es su tesis. Y si suena conservadora a pesar de haber insuflado un vivo antiliberalismo en varias generaciones de pensadores de izquierdas, es porque esa interpretación dizquederechista de Polanyi es posible. Y, de hecho, continúa Lenore: “El caso es que Polanyi se ha vuelto un referente incómodo para la izquierda del PSOE porque son los partidos de derecha radical -basándose en pensadores tradicionalistas- quienes han comprendido y aprovechado este enfoque mejor que ellos, disputándoles amplias capas de votantes”.
Pero ¿por qué se habría de sentir incómoda con el húngaro esa izquierda realmente existente? Porque su visión de la sociedad es estereotipada y está limitada a la efectividad política: sólo cuentan las identidades, y sólo las que sean susceptibles de convertirse en una palanca para su acción política. De nuevo, sus ideas suponen un pobre asidero a la realidad que quieren cambiar.
Lo mismo ocurre con el funcionamiento del sistema económico. Todo lo entienden al revés. Es más, basan sus ideas en afirmaciones con probablemente falsas: Bernabé habla de un fantasmagórico ‘neoliberalismo’ previo a la crisis, sin tener en cuenta que el sistema financiero está sometido a una regulación más estricta que casi cualquier otro sector económico, y que todo él está sometido a los dictados de unos órganos de planificación financiera, como son los bancos centrales.
De modo que ni Enrico Berlinger ni Karl Polanyi. Nunca es tarde para leer a James Buchanan o a Ludwig von Mises.
Foto: La Moncloa – Gobierno de España.