Este título está recogido de un reciente libro de Gedisa, “Sonríe, te están puntuando. Narrativa digital interactiva en la era de Black Mirror”, coordinado por Roberto Aparici y David García. Netflix ha sido muy oportuna con el reciente estreno de Bandersnatch, película que recrea el universo popular de la serie Black MIrror. La caída de los ingresos de Apple añade inciertos nubarrones a la innovación tecnológica, que se suman a la incertidumbre general. Mientras tanto, un robot espacial chino se ha posado en la cara oculta de la Luna.
La producción de Charlie Brooker etiquetada como serie, no es una secuencia continuada y episódica, es una ejecución unitaria, con un argumento temático sin trama, sin personajes fijos, centrada en las tecnologías digitales, sus posibilidades y temores. Parece que Invita del nuevo al viejo debate entre los defensores y detractores de la revolución tecnológica. Marshall McLuhan publicó “Comprender los medios de comunicación”, que siendo su frase más jaleada fue “el medio es el mensaje”, también lo fue pocas veces comprendida. El autor sabía que siempre que aparece un nuevo medio, la gente queda atrapada en la información, en su contenido. Y así estuvieron varias décadas discutiendo los sesudos teóricos de los Cultural Studies de Birmingham, enfrascados en el análisis de los efectos y usos de las tecnologías.
Con esta producción, unos cuantos años después ocurre lo mismo, las audiencias, incluso aquellos que se complacen en hablar de “serie de culto”, debaten sobre la maldad o bondad de los efectos. Lo que McLuhan vio es lo que los entusiastas y detractores no ven, que el contenido del medio importa menos que el medio en sí mismo en el análisis de la influencia que tiene en nuestros actos, en los modos de pensar y convivir.
Cada episodio es una invitación para entrar en la penumbra tecnológica que afecta tanto a la bioingeniería, como a los medios de comunicación, el bien y el mal, la ciencia, el sexo
Black Mirror explora la tecnología que delega la subjetividad del individuo a los aparatos, y cómo se desplaza la naturaleza individual a la vivencia de un vínculo, básicamente emocional y colectivo. Como indica Leonardo Murolo, en “Sonríe, te están puntuando”, esta crítica no se realiza de modo diegético, es decir dentro de la historia, pero se ofrece al espectador para que lo converse, lo discuta en los foros, en las redes. Bandersnatch aprovecha este filón comercial, para que cada interacción y cada clic sean metadatos que optimiza Netflix, mientras los espectadores juegan en la construcción de diferentes finales para la historia. De modo que cada episodio es una invitación para entrar en la penumbra tecnológica que afecta tanto a la bioingeniería, como a los medios de comunicación, el bien y el mal, la ciencia, el sexo, la producción industrial, el trabajo, el arte, la salud, la educación.
En episodios como “Caída en picado” de la tercera temporada, la banalidad del narcisismo y la aprobación social se expresan con miles de “me gusta”, que no solo convierten al sujeto en objeto de deseable, también lo diluyen en la masa y la colectividad. Cualquier objeto convertido en mercancía se ve obligado a ser expuesto para ser, lo importante no es existir sino ser visto, afirma Byung-Chul Han. Una tiranía de la visibilidad, signo de los tiempos actuales. El capítulo refleja describe en su espejo el despotismo de lo agradable, que supone una negación de los valores individuales, y la propia autocensura como mérito para obtener una mayor puntuación. Los personajes de la ficción, como miles de ciudadanos hoy, no se escuchan, sólo se muestran. El Smartphone es parte del día a día, nuestro yo está en nuestro bolsillo.
¿Somos marionetas de otros, igual que Stefan (protagonista) es nuestro títere?
Una producción sin apenas fronteras entre la realidad y la ficción, observa The Telegraph, que el gobierno de China tiene diseñado un modo de control de los movimientos personales del crédito de los ciudadanos para medir su fiabilidad. Se trata de un sistema basado en un crédito social que registra los comportamientos rutinarios de 1.400 millones de ciudadanos para determinar su confiabilidad.
Estamos ante un relato, que en mi opinión más que anticipar un futuro, describe los miedos y temores de un presente. Las situaciones que discurren por los distintos episodios son parte de lo cotidiano. Se trata de una ventana en la que nos asomamos a la la sociedad del espectáculo. Por eso el primer episodio “Himno nacional” de la primera temporada, el secuestrador utiliza YouTube como escaparate global para exigir el rescate de la princesa secuestrada a la aparentemente perpleja sociedad.
Con frecuencia acabamos fingiendo que la tecnología en sí misma apenas tiene importancia, que lo que importa es su contenido, o cómo la utilizamos. De este modo, quedamos muy complacidos porque al fin y al cabo somos nosotros los que tenemos el control. En cierto modo, nos acercamos a lo que buscan los guionistas en Bandersnatch, cuando plantean plantean si somos dueños absolutos de nuestros actos, o si existen ciertas fuerzas ajenas a nosotros que nos controlan. ¿Somos marionetas de otros, igual que Stefan (protagonista) es nuestro títere?, pregunta para el juego de conspiraciones que diseña Charlie Brooker.
La serie no descubre un escenario instrumental, sino un entorno, donde los medios y los seres humanos están en tensión. Un entorno que deriva en un escenario con las luces encendidas las 24 horas del día, 365 días al año. Un reality show intenso y permanente. Lo pensado, sentido, escuchado y visto es mostrado o no existe. No es fácil mirar. «Tú no ves el anuncio, pero el anuncio te ve a ti …» es la frase que encabeza un banner publicitario de Netflix . Black Mirror, forma parte de la era postelevisiva, inmersa en el ritual de la orgía del espectáculo , trazada en la liturgia del simulacro. Emociones en venta como servidumbre de la televisión en un modelo mercantilista, donde el objetivo es obtener el máximo beneficio económico en el «todo vale». Las personas son dignas de ser explotadas. Todo por el rating.
La distancia crítica que siempre existió en los grandes relatos religiosos, educativos, familiares, políticos, hoy lo ocupa el ritual del espectáculo
La estructura panóptica de la Red subraya nuestra condición de sujetos que circulan por el relato como objetos. La distancia crítica que siempre existió en los grandes relatos religiosos, educativos, familiares, políticos, hoy lo ocupa el ritual del espectáculo. Una realidad construida y calzada a nuestro perfil, en la que nuestro cuerpo se convierte en una prótesis repleta de dispositivos, en la que los sentidos son reducidos o sustituidos por sensores que procesan miles de estímulos. En la que ya se realizan experimentos para aumentar el sistema inmunitario humano con un sistema inorgánico, biónico. Un ejército de nanorobots y sensores monitorean lo que ocurre dentro de nuestro cuerpo.
Afirma Lev Manovich que el software está al mando. Lo necesitamos para comprender y ejercitarse en la web, para explorar la información, para convertir la nube en algo útil. Black Mirror es una inquietante puerta que cuestiona nuestra naturaleza humana desde los espasmos de la tecnología. Black Mirror es una buena excusa para racionalizar lo que está ocurriendo en una sociedad banal y narcisista, de modo que es relativamente fácil que los espectadores no solo se convierten también en jugadores, con las reglas de Netflix, sino también en una parte del engranaje, del show.
“Nuestra respuesta convencional a todos los medios, en especial la idea de que lo cuenta es cómo se los usa, es la postura adormecida del idiota tecnológico”, recuerda McLuhan.