Para muchos, en cuestión de horas, días o semanas, la alegría se convirtió en pena, la ilusión en desilusión y esta, a su vez, en desconfianza y miedo. Lo que al principio era solo una preocupación difusa por algunas señales ambiguas, ahora se percibe como un peligro inminente para el destino y la seguridad de Europa y Occidente.

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Donald Trump, quien para muchos conservadores representaba un bastión contra la cultura de la cancelación, la corrección política izquierdista y la defensa de los valores de Occidente compartidos con la Europa democrática, hoy es visto como un traidor. De la noche a la mañana, ha cambiado de bando, acercándose peligrosamente a un autócrata y criminal de guerra como Vladimir Putin, al punto de normalizar la invasión brutal de una nación libre y soberana como Ucrania.

Paradójicamente, la derecha también cancela al disidente. A nuestro alrededor ha surgido una derecha woke, tan o más agresiva que la de la izquierda

Negarlo es un acto de cinismo. La grieta, el abismo ideológico, el riesgo de fractura en Occidente está ahí, y el único beneficiado, al menos de momento, parece ser el líder norteamericano. Sin embargo, los verdaderos ganadores son aquellos enemigos históricos que buscan desmantelar el legado milenario de los principios que fundaron nuestra civilización.

Los líderes y hombres fuertes también cometen errores, a veces graves, capaces de destruir todo lo bueno que hayan logrado. Ignorarlo es propio de necios. Sin embargo, lo que se ha desatado es una ola de seguidismo, servilismo y fanatismo. Quien se atreva a señalar errores o a disentir es atacado y cancelado de inmediato por una horda de idólatras intolerantes. Algunos lo hacen por convicción, otros por conveniencia, y no faltan quienes simplemente están a sueldo del mejor postor.

La absurda y suicida fractura mundial que se abrió tras la invasión rusa a Ucrania se ha profundizado aún más luego de la visita de Volodímir Zelenski a la Casa Blanca. La hostilidad explícita de Trump y J.D. Vance hacia Ucrania, alineando su discurso y su política con Rusia, se ha evidenciado ante el mundo entero, provocando vergüenza y escarnio. Negarlo es, una vez más, de necios.

Muchos que se autodefinen como patriotas y conservadores han caído en un seguidismo ciego y acrítico hacia Trump, justificando incluso lo injustificable: que el invadido ceda al invasor, que renuncie a su lucha por la patria, la soberanía política y la independencia económica, y que, en nombre de la paz, acepte lo que en realidad es una rendición. Un curioso concepto de patriotismo, soberanismo y valores conservadores para quienes, en teoría, nunca aceptarían para sí mismos lo que hoy exigen a Ucrania.

Paradójicamente, la derecha también cancela al disidente. A nuestro alrededor ha surgido una “derecha woke”, tan o más agresiva que la de la izquierda. Todo se reduce a un esquema binario: patriotismo o globalismo. Cualquier idea que no encaje perfectamente en uno de estos polos simplemente deja de existir. Es el mismo mecanismo dogmático del materialismo dialéctico marxista: una fórmula rígida que da respuesta absoluta a cualquier cuestión, anulando así el pensamiento crítico.

Cuestionar al líder —sea quien sea— convierte automáticamente al disidente en alguien despreciable, indigno e infame. Basta con tacharlo de «globalista» para cerrar el debate, cancelar cualquier crítica y acallar a quien se atreva a señalar que “el emperador va desnudo”.

No hay nada peor en política que la sumisión y la obediencia ciega. La adulación servil corrompe y convierte en cómplices y tontos útiles a aquellos que, por seguir la corriente, terminan encarnando lo mismo que dicen combatir. La lucha por la libertad implica riesgo, y los verdaderos patriotas deberían saberlo. Resulta grotesco oírles proclamar que lo prudente es rendirse y aceptar al invasor porque “la guerra es mala y la paz es buena”.

No estaría mal que muchos de los actuales patriotas, soberanistas y conservadores recordaran algunas frases históricas que siguen siendo pertinentes. Como dijo Winston Churchill: Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”. O la advertencia de Ronald Reagan: “No nos equivocamos al pensar que la paz se logra a través de la fuerza. La debilidad solo invita a la agresión”. Curiosamente, Reagan también tuvo un pasado como actor, al igual que el actual presidente ucraniano, un detalle que muchos se empeñan en ridiculizar mientras no sienten reparo alguno en alabar a un exagente del KGB convertido en líder supremo de Rusia.

Hoy, a título personal, elijo quedarme con un verbo italiano, disobbedire, conjugado en primera persona del presente del indicativo y repetido hasta convertirlo en lema por Gabriele D’Annunzio: disobbedisco. Desobedezco. Porque muchas veces es necesario desobedecer para seguir distinguiendo lo que está bien de lo que está mal, y para preservar aquello que nos diferencia de las bestias: el principio de la libertad y el libre albedrío.

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