Como cabría esperar por nuestro anquilosado sistema laboral, que venimos arrastrando desde los tiempos del Generalísimo, y este torpe y profundamente ideologizado gobierno que nos mira desde las alturas monclovitas como si la cosa no fuera con ellos, mientras muchos de los países de nuestro entorno europeo y de la OCDE comienzan a desperezarse económicamente y dan pequeños pasos en la dirección del crecimiento, en España mantenemos unos guarismos desastrosos que hacen prever que la profunda crisis que arrastramos se alargará más de lo deseado por todos. No se podía saber, pero fuimos muchos los que lo aventuramos.
No deja de ser tan curiosa como indignante la cerrazón mental de los que están llamados a poner coto a la sangría de parados que se sucede mes tras mes. Como alguna vez hemos comentado, no se trata de ser el primero de la clase, basta con echar una mirada a nuestro alrededor. Partidos de toda índole y condición gobiernan o han gobernado países como Dinamarca, Estonia o Suiza, por poner tres ejemplos, pero hay muchos más, demostrando que para que el montante del paro no supere el 5% de la población en edad de trabajar hay multitud de recetas, que además se pueden pintar del color político que ustedes gusten. No estamos hablando de países donde las condiciones laborales rayen la esclavitud, al contrario. El mundo está lleno de países con contextos laborales tan buenos o mejores que el español y con sistemas mucho más eficientes en lo que a colocar o recolocar trabajadores se refiere. No hay que buscar demasiado, muchos de ellos están bien cerca. Incluso en varios de ellos gobiernan partidos socialistas.
La fatal arrogancia de aquellos que se sienten tocados por la vara divina y creen que pueden organizar el bendito caos siempre trae consecuencias indeseadas. Es contraproducente. Como la Biblia, acaba con un Apocalipsis y como todo Apocalipsis que se precie viene con su Conquista (dicen ellos que social), con su Hambre, su Guerra y su Muerte
Bajo estas premisas solo cabe achacar a nuestros gobernantes ignorancia supina o supina maldad. Cada cual que diseñe su receta y sus proporciones al respecto, pero lo bien cierto es que sobran ejemplos que arrojen luz sobre lo que conviene aplicar para conseguir un mercado laboral saludable, activo y rocoso, capaz de absorber las vicisitudes del destino sin incrementar el desempleo de forma alarmante.
Como es costumbre en España, donde las redes clientelares y el amiguismo son proverbiales, esta ceguera testicular no es patrimonio exclusivo de los que encabezan listas electorales. Rodeados los de la bancada azul por la habitual turba de palmeros paniaguados, todos juntos repetirán las mismas letanías que cualquiera que haya pasado los treinta y haya leído dos periódicos es capaz de recitar sin torcer un ápice el renglón. Se echan balones fuera, culpables que no pueden tener culpa porque no tienen cargo, circunstancias sobrevenidas o imprevistos de última hora y, por obra y gracia del comunismo chino o de la OMS, o de quienes ustedes gusten, este año también contaremos con la participación de un minúsculo, pertinaz y criminal virus asesino, de tan anchas espaldas que cargará con esa responsabilidad que ni el gobierno, ni los sindicatos, ni la prensa que los jalea, son capaces de asumir.
Se ha olvidado convenientemente que un sistema laboral deseable no es aquel en el que nadie pierde su trabajo. Las personas cambiamos de ocupación por múltiples circunstancias vitales. Unas veces por decisión propia, otras empujados por los hechos. Lo que se precisa, por lo tanto, es un esquema que permita encontrar trabajo rápidamente cuando uno lo pierde o desea cambiarlo. Como apuntábamos hace unas líneas, las fórmulas son variadas, sin embargo, todas ellas comparten, sin duda, una mayor flexibilidad normativa y burocrática si las comparamos con en el sistema español. Tanto se han afanado por borrar todo resto de la dictadura franquista de nuestras leyes, cualquier bondad si es que la hubo, que no se explica uno como no han suprimido de un solo golpe una legislación laboral que nos empuja una y otra vez a un paro superior al 20%.
La perífrasis lo indica claramente. Si el marco suele ser incomparable o la ovación cerrada, la fe tiende a ser, por desgracia, ciega. Abandonado todo atisbo de racionalidad por Sánchez, Iglesias y los suyos, solo quedan creencias místicas o mágicas. Si existe un socialismo menos socialista, más pragmático y beneficioso para los intereses de los españoles, no es el que estos infames practican. El Consejo de Ministros lleva décadas convertido en un aquelarre donde nadie se quiere percatar de las múltiples formas en las que otros han solucionado estos problemas. Esto no es nada nuevo, pero ahora escuece más. Se mezcla ojo de tritón y un par de subvenciones multimillonarias y desaparecen siete millones de personas que no consiguen ponerse a trabajar.
De la misma manera en que el Estado se separó de la religión, al menos formalmente y en occidente, hace unos siglos, es necesario que vaya alejándose también de cualquier otra forma de espiritualidad, mane esta de la Biblia, del Corán o de la regulación laboral española. Devolver competencias a la sociedad civil tiene mucho de esto y cada vez resulta más acuciante.
Cuanto menor es la participación burocrática en el mercado laboral más rápidamente éste maniobra en coyunturas desfavorables. Más allá de resolver cuitas y desacuerdos, el aparato del Estado debe quedar fuera del mercado laboral. Todo lo que exceda de estos máximos no puede calificarse sino como devoción, como fervor, como celo religioso de quienes regulan y, como tal, debe quedar al margen del buen gobierno. La intervención en estos menesteres debería quedar proscrita de una vez por todas. La fatal arrogancia de aquellos que se sienten tocados por la vara divina y creen que pueden organizar el bendito caos en el que nos movemos siempre trae consecuencias indeseadas. Es contraproducente. Como la Biblia, acaba con un Apocalipsis y como todo Apocalipsis que se precie viene con su Conquista (dicen ellos que social), con su Hambre, su Guerra y su Muerte.
Foto: Everton Nobrega.