“La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros” Sócrates (hace 25 siglos)
Esta célebre cita expresa muy bien lo que los jóvenes siempre han sido para la sociedad “adulta.” Los menores de 18 años corresponden a la generación que estrenó este milenio. Se dice que crecen en el narcisismo de las redes sociales, los caprichosos de la última novedad tecnológica, son unos consentidos y apenas toleran la frustración.
La nueva generación no mira atrás como los adultos, ni espera tiempos que ya no volverán
Sin embargo, esta generación nació y creció con la crisis, está adaptada para el cambio, no se imagina un empleo fijo y está convencida de que tendrá que irse fuera a buscar trabajo, con la duda de que si volverá. Es decir, se trata de una generación que no mira atrás como los adultos, ni espera tiempos que ya no volverán. Adaptados al cambio, los jóvenes están más sensibilizados para compartir (piso, trabajo, coche), poseen más cintura para moverse, para hacer conexiones, para intercambiar en el ocio y la tolerancia.
Unos bárbaros entre nosotros
Sus padres en parte, y sus abuelos, crecieron en la jerarquía de la autoridad (libro, maestro, educación), a través de un pensamiento marcado por la racionalidad y linealidad de lo impreso. Alessandro Baricco, en “Los bárbaros: ensayo sobre la mutación” describe a unos “bárbaros” que están entre nosotros. Navegan a gran velocidad y sobre la superficie. Surfean, aprovechando la máxima intensidad de la cresta de la ola, huyen del fondo, un “fondo” que contiene la cultura, la política, la sociedad que les han legado los “mayores”, con sus lastres de corrupción, estanqueidad, clientelismo, intolerancia.
Aunque el autor no alude a los jóvenes, la asociación con esos bárbaros es inmediata. Se comportan y expresan como ellos. Adoran los atajos y el éxito rápido, frente al sacrificio y el esfuerzo a fuego lento. Lo bello es siempre espectacular frente a la prosa del alma y el espíritu. Viven entre las pantallas, piensan menos y poco, pero lo hacen en ondas y en redes, frente al libro y la profunda reflexión. Son viscerales y emocionales, precisan la gratificación inmediata, no toleran la frustración, se alejan de la quietud y lo racional.
Antes era la familia y la escuela quienes pautaban los modelos y la conducta. Hoy es la tecnología
Lo que nos separa de los bárbaros no es solo generacional, se ha producido un profundo cambio en las mediaciones. Antes era la familia y la escuela quienes pautaban los modelos y la conducta. Hoy es la tecnología la que filtra el saber, el conocer, el comportamiento. Una tecnología que sus padres y abuelos aprendieron mientras que ellos interiorizaron por ósmosis.
El ensayista alemán Wolfgang Schivelbusch recuerda que el miedo a ser derrotado y destruido por hordas bárbaras es tan viejo como la historia de la civilización. Una buena metáfora, ya empleada en la literatura y el cine. En el último capítulo de su libro, Baricco utiliza la analogía de la muralla china para preguntarse si los “no-bárbaros”; es decir, los hijos de la cultura Guttemberg, han levantado ese muro para defender su territorio, su patrimonio ideológico y cultural. O hemos sido los “adultos” y protectores de la Gran Cultura los que avistamos estas hordas encumbrados en nuestras defensas, paralizados por el cambio generacional que se acerca.
Generaciones conscientes de la crisis
Se habla de los jóvenes como pasotas, irresponsables. Los medios de comunicación y los social media los asocian en sus géneros informativos a comportamientos antisociales, violentos, y abusivos en sus consumos. Pero recientes estudios, indican que estas generaciones son conscientes de la crisis existente (política, laboral, social) y que están dispuestos a admitir su responsabilidad. Una realidad muy alejada de la perversa expresión “ni-ni” (ni estudia, ni trabaja) que describe una juventud acomodaticia y consumidora.
Los jóvenes no viven con sus padres porque les resulte más cómodo: lo hacen porque no encuentran alternativas
Los jóvenes no viven con sus padres porque les apetece o les parece más cómodo: lo hacen porque no encuentran alternativas. Son conscientes de que no estamos ante una época de cambios, sino ante un cambio de época. No obstante, la imagen que de ellos ofrecen los medios es esquemática y estereotipada. Confunden la “parte con el todo”. Es irónico y cínico hablar de “normalidad” para trazar el patrón de los jóvenes en el marco de unos valores, como la rebeldía, la creatividad, falta de responsabilidad, que rechazan la estabilidad adulta, y que mezclados con el exceso, la tendencia al riesgo, presión e inmediatez, forman una combinado muy incómodo.
La “visión normalizada” se sostiene en el prejuicio y la sospecha en relación con los intereses económicos y morales que los sustentan. Evidente es la publicidad, así como en las plataformas mediáticas que facilitan su circulación, como las series juveniles y familiares de ficción, o los grandes escaparates de la moda y las nuevas tendencias.
Pantallas y jóvenes, un peligroso cóctel
Estas visiones-cliché ya aparecieron con la televisión (finales de los 50-60), donde una romería de psicólogos primero, de psiquiatras después, publicaron estudios sobre sus efectos (casi siempre perversos). Luego fueron los videojuegos, un escenario para adictos y desadaptados; y ahora las redes sociales, donde los titulares subrayan cómo los jóvenes graban palizas con sus móviles y lo cuelgan en la Red para escarnio público y publicable.
Los jóvenes como amenaza no es la única construcción, también se presentan como amenazados, como víctimas y vulnerables, carne de cañón para los excesos de la tecnología (videojuegos, redes sociales y prótesis tecnológicas) o la violencia en las calles y en sus casas. Amenaza o amenazados, los jóvenes padecen estas representaciones que marcan la agenda informativa, principalmente en la televisión. Echen un vistazo a cualquier telediario.
Cuando un joven entra en clase, sus compañeros saben enseguida si lleva las zapatillas equivocadas
Junto a esta crónica negra, existe el discurso rosa, el que sirve la publicidad en bandeja dorada el joven como cuerpo 10, porque lo joven vende siempre. El mercado investiga y ha comprobado que uno de los aspectos que preocupan mucho a los jóvenes es su popularidad. La moda marca y excluye. Cuando entra en clase, sus compañeros saben enseguida si lleva las zapatillas equivocadas.
Alissa Quart señala que en EE.UU se realizan fiestas de cumpleaños en las que los padres se gastan con sus hijos de 14, 15, 16 años, unos 50 000 dólares; es decir, lo que a ellos les podría suponer arreglarse los dos baños o una cocina, lo dedican a pagar una fiesta al niño para que tenga un día de gloria. Y estamos hablando de familias de clase media.
Un doble paternalismo
¿Qué existe detrás de estos discursos que homogeneizan? ¿Por qué no presentan la complejidad y la diversidad que caracteriza a la juventud? Observo un doble paternalismo. Paternalismo moral porque en la medida que los jóvenes sean débiles, vulnerables y estén amenazados por todos los peligros sociales y tecnológicos, será necesario el padre adulto que lo proteja. O amenaza, porque también el adulto se ocupará de poner orden y velar por su seguridad.
A las empresas les interesa mucho que los jóvenes sean la generación-clic, un goloso target
Y el paternalismo de mercado. A las empresas les interesa mucho que los jóvenes sean la generación-clic (nativos digitales), preparados de una forma natural para desenvolverse por la virtualidad y las nuevas tecnologías, es decir, un goloso target. El padre moral y el padre mercado garantizan el sistema, aseguran el control y el consumo.
La superación de esta mirada plana requiere más esfuerzo y recursos, con estrategias de mediación e intervención planificadas a largo plazo y proyectos intersectoriales e intergeneracionales que faciliten espacios propios de expresión para los jóvenes con los jóvenes. Mucho pedir para la talla política que tenemos, a pesar de que un diseño intergeneracional donde veteranos y jóvenes trazaran líneas de trabajo, sería una garantía para otro modelo social más esperanzador. Y una juventud menos maldita.
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