Se celebra hoy el Día de la Victoria en Rusia, entre las sombras y las luces de la guerra en Ucrania, una lamentable lucha armada entre dos pueblos eslavos hermanados por la historia de los últimos siglos y separados en la actualidad por tensiones geopolíticas globales. ¿De qué lado está Rusia? Del de sí misma, en la defensa de su valor como gran nación histórica y presente que se resiste a ser ninguneada por las fuerzas occidentales. El pueblo ruso puede ser acusado de temerario, de suicida, pero no de lacayo o pusilánime como nuestra afeminada Europa actual. El mundo es de los audaces, de los que luchan heroicamente. ¡Viva Rusia!, contra todos y contra todo… hasta la victoria final.
Mi pesar por esta execrable guerra. Comparto el dolor ante los muchos ucranianos fallecidos, heridos, exiliados, o que han perdido sus hogares y seres queridos. Son víctimas propiciatorias de este conflicto, sacrificadas en el altar de los dioses de las grandes potencias que juegan en el tablero geopolítico utilizando algunas naciones como peones. Es encomiable su resistencia heroica en el enfrentamiento con el gran oso, defendiendo su derecho a ser una nación libre e independiente (o eso creen; porque realmente, ser un lacayo de los Estados Unidos no convierte a las naciones en más libres e independientes). Vaya por delante mi deseo de que pronto se alcance la paz y ¡viva Ucrania!, que siga existiendo esa tierra de hombres valerosos.
Primera víctima de la guerra: la verdad
Viendo las noticias en los medios de comunicación sobre la guerra en Ucrania, es obvia la falta de imparcialidad. En España al menos, todos los medios de cierto impacto, ya sean de derechas o izquierdas, han decidido, incluso antes de que comenzara la invasión, que Rusia es el malo de la película, y cualquier acción que ejecute es condenable, mientras que cualquier acción que haga el ejército ucraniano es digna y heroica.
Esta guerra significa muchas cosas, y entre ellas destaca la lucha entre la visión economicista anglosajona contra una visión del mundo donde el poder militar tiene vida propia más allá de los dineros que la sustentan
Se ocultan deliberadamente los hechos que no interesan para el relato victimista pro-ucraniano y pro-OTAN: se ensalzan con alegría las derrotas parciales infringidas al enemigo ruso mientras que se ocultan las derrotas al ejército ucraniano; se destaca el fallecimiento de civiles por ataques del ejército ruso, mientras que se ocultan las equivalentes matanzas de civiles (especialmente en la región del Donbass) por parte del ejército ucraniano, aparte de las 14 mil víctimas mortales de los últimos ocho años antes de la invasión de Rusia, así como torturas a soldados rusos, etc. Se tachan también los comunicados de Rusia de desinformación y se oculta toda la ayuda humanitaria que Rusia está realizando en Ucrania.
Esta manipulación mediática le conviene a Ucrania, títere de los Estados Unidos, pues la única manera que tiene de hacer frente al más poderoso ejército ruso es involucrar a otras naciones, con envío de más y cada vez más potente armamento. Juegan su papel victimista, teatro que se le da bien a su actor-presidente. Si se le hiciese caso a Zelenski, la OTAN entraría en guerra directa contra Rusia, en una tercera guerra mundial con armamento nuclear. Afortunadamente, entre los altos mandos de la OTAN todavía parece que hay gente que piensa y no se deja arrastrar por el sentimentalismo.
Sucede como en el relato de la violencia de género en España: para poder ensalzar el victimismo, se ocultan deliberadamente en la mayoría de los medios las noticias de asesinatos de hombres en manos de sus parejas o exparejas mujeres; en menor cantidad, pero no despreciable totalmente. Y el irrespetable ciudadano medio, consumidor de noticias, termina por creer que aquello que no sale en los medios de comunicación no existe. Siempre son los rusos los que matan a civiles, y siempre son los hombres los que matan a mujeres y nunca al revés —según el credo oficial.
Por otra parte, los medios rusos o prorrusos utilizan el discurso diametralmente opuesto: destacan las victorias del ejército ruso, y las atrocidades del ejército ucraniano o los comandos que denominan “neonazis”, torturas a soldados rusos, montajes o fake news en las noticias propagadas en occidente, etc. (véase por ejemplo: video, video, artículo con vídeo, artículo), mientras ocultan sus atrocidades o sus derrotas y se presentan a sí mismos como liberadores en la región del Donbass. Y parece que funciona la manipulación mediática tanto en el bando pro-OTAN como en el bando ruso, porque según las encuestas la mayor parte de la población de los respectivos bandos se cree sus relatos y apoya sus respectivas causas.
Nada nuevo hay bajo el Sol. La prensa no propaga, sino que crea la opinión libre, y lo que la prensa no cuenta no existe. El filósofo Jean Baudrillard (1929-2007) señalaba que, en una época en la que los medios de comunicación están por todas partes, se crea una hiperrealidad: la cadena de imágenes retransmitidas de una guerra o de cualquier evento quedan como representación ante el pueblo de la realidad misma. Bien decía el también filósofo Jürgen Habermas (1929-) que la opinión pública en una democracia no se configura mediante debates abiertos y racionales, sino a través de la manipulación y del control ejercido por la publicidad en los medios de comunicación. Y lo mismo o peor cabe decir en las naciones no-democráticas.
¿Dónde reside pues la verdad? La verdad íntegra sobre una guerra es inaccesible, y solo un tiempo después del final de la guerra se pueden conocer con alguna objetividad algunos hechos parciales sobre la misma, aunque suelen ser los vencedores los que cuentan su versión de los hechos.
Nada nuevo ni sorprendente, como decía. Realmente, desde que hay humanidad y hay guerras, siempre ha habido discursos sesgados que tratan de convencer a la población de que están en el bando correcto, o en el lado correcto de la Historia. Se trata de evitar revueltas internas en cada nación, y evitar así deserciones masivas, o protestas antibélicas que puedan desarrollarse en tal magnitud que entorpezcan la labor de sus ejércitos. La mayoría de los ciudadanos son parte de un rebaño infantil y hay que tratarlos como tal. No son intelectuales con los que se pueda desplegar una serie de argumentos y debatir. Más bien, son (somos) niños a los que hay que contarles un cuento de buenos y malos para justificar las acciones bélicas, de envío de armas u otros. Es difícil explicar a este pueril público de las democracias o no-democracias que el otro bando tiene tan buenas razones como las nuestras para luchar, pero que las guerras no se luchan por razones en base a unos principios, sino por intereses económicos, estratégicos u otros. Es más fácil para el Kremlin alentar el espíritu patriótico diciendo que se va a luchar contra neonazis, y es más fácil para las naciones democráticas decir que se va a luchar contra un Putin al que se pinta como un diablo. Con eso y unas piruletas, ya está el pueblo satisfecho.
La diferencia con lejanas guerras del pasado es que hoy los medios de comunicación, incluyendo las redes sociales, tienen un poder y una capacidad de manipulación muy superior al de antaño, hasta el punto de que se pueden conseguir algunas victorias parciales sin pegar un solo tiro, solo con el bombardeo de noticias falsas o manipuladas o sesgadas que mueven a los ciudadanos a presionar a sus gobiernos para tomar algunas decisiones en consecuencia.
Lo gracioso del asunto viene cuando alguien nos señala que lo que digan los medios rusos no es creíble porque aquellos producen desinformación. ¡Qué guasón! ¿Acaso existe alguien que no desinforme en esta guerra?
Así, sucede por ejemplo que, cuando se da una lamentable masacre de civiles, medios de ambos bandos presentan la noticia con visiones totalmente opuestas. Los rusos dicen que la masacre la han cometido los ucranianos, y los ucranianos dicen que los rusos son culpables. ¿A quién creer? Rápidamente aparecen voces de agitadores en redes sociales u otros medios diciendo “yo creo lo que dice un bando y no creo lo dice el otro bando”; sucede algo similar a los presuntos casos de acoso sexual, donde la plebe ya se forma su opinión y condena antes de que haya un juicio bajo lemas de “yo te creo, hermana”; hay incluso algunas almas cándidas que piensan que en un caso de acoso una mujer nunca miente. Algo similar sucede cuando vemos acusaciones al gobierno ruso de mentir, y se decide por simpatía creer la versión del bando de los buenos, que nunca mienten. El pueblo estúpido es fácil de manipular: bastan unas imágenes lacrimógenas y unos titulares llamativos diciendo con rotundidad quién es el culpable, aunque los argumentos sean de dudosa valía y todavía esté bajo investigación el evento, y ya tenemos la opinión formada de la irrespetable masa lectora de prensa; lo que conlleva que se destituyan inmediatamente a diplomáticos rusos, o se envíen más armas al lugar de conflicto. Así se hacen las guerras: aumentando la tensión tanto en los campos de batalla como en los campos de la información, donde se alienta el odio antes que la verdad o la comprensión de las razones del supuesto enemigo.
¿Que mueren civiles? Sí, claro, es una guerra, ¿qué se esperaba si no? Y máxime cuando el ejército de Ucrania se refugia dentro de las ciudades utilizando a civiles como escudo, o distribuyendo armas automáticas entre muchos civiles también.
¿El culpable es siempre el invasor? Si fuéramos a condenar a Rusia por invadir un país, antes habría que condenar las múltiples invasiones de Estados Unidos o sus aliados de la OTAN a otras naciones soberanas: Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, Siria, etc.
¿Que Ucrania (junto con la ayuda que está recibiendo en términos de armamento de más de una docena de países de la OTAN, ayuda logística, en el adiestramiento del ejército, etc.) está venciendo al ejército ruso o al revés? Más allá de la propaganda de los medios, habrá que ver el resultado al final de la guerra. Cuando veamos dónde se quedan las nuevas fronteras de Ucrania echaremos cuentas de quién ha ganado o quién ha perdido más.
Hipócrita ”mundo libre”
Me viene una sonrisa burlona a los labios cada vez que oigo la expresión “mundo libre”. Suena similar a los nombres de los ministerios de la novela “1984” de Orwell; o, sin ir más lejos, a como suena el ministerio de Igualdad con Irene Montero como ministra.
No se puede llamar mundo “libre” al que promueve la cultura de la cancelación, y ya llueve sobre mojado al respecto en nuestras naciones occidentales. No es tal mundo libre el que cierra cadenas de televisión y medios de comunicación rusos (RT, Sputnik,…) bajo la excusa de que promueven la desinformación, mientras los demás medios desinforman y manipulan todos los días. No se pueda hablar de libertad de expresión cuando, en cualquier canal de TV que encendamos donde hablen de la guerra de Ucrania, aparece usualmente un ucraniano dando su versión de los hechos, o un ruso anti-Putin (que es minoría en su país), mientras se deniega la voz a cualquier ciudadano ruso que quiera explicar los motivos del conflicto desde un punto de vista del Kremlin.
Antaño era también el “mundo libre” (¡qué risa!) el adalid del respeto a la propiedad privada y la globalización, el defensor de una libertad de movimiento de capitales sin que interfieran los gobiernos. Hoy son adalides del pirateo o robo de la propiedad privada bajo el eufemismo de “sanciones”. ¿Sanciones por qué delito?, ¿por haber nacido en Rusia? Basta que un ciudadano sea ruso, cualquiera que sea su opinión sobre la guerra, para que le confisquen su yate, casa, dinero en cuentas bancarias. ¿Y qué decir del bloqueo de 300 mil millones de dólares de las reservas del Gobierno de Rusia, con la intención de transferirlos al gobierno de Ucrania? Vuelven los tiempos del pirata Francis Drake al servicio de los gobiernos anglosajones. Para más sorna, algún burócrata europeo ha llamado la atención a Rusia por no cumplir sus contratos, al exigir que se pague el gas en rublos. Bien merecería Europa hundirse en crisis económicas por los cortes del suministro de materias primas que ella misma habría provocado. Los ciudadanos rusos sufren las consecuencias de las sanciones, aunque no hay para ellos mal que por bien no venga.
¿Y qué se espera que pensemos cuando se nos dice que esta guerra contra Rusia le interesa a Europa para defender sus valores de democracia y libertad? Pues, la verdad, prefiero que me digan que interesa saquear y doblegar a Rusia por intereses económicos o simple sed de status o mantener la hegemonía de nuestras naciones a base de robar a otras, porque, si es para defender la “libertad” de nuestra civilización, poco veo que merezca la pena defender. Y la democracia, acompañada de la agresiva manipulación de la plebe de votantes a través de los medios de comunicación, poco valor tiene también.
Guerra de Ucrania con perspectiva de género
Pero es que Europa es además portadora de otros valores morales supremos –se me dirá—: la diversidad, igualdad e inclusión. Aquí se respeta a la mujer y los colectivos LGTBIQ+ ¡Oh, oh!, qué gran conquista de nuestra civilización.
Esta Europa afeminada, orgullosa de sus gais, y defensora de la calzonacería institucionalizada, bien podría constituir otra excusa de Rusia para apartarse de la decadencia de nuestro continente.
Aquí en occidente los hombres participan en la crianza de los pequeños, aquí hay conciliación familiar y las mujeres pueden ocupar los mismos puestos que los hombres y los hombres los mismos puestos que las mujeres. ¡Oh, oh!
¿Las mujeres en los mismos puestos que los hombres? Pues según esa lógica tendría que ser obligatorio tanto para hombres como para mujeres ucranianos dentro de un rango de edad quedarse en el país para defenderse del invasor ruso, ¿no?
En un noticiario de televisión española, cuando se hablaba de que los hombres de Ucrania entre 18 y 60 años estaban obligados a quedarse en su país para su defensa (¿dónde está aquí la libertad?), un locutor hizo la oportuna pregunta: “¿y las mujeres?”. Por unos segundos, el periodista al que se le hizo tal pregunta bajó la cabeza, como diciendo “Tierra trágame, a ver cómo salgo de tal pregunta sin que me cueste mi puesto de trabajo”, tras lo cual reaccionó y expresó que las mujeres estaban haciendo un gran sacrificio por su nación haciéndose cargo de los niños y ancianos en su exilio. ¿En qué quedamos, no había igualdad y conciliación familiar para todos?, ¿no se plantea la posibilidad de que algún hombre pueda huir al extranjero con los niños y dejar a su esposa defendiendo el país?
¿Y qué hace la Europa moralizante apoyando a un país como Ucrania en el que se envía a las mujeres a cuidar los niños mientras los hombres van a la guerra? ¿No es esto sexista? Como señalaba en un artículo anterior: en tiempos de guerra, el feminismo se esfuma; el día que comience la tercera guerra mundial, se acabará la tontería.
Extraña también tanta simpatía ahora de la Unión Europea hacia Polonia y viceversa si hace unos meses se le impuso a Polonia una sanción económica desmesurada por no acogerse a las exigencias del resto de los Estados miembros. ¿Ya se ha olvidado Europa de cuáles son sus principios?
Esta Europa bien podría denominarse “marxista”, no por Karl sino por Groucho y su sentencia “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”. Hace poco estaban también los burócratas de Europa tonteando con la idea de convertir el gas en energía verde, y ahora se han olvidado y parece que ya no pesa el argumento de la ecología a la hora de traer gas licuado en barcos desde Estados Unidos, con el coste contaminante que supone, y además extraído por técnicas de fracking, anteriormente prohibidas en nuestro continente. ¡Ay!, ¿y estos son los valores de nuestra civilización que hay defender frente a Rusia?
Lógica imperialista
No podemos saber o entender lo que se cuece en la guerra de Ucrania, salvo hechos aislados, pues cualquier fuente de información u opinión está tergiversada, y es por ello difícil sacar una impresión global. No obstante, se puede pensar en términos generales sobre la fenomenología que acompaña este tipo de conflictos.
Se aplica aquí la misma lógica que se ha aplicado en cientos de ocasiones a lo largo de la historia. Los imperios están abocados para su supervivencia a actuar como depredadores sobre otras naciones para mantener su status. Tanto en un periodo de expansión, de estabilidad, o incluso en los últimos coletazos de su decadencia, las grandes potencias se ven empujadas por su condición a imponer su poder, so pena de desaparecer de modo contrario. Cierto que para que haya un cierto equilibrio entre naciones desiguales se ha inventado el derecho internacional, y todo un sistema de disfraces de civilización, pero, antes o después, de uno u otro modo, siempre saldrá de todo imperio su voluntad de dominar y mantener su dominio.
Los grandes imperios en decadencia son peligrosos, porque conscientes de la mengua de sus posibilidades futuras tienden a patalear y crear conflictos. Sobre todo si esas naciones han sido heridas en su orgullo. Alemania en la Segunda Guerra Mundial se convirtió en una bestia peligrosa después de haber sido derrotada humillantemente en la Primera Guerra Mundial. Algo similar le puede estar pasando a Rusia tras la caída de la Unión Soviética, lo que puede empujar a acciones desesperadas y con despecho antes que reconocer que su gran imperio soviético, incluyendo a los países del Pacto de Varsovia, es cosa del pasado. Mas si hay que hablar de un imperio en decadencia es Estados Unidos, que está viendo cómo próximamente va a perder su status de nación número 1 en un mundo unipolar para dar lugar a un mundo multipolar en el que probablemente ya no será el número 1. No sabría decir cuál de las dos naciones, Estados Unidos o Rusia, es más peligrosa en estos momentos. Entre colosos anda el juego, y, mientras, China observando como espectadora y esperando el momento adecuado para hacer su debut como gran potencia imperial del s. XXI.
El dinero no lo es todo
Muchos analistas no entienden cómo un país como Rusia, con un PIB similar al de Italia, puede atreverse a hacer frente al conjunto de naciones ricas que conforman la OTAN. Y no lo entienden porque solo piensan en términos económicos. La lógica economicista reza: “si yo tengo más dinero que el enemigo, puedo comprar más armamento, puedo movilizar mayores ejércitos y puedo sobre todo intervenir más en los medios de comunicación para que propaguen noticias falsas o tergiversadas sobre la guerra a mi favor, y puedo poner sanciones a quien no me siga el juego, con lo cual la victoria será mía”. Este razonamiento olvida ciertos factores, primero que los sueldos de los soldados rusos o el coste del armamento construido en Rusia es menor que el equivalente occidental. Segundo, y más importante, que las naciones y los ejércitos no se mueven solo por el dinero, sino por la sed de gloria militar (en el caso de Rusia) o por la defensa de una tierra contra el invasor (en el caso de los ucranianos).
Esta guerra significa muchas cosas, y entre ellas destaca la lucha entre la visión economicista anglosajona contra una visión del mundo donde el poder militar tiene vida propia más allá de los dineros que la sustentan. Estados Unidos solo piensa en términos de PIB y no sabe ver más allá para evaluar la grandeza de una nación. Rusia mantiene una visión más amplia sobre los diversos tipos de poder.
El Día de la Victoria con respecto a la presente guerra de Ucrania no ha llegado aún, llegará el día en que rusos y ucranianos firmen la paz y logren entenderse como pueblos hermanos que han sido, aunque sea en naciones separadas. La Unión Europea o la OTAN poco entienden el sentir eslavo y solo ven a Ucrania como un aliado estratégico por sus recursos o por su posible posición de cara a un futuro enfrentamiento directo con Rusia. El alma ucraniana la entiende mejor un ruso que un burócrata europeo. El Día de la Victoria llegará cuando Rusia y Ucrania caminen juntas (pero no revueltas) y comprendan que su destino es huir del declive occidental, contemplando nuevos horizontes en la voluntad de vivir de los pueblos.
Foto: Sergey Guneev.