Una de las consecuencias más notables de vivir en una sociedad tecnológica es el que no cesa de agrandarse la distancia entre la racionalidad que supone la tecnología en su fase de invención y la poderosa ola de irracionalidad que muchas de ellas están contribuyendo a fomentar. Crear tecnología supone un esfuerzo enorme de mucha gente a la vez y eso sería imposible sin que unos y otros compartan y respeten una serie de principios de carácter lógico y epistémico tales como el respeto a la verdad, el empleo de argumentos sólidos, la atención a la experiencia etc. Esas tecnologías que han supuesto tanto esfuerzo a la hora de su creación se convierten al hacerse herramientas casi en lo contrario a lo que exigieron para existir, en instrumentos rápidos y eficaces para propagar toda especie de falsedad o chaladura. Las tecnologías se convierten en magia, nos hacen magos a todos.

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El sentido común puede evitar que caigamos prisioneros de esa clase de hechizos, pero solo en parte. Es como si dejamos la puerta de casa abierta, podemos suponer que nuestros vecinos y amigos no van a entrar sin nuestro consentimiento, pero hay muchísimas personas que podrían hacerlo y no siempre con las mejores intenciones. En lo que concierne a la información de que podemos disponer, las tecnologías disponibles nos dan enormes facilidades para encontrar la respuesta a muchísimas cuestiones porque nos permiten acceder a la mejor y más rica biblioteca imaginable sin demasiado esfuerzo. Se trata de un enorme tesoro, pero está diabólicamente enredado con el mayor número imaginable de baratijas sin el menor valor, cuando no de peligrosas mentiras e ideas bellacas. Eso ya pasaba en el mundo predigital, pero ahora los peligros son mucho mayores para quien no sepa lo suficiente sobre el caso del que queramos ocuparnos, y todos ignoramos mucho más de lo que sabemos, de forma que incluso los mejores pueden ser víctimas de un engaño bien vestido.

Si nos apartamos del empleo académico y nos fijamos en lo que hacemos al atender las noticias o al seguir el hilo de cualquier conversación en una red social, los peligros se vuelven todavía mayores, y en más de un sentido. Para muchas personas, ese mundo se ha convertido en una selva peligrosa en la que te puedes llevar más de un coscorrón si no te andas con tiento, sin olvidar el tiempo que se puede llegar a perder siguiendo hilos cuya primera apariencia es estimulante. Acabar aturdidos o molestos por lo que hay que oír está bastante a la orden del día para cualquiera. No obstante, no se puede tener un balance negativo de estas nuevas posibilidades    porque, entre otras cosas, nos ofrecen muchas más ventanas que el mundo de la imprenta y los medios clásicos para asomarse al exterior, aunque eso, como se advertía en los viejos vagones de Renfe, resulte peligroso.

Que las distintas plataformas se quieran atribuir el derecho a limitar lo que por ellas circula, que quieran convertirse en modernas inquisiciones es, además de absurdo, intolerable, en sí mismo y porque amenaza con sumar su poder al de los gobiernos para tenernos sometidos a toda clase de controles

Hay dos actitudes frente al pantalleo que pueden resultar peligrosas. La primera es el que las ventanas digitales nos hagan olvidarnos de que el mundo de verdad sigue estando donde estaba y que seguimos pudiendo pensar por nuestra cuenta. El segundo es que les confiramos una autoridad que siempre ha de estar sujeta a revisión, como pasa con cualquier autoridad del mundo real o del mundo impreso. Las tecnologías pueden convertirse en instrumentos de censura muy terribles y eso es algo que no debiéramos consentir. Que las distintas plataformas se quieran atribuir el derecho a limitar lo que por ellas circula, que quieran convertirse en modernas inquisiciones es, además de absurdo, intolerable, en sí mismo y porque amenaza con sumar su poder al de los gobiernos para tenernos sometidos a toda clase de controles. La tecnología que tiene un potencial liberador puede convertirse en un grillete muy potente si consentimos que puedan manejar nuestras informaciones y relaciones a su antojo. Eso es lo que está pasando con las empresas que se han concedido a sí mismas el derecho y la capacidad de determinar lo que es verdadero y lo que es falso y pretenden hacerlo, además, al instante, es decir dando por hecho que ellas poseen la verdad sin necesidad de esforzarse. En el caso de las opiniones libres y de las redes sociales la única garantía de la verdad está en la libertad sin restricciones, el que quiera prohibir es porque quiere engañar y manipular, no puede haber duda al respecto.

El mundo está lleno de personas interesadas en desfigurar la verdad, en que creamos que la única verdad posible es la que ellos dicen. Son fáciles de detectar porque, a base de no respetar nada ni a la verdad ni a ninguno de nosotros, no tienen el menor empacho en decir hoy una cosa y mañana la contraria. Dicen siempre lo que les conviene que oigamos, porque parte de la base de que no nos atreveremos a interpelarlos. Si miramos al Gobierno que tenemos ahora mismo, tenemos mucho en que fijarnos a este respecto. Son gente que juega con que la mayoría de las personas piensan poco y olvidan con facilidad, además de que suelen ser propensas al halago.  Su mérito está no en hacer las cosas bien, para lo que se requiere la humildad de querer aprender, pero no pueden porque creen que ellos lo saben todo, sino en saber convencernos de que siempre aciertan en lo que hacen, en que siempre son los mejores. Cuando lo tienen difícil optan por desaparecer, dado lo cargada que tienen la agenda.

Por desgracia, su imperturbable actitud al mentir sin el menor rubor, hace que bastantes personas les acaben creyendo, en especial porque ya se cuidan de que los grandes medios, sobre todo las televisiones, les traten con cariño. Pagan muy bien el no ser noticia cuando sería molesto para ellos que lo fuesen y estar en el primer minuto del informativo siempre les conviene, es decir, varias veces al día. En el caso de la pandemia que venimos padeciendo hemos podido comprobar numerosas veces la capacidad del poder político para ir modificando las versiones, porque han llegado a convertir, por ejemplo, en una cuestión de la más difícil geometría algebraica el simple dar cuenta del número de fallecidos. Si se tiene algo de tiempo es interesante seguir, de vez en cuando, sus redes sociales porque ahí se desempeñan con cierta sinceridad, escriben para adictos y no tienen miedo a que nadie repare en inconsecuencias o contradicciones.

Vivimos en un mundo en el que la multiplicación de mensajes tiene lugar de manera incesante, pero tenemos formas de distinguir la verdad de sus disfraces que, claro es, exigen esfuerzo y dignidad personal, no dejarse llevar por el peso de las mayorías, sean supuestas o reales, buscando mantener la cabeza bien alta y la mente clara y alerta, tanto como podamos, sin tener miedo a resultar antipáticos o a estar en minoría. Hace ya muchos años el gran Jorge Luis Borges dijo a propósito de sus viajes a Estados Unidos, “allí se espera que uno sea partidario de los indios, que hable mal del país y que sea comunista. Cuando me niego a estas tonterías, a veces defraudo a los que me escuchan”, es decir que lo de la pasión y la presión izquierdista de una amplia minoría cultural norteamericana no es cosa de ahora, pero, sobre todo, que Borges no estaba dispuesto a rendirse al halago de unos tontos.

Foto: Artem Beliaikin


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web