El auge del feminismo coincide con el declive de la civilización, y hay razones para pensar que se trata de algo más que una coincidencia. No es que el feminismo sea la causa fundamental de la decadencia, sino más bien un efecto, tal cual síntoma en la enfermedad del cuerpo social. Más que obedecer a motivaciones racionales, es el feminismo actual principalmente una pulsión psicológica irracional amplificada a nivel social debida a algún malestar en nuestra cultura. No obstante, el efecto se vuelve también causa que retroalimenta el declive.
Hay un vínculo entre el actual declive debido al problema demográfico y los ideales de vida promulgados por el feminismo. También, feminismo, feminización, calzonacería y la consiguiente debilitación van usualmente asociados. Además, las causas del movimiento feminista en la actualidad pueden relacionarse con una búsqueda de privilegios extraordinarios por parte de un sector de la sociedad y no tanto con una reivindicación de lo justo, debilitando así la fortaleza de los argumentos libertarios y equitativos en los que se ha constituido Europa, un continente que pierde energía en empresas nimias y deja de prestar atención a problemas muchos más acuciantes.
La sola mención de la asociación de la crisis demográfica con las nuevas formas de vida laboral de las mujeres europeas trae polémica, como en el caso de las declaraciones del eurodiputado polaco Janusz Korwin-Mikke, al que se le echaron encima sus colegas políticos por decir algo del todo evidente: que hay menos hijos porque las mujeres se han incorporado masivamente al mercado laboral. Ciertamente, el nerviosismo de los sectores políticos progresistas no les permite pensar con claridad, y no distinguen entre una valoración de cómo son las cosas y un imperativo de cómo debieran ser. Aquí no se está echando la culpa a nadie ni diciendo lo que tienen que hacer las mujeres, sino que simplemente se señala que la baja natalidad es una consecuencia lógica de la nueva ordenación del mercado laboral.
Ambos movimientos, el igualitarista legal y el igualitarista biológico-conductual se confunden a día de hoy como uno solo, pero son bien diferentes sus contenidos y solamente cabe hablar aquí del segundo en referencia al descenso de la natalidad y la desestructuración de los núcleos familiares
Estadísticas realizadas en España y publicadas en 2018 por el Instituto Nacional de Estadística indican que alrededor de un 75% de las mujeres en España desearían tener dos o más hijos, pero la mayoría no llegan a la cifra deseada. Ciertamente, las apariencias muestran un colectivo feminista que reclama sus derechos laborales y señala con repudio a la maternidad prolongada como causa de todos los males de las mujeres. No sobra sin embargo decir que los seres humanos están movidos por muchas causas irracionales diferentes de las que promulgan sus palabras, y que tal desfase entre deseo y verbalización es mayor usualmente entre mujeres que entre hombres. Una sociedad que se empeña en erigir como lemas absolutos un “no es no”, considerando a la mayoría de los individuos femeninos y su lenguaje como si fueran totalmente lógicos, es una sociedad de ignorantes y bien merece hundirse en el fango de su estupidez. De poco le ha servido a occidente tanta ciencia y tanta ingeniería si no ha entendido o se ha olvidado de preceptos básicos que cualquier otra sociedad desarrollada entiende mejor que nosotros.
Hay además que distinguir entre el movimiento que reclama unos derechos a las mujeres del que exhorta a las mujeres a adoptar formas de conducta propias de hombres, abandonando sus roles estructurales tradicionales, el mal-llamado orden patriarcal. Ambos movimientos, el igualitarista legal y el igualitarista biológico-conductual se confunden a día de hoy como uno solo, pero son bien diferentes sus contenidos y solamente cabe hablar aquí del segundo en referencia al descenso de la natalidad y la desestructuración de los núcleos familiares.
El papel de la mujer en el desarrollo de las civilizaciones ha sido esencial, tanto o más importante que el de los hombres. Puede decirse incluso que la feminidad es el resorte del cuerpo social, el esqueleto que da forma a sus estructuras, y cualquier alteración del mismo resulta fatal, tal cual osteoporosis que corroe los huesos y hace que un ser humano no se pueda sostener en pie. No se trata solo de su función reproductora, sino también de su función estabilizadora, cuidadora, educadora, moralizante. Solo un pensamiento decadente como el actual es capaz de ver históricamente el rol femenino como secundario. Es propio del absurdo de nuestros tiempos ver como un sometimiento esclavista al privilegio de poder engendrar vida y poder dedicarse a ello por voluntad propia. Es como si considerásemos a las abejas reinas en una colmena esclavizadas por las abejas zánganos y obreras.
Desde un punto de vista antropológico y sociológico, importa la eficiencia en la organización global de una sociedad, y no tanto los sentimientos personales de “sentirse realizados” y otras frases de señorito o señorita de la vida moderna bajo el marco de una perspectiva individualista. El individualismo es positivo para el desarrollo de unos pocos individuos librepensadores, que gracias a su desapego al pensamiento de masas pueden impulsar a la sociedad a grandes desarrollos. Sin embargo, es un elemento disgregador de fuerza si se aplica a las turbas. Del mismo modo que no puede concebirse un ejército en el cual cada cual decida pelear con el enemigo según sus inclinaciones artísticas del día, tampoco cabe imaginar una sociedad que funcione eficientemente sin una coherencia y una dirección coordinada.
Los más optimistas defensores del liberalismo piensan que una sociedad de individuos libres en materia moral y económica termina por autorregularse por medio de la competencia, y el producto final es aún mejor y más eficiente que el obtenido por una planificación estatal. No entraremos a discutir aquí el liberalismo económico. Lo que sí parece evidente es que el producto final obtenido fruto de esa liberación individualista no está siendo todo lo eficiente en términos evolutivos de nuestras sociedades. Y, en términos competitivos, otras sociedades se están mostrando más eficientes para el remplazo generacional.
El igualitarismo biológico-conductual que defiende el modelo de mujer moderna que o bien no tiene hijos, o bien a los pocos meses de nacer sus hijos los deja en una guardería para poder irse a trabajar y no apearse del mercado laboral, es más un experimento de ingeniería social que un fruto del desarrollo instintivo en nuestra sociedad, con sus consecuentes desequilibrios y tensiones. La solución feminista de obligar al hombre a hacerse cargo en gran medida de la crianza de los vástagos tampoco parece que esté teniendo éxito. Fallan y fallarán estrepitosamente quienes piensan que el hombre masculino medio puede desarrollar instintos maternales como los de una mujer media. Además, parece incoherente promulgar la libertad de los individuos en materia de procreación y que luego el Estado trate de interferir obligando a unos a adoptar medidas que no salen de sus propios deseos.
Las leyes de la vida se impondrán nuevamente, como siempre se han impuesto en un planeta regido por la evolución de las especies y la selección natural
Otras sociedades menos desnaturalizadas tienen más claro que basta dejar desarrollar los instintos para que la cosa funcione. El mundo futuro es de estas sociedades. El feminismo del igualitarismo biológico-conductual terminará sus días en un futuro no muy lejano, extinguiéndose tal cual especie con una mutación poco favorable, mientras las hordas bárbaras ganarán espacio, y con tal su perspectiva no-feminista vencerá. La “mujer de raza”, tal y como la denominaba Oswald Spengler, es decir, la mujer que vive por y para la procreación como fin último, vencerá en su silencio a la verborrea de la “mujer liberada”. Vendrán oleadas de inmigrantes, sus mujeres tendrán muchos hijos, les birlarán también los novios a las blancas occidentales ensimismadas con sus carreras profesionales, y su descendencia se impondrá, por superioridad numérica y porque los pocos hijos autóctonos de occidente que quedarán en Europa, aun siendo superiores en promedio en estatus social y en formación intelectual, serán débiles para imponer su moral de señores, imbuidos en el reblandecimiento propio del buenismo de nuestros tiempos y de sus sueños de alianzas de civilizaciones. Son niños criados en la sobreprotección típica de las familias de un hijo único o casi único, que no han tenido nunca que esforzarse por nada y han vivido una larga época de pacifismo en una Europa sin guerras en la inocencia del que desconoce los peligros del invasor extranjero. Medio dormidos y medio idealistas de postín al estilo izquierdoso, esos pocos individuos de las futuras generaciones europeas serán muy probablemente absorbidos y dominados por las nuevas hordas invasoras. Cuando despierten será demasiado tarde, y tendrán que aceptar las reglas de una nueva sociedad donde otras visiones menos bobaliconas y más de raza serán impuestas por los nuevos amos.
Es de prever que el feminismo actual será recordado en un futuro como una debilidad de las sociedades en tiempos de decadencia. En una sociedad fuerte, habrá guerreros y habrá hembras que querrán cautivar la atención de esos guerreros para sobrevivir en un mundo peligroso y poder perpetuarse por medio de la descendencia. Nietzsche dice a través de su Zaratustra: “El hombre ha de ser educado para la guerra y la mujer para el descanso del guerrero, todo lo demás es tontería”. Es ésta una sentencia que ha sido clasificada como “misógina” o “machista” o similar, esas descalificaciones tan usuales entre quienes no quieren discutir un argumento relacionado con la feminidad o el feminismo y, en vez de argumentar en contra, se insulta con la intención de que quien pronuncia tales sentencias se calle de una vez y no moleste a los ofendiditos. Hay sin embargo cierta lucidez en algunas observaciones de Nietzsche y merece la pena meditarlas un poco antes de quitárselas de encima como quien sacude el polvo de la ropa. La frase mencionada no es tanto una observación sobre cómo son los hombres o las mujeres ni una comparación sobre sus capacidades, sino sobre qué le conviene a una sociedad para no hacerse débil.
Las leyes de la vida se impondrán nuevamente, como siempre se han impuesto en un planeta regido por la evolución de las especies y la selección natural. No se trata de que vaya a volver a revivir el darwinismo social como ideal de conducta humana, sino de que la vida está por encima de cualquier ideología y continuamente a lo largo de la historia vuelve a circular libre tal cual rio entre las montañas que se niega a moverse entre canales artificiales de ingenieros sociales. Las mujeres de raza volverán a establecer el dominio de su imperio, el que siempre ha estado en sus manos, el que gobierna la vida humana y el destino de una cultura.
La mujer de raza que ensalza Oswald Spengler en su La decadencia de occidente es la antítesis del modelo de mujer que el feminismo ensalza. Más allá de los números demográficos, es un trasunto de una estética fiel a los instintos prístinos de la vida. Las muchachas en la flor de la pubertad o temprana juventud ya se inclinan a seducir y se entregan a los varones que revolotean como mariposas de estambre en estambre. Del jardín de las pasiones germinan niños y las sociedades fuertes los acogen con orgullo. A los 20 o 30 años, sus mujeres y hombres ya son maduros y responsables padres de familias numerosas.
Mientras, el occidente actual se escandaliza de que muchachas de la edad de la Julieta shakesperiana tengan un corazón de mujer y fustiga a los hombres que las miran haciéndolos pasar por pedófilos abominables. Incluso pasados los veinte años, las muchachas jóvenes de nuestra Europa decadente se toman el juego sexual como un mero entretenimiento de discotecas de fines de semana, reprimiendo sus instintos maternales. Entre los 20 o 30 años en el decadente occidente actual, todavía están muchos de esos individuos viviendo con sus padres (en España; no tanto en otros países), o entreteniéndose con juegos, o estudiando no saben muy bien para qué o desorientados sin saber qué hacer con sus vidas, adoptando una actitud infantil tardía. La racionalidad castrante en una sociedad que piensa demasiado en su bienestar individual resulta un perjuicio para la especie. Una sociedad muy razonable, sí, pero muy muerta, como una máquina de cálculo que carece de los instintos de la vida.
Es un hecho que, a día de hoy en España, hay el doble de número de perros y gatos que de humanos menores de 14 años. Otra patética muestra del infantilismo de nuestra inmadura sociedad
En la cuasi-vejez renqueante de la fertilidad, comienzan algunas mujeres del decadente occidente actual a pensar en tener su primer hijo, después de haber dedicado su vida a medrar en la escala laboral y obtener un cierto grado de acomodamiento burgués, y tienen algunas, después de mucho esfuerzo y con ayudas de métodos artificiales de fecundación en clínicas en bastantes casos, su único hijo al que adoran, agasajan y consienten como a un dios menor, pero al que dejan medio-abandonado en una guardería a los pocos meses de nacer para seguir adorando al Dios principal del trabajo y el dinero. Con el tiempo se convertirá ese nuevo individuo nacido en parte de una generación más decadente aún que la de sus padres. ¡Patético espectáculo en el occidente de nuestros días! ¡Adiós hombre blanco europeo! ¡Adelante civilizaciones fuertes!
En otros casos, se tienen perritos o gatitos a los que poner lacitos y llevar a la peluquería o al veterinario cada vez que estornudan y prodigar cuidados como si fuesen bebés. Es un hecho que, a día de hoy en España, hay el doble de número de perros y gatos que de humanos menores de 14 años. Otra patética muestra del infantilismo de nuestra inmadura sociedad.
No se quiere con ello decir que en una sociedad fuerte todo el mundo deba seguir la conducta estereotipada del hombre trabajador con compañera sexual en casa pariendo un montón de hijos para la patria. No, éste es el modelo de la plebe de las sociedades fuertes, es decir, para la mayoría de su población, pero no quita de que en cualquier época exista una minoría de individuos que se abstraigan de las masas. En cualquier organización social, han existido figuras de hombres que se abstuvieron de tener hijos para dedicarse a labores más elevadas, religiosas o intelectuales; no importa que un 10 o 20% de los hombres se mantengan célibes y sin compromiso en empresas de crianza mientras el restante 80 o 90% cumpla con su cuota. Igualmente, es totalmente normal en una sociedad que haya un pequeño porcentaje de mujeres que se dediquen a desarrollar sus carreras profesionales, quizá un 10 o 20% de las mismas también, y no es ningún problema a escala social mientras el restante 80-90% de las mujeres se dediquen a tener hijos y a su crianza, labor bastante ardua de por sí si se quiere hacer bien para que puedan dedicarse a otros menesteres profesionales a tiempo completo. Siempre ha habido mujeres valiosas para actividades de la alta cultura, pero pocas y buenas es mejor que muchas y poco competitivas en sus puestos. El problema surge en esta sociedad actual cuando todo individuo se cree el elegido entre los especiales, el problema es el narcisismo individualista llevado al extremo en el cual todo hombre se cree un sumo sacerdote emulando los movimientos del espíritu en una academia infecunda e infantil, o en el que toda mujer se crea estar entre las pocas mujeres especiales cuya dedicación profesional sea en esencia más importante que todo lo demás en su vida.
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Exposiciones más extensas del autor sobre el tema en los artículos “Una visión alternativa sobre la historia de la mujer occidental y el feminismo”, “Crisis demográfica europea, feminismo y decadencia de occidente”.
Foto: Junta Granada Informa