Últimamente leo con especial atención a varios periodistas y personajes públicos a los que admiro, aunque no siempre comparta sus opiniones, presentar a ciertos partidos socialdemócratas como la izquierda constitucionalista, la izquierda decente, la alternativa a la degeneración del PSOE. Es cierto que el Partido Socialista ha perdido algunos de sus principios básicos, como la defensa de la constitución española, pero, ¿significa eso que, de recuperar la defensa de tales principios, la puesta en práctica de las ideas del partido serían ahora deseables para los españoles?

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Esa es la tesis de los defensores de una izquierda no nacionalista. No voy a negar que el conflicto catalán es uno de los más graves que atraviesa hoy nuestro país. Un grupo de individuos adoctrinaron durante más de treinta años a toda la población bajo la máxima de “el fin justifica los medios”. Ya vimos hace bien poco una muestra más de esa cultura autoritaria que se ha ido formando en la región. Una bailarina danzaba alegremente por la “República Catalana” mientras el “padre de la revolución”, Carles Puigdemont, la observaba desde una megalómana pantalla gigante. Me recuerda a las ofrendas a los líderes norcoreanos. Evidentemente, es menester hacer frente a la amenaza nacionalista y, tristemente, el gobierno de la nación es rehén de estos dictadorzuelos. Sin embargo, no debemos descuidar los demás asuntos de los que tan poco se habla hoy. ¿Es que antes del intento de secesión no había diferencias ideológicas ni problemas que solucionar?

A los españoles, además de la propia España, les importan sus impuestos, su renta, la educación, la igualdad ante ley, la seguridad

A los españoles, además de la propia España, les importan sus impuestos, su renta, la educación, la igualdad ante ley, la seguridad, etc. No creo que la mayoría de gente que se autodenomina “de izquierdas” tenga intención de perjudicar a nadie en la mayor parte de ocasiones, pero de bellos sentimientos no se vive. Este grupo de partidos que pretenden sustituir al PSOE hace bien en desmarcarse de su predecesor, pero siguen sin entender su propio fracaso. No entienden que nunca funcionará, por ejemplo, una subida del impuesto de sociedades. Disponemos de una abrumadora evidencia que demuestra cómo la reducción de este impuesto beneficia al crecimiento y la innovación, tanto en cantidad como en calidad. Tampoco es moralmente aceptable quebrantar la igualdad ante la ley, sea cual sea el objetivo. Es un pilar fundamental de la civilización, el más importante junto a la libertad, de la que es complementaria.

De igual manera, no es soportable acabar con la libertad educativa en pos de una supuesta educación pública “de calidad”. La educación pública es una brutal arma de adoctrinamiento, e incluso en el hipotético caso de que no se utilizara con tan sucio propósito, son los ciudadanos los que tienen el derecho y deber de educar a sus hijos libremente, y no el Estado coactivamente. En resumen, los nuevos socialdemócratas, el PSOE “light”, no entiende que la izquierda no sólo ha fracasado en la defensa de su país frente a la amenaza nacionalista, sino también en todas y cada una de las medidas que coartan la libertad de sus compatriotas.

Muchos de los valores que los liberales defendemos fervientemente están siendo ignorados al desear una nueva izquierda que, aunque mejor que la del Partido Socialista, es tan mala como cualquiera que hable en nombre del pueblo con el fin de imponer su “justicia redistributiva”. Muy sinceramente, creo que aquellos que defienden a esta “nueva” izquierda se han dejado llevar y le han restado importancia a demasiadas ideas contra las que siempre urgió luchar.

La lucha debe ser entre dos únicos grupos; quienes protegen la libertad propia y ajena, y quienes buscan eliminarla a cualquier costa, no entre nacionalismo y constitucionalismo

Al final, la lucha debe ser entre dos únicos grupos; quienes protegen la libertad propia y ajena, y quienes buscan eliminarla a cualquier costa, no entre nacionalismo y constitucionalismo, ya que el nacionalismo, por definición, se incluye en el mismo grupo liberticida que la socialdemocracia. El nacionalismo crea un país ficticio y exige a sus ciudadanos someterse a él, es decir, les arrebata sus libertades con el objetivo de convertirles en herramientas para la construcción nacional. El socialismo del que estos movimientos hacen bandera, por su parte, demuestra ser igualmente colectivista, pero en vez de separar a las personas en ciudadanos de primera y segunda, lo hace entre explotados y explotadores, justificando así la agresión hacia los segundos para beneficiar a los primeros. Las peores ideas, estimado lector, son las que dicen actuar en nombre de los ciudadanos imponiéndoles restricciones “por su bien”.

Debemos entender que la socialdemocracia, tanto si proviene de los tradicionales partidos de izquierdas como de los más recientes, parte de unas premisas que sólo se justifican si damos por ciertas las más burdas mentiras históricas que se han ido propagando como una plaga sin que muchos levanten la voz para denunciarlas. Para los “justicieros sociales”, la historia es una lucha de clases (como dijo Karl Marx), una fiera y desigual batalla en la que los supuestos oprimidos arremeten contra los supuestos opresores y logran las llamadas “conquistas sociales”.

Mientras no entendamos que la izquierda, sea o no constitucionalista, sea o no demócrata, es intrínsecamente inmoral e inefectiva, no podremos avanzar en la defensa de las libertades

Como no podía ser de otra manera, ignoran que la jornada laboral de ocho horas se implementó para aumentar la productividad de los empleados antes de existir una ley que la regulase, que las subidas del salario mínimo destruyen empleo y afectan negativamente a los menos cualificados y a los más pobres, que el sector privado ha demostrado ser más eficiente que el público, o que el trabajo infantil se reduce con una mayor renta proveniente de un mayor desarrollo económico y no mediante una firma en un despacho. Son afirmaciones impopulares, y aun así, verdades como puños. La creencia en estos dogmas por parte de la población general es lo que explica el complejo de superioridad moral de la izquierda, la semilla del fin de la civilización tal y como la conocemos.

Mientras no entendamos que la izquierda, sea o no constitucionalista, sea o no demócrata, es intrínsecamente inmoral e inefectiva (entiendo izquierda como socialdemocracia, socialismo y, en general, todas las ideologías que restringen la libertad del individuo), no podremos avanzar en la defensa de las libertades, y aquí incluyo la defensa de una Cataluña no nacionalista, por supuesto, pero también la defensa de muchas otras ideas tan necesarias. No sólo es importante la prosperidad económica, que el intervencionismo destruye o imposibilita, también es necesario que los ciudadanos no sean coaccionados para ningún fin, y por ello debemos luchar contra el principal culpable de la hegemonía del pensamiento socialdemócrata, que no es más ni menos que la complicidad con la mentira.

Foto: Kal Loftus


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