No es que el problema sanitario esté para echar las campanas al vuelo, ni mucho menos, pero los datos que conozco de primera mano, la evolución del virus en aguas residuales, y por tanto los que más confianza me dan, invitan a un prudente optimismo. El ritmo de vacunación despierta ligeramente pese a los informes y contrainformes sobre trombos y efectos secundarios. Mientras, no suben las medias muertes y contagios. Aun así, no podemos evitar que todo ello sea convenientemente mal informado y amarilleado por un amplio sector de la prensa.
Dura poco la alegría en la casa del pobre contribuyente, ténganlo claro. Pese a que la realidad marca su camino y lentamente salimos adelante, a pesar del gobierno, cómo siempre se encarga de recordarnos el profesor Rodríguez Braun, la campaña electoral madrileña nos pone frente a un catálogo de universos paralelos más o menos distópicos, dibujados en los programas electorales de todos los partidos que contienden – menos uno, obviamente, si me permiten recordárselo.
No será una contienda de hombres frente a mujeres o blancos contra negros, tampoco será un triangular homosexuales, transexuales y heteros. Será, como siempre ha sido, una disputa de individuos versus Estado
El abanico de aberraciones en forma de propuestas incluye los consabidos tics totalitarios del lenguaje inclusivo o el mantenimiento de las medidas liberticidas más allá de un Estado de Alarma, convertido en Estado de Excepción, sin más amparo legal que la voluntad omnímoda y testicular que lo que Ayuso, Gabilondo o Iglesias y su señora digan. La batalla se presenta dura en todos los frentes, manteniendo el lenguaje como un reflejo de lo que una época y una culturan son en lugar de representar las paranoias de quienes cobran de los impuestos o apretando al poder judicial para que dé por nulas e ilegales todas las atrocidades cometidas bajo esta inusual deriva que pretenden convertir en normalidad.
No cabe en su manual de gobierno tener algo de fe en las personas. Son los primeros en llenarse la boca afirmando que nuestro país (o cualquiera) y sus gentes son un lugar maravilloso, para acto seguido tirar de adversativas, con palabras y hechos, para dejar bien a las claras que las maravillas no son capaces, adultas o mínimamente responsables. Todos somos niños a educar, cuando no cabras a pastorear. Aun en época electoral oficial – oficiosamente las campañas electorales son constantes en este siglo de los miles de canales y sus tertulias – no pueden contener mínimamente su necesidad de control. Por pequeña que sea la parcela que quieran controlar, los ciudadanos hemos de intentar impedirlo por todos los medios a nuestro alcance, judiciales si fuera preciso o mediante la desobediencia civil y pacífica si no quedara más remedio.
Han llegado hasta mí, estos días pasados unas palabras de Javier Milei que me recordaron un suceso ocurrido hace unos pocos años. Milei, con su vehemencia habitual, comentaba que hay que dejar las reformas del Estado a aquellos que lo odien, lo cual trajo a mi memoria una anécdota, ocurrida tras una conferencia de Fernando Díaz Villanueva en la Universidad de Valencia, en la que, tras terminar, algunos de los asistentes, jóvenes en su mayoría, y yo mismo, fuimos a tomar unas cañas. Surgió el tema de la filiación política de los que allí estábamos y Díaz Villanueva preguntó a los jóvenes ya afiliados si les gustaría ocupar un cargo público, ser presidentes o secretarios de algo, a lo que todos menos el que suscribe, contestaron afirmativamente. Ese es el drama. El político quiere gobernar, influir con sus actos en la vida de la gente, no diré con mala intención, pero sí con las armas del Estado. No hay lugar, por lo tanto, para el libre albedrío, para el orden espontáneo o para la mano invisible de Adam Smith, de ahí que la frase de Milei trajera esos recuerdos a mi mente.
Con estos sentimientos en el foro interno no es de extrañar que Ayuso, quien se ha hartado de pronunciar y arrogarse la palabra Libertad en los últimos días, quiera prolongar el toque de queda más allá de la finalización del Estado de Alarma. Si los políticos que se definen como Liberales encierran un liberticida en su interior peleando por salir, qué no harán – qué no han hecho ya – los que abiertamente y sin tapujos proponen la regresión a mediados del siglo XX, bien sea a través del comunismo o del falangismo.
Este es el partido que se jugará en los próximos meses, con los aditamentos del déficit galopante, algún que otro susto sanitario o los tira y afloja con Bruselas por la politización de la Justicia, que parece que se han resuelto para bien, o por los fondos de recuperación. Como no puede ser de otra manera y por más que se empeñen, no será una contienda de hombres frente a mujeres o blancos contra negros, tampoco será un triangular homosexuales, transexuales y heteros. Será, como siempre ha sido, una disputa de individuos versus Estado. Una pachanga a vida o esclavitud de personas frente a colectivos, en la que no cabe la incomparecencia. En esta tanda penaltis sin fin ocurre al contrario de aquello que siempre se dijo sobre los lanzadores: no deben lanzar quienes primero se ofrezcan voluntarios. Al revés. En este partido de seres políticos, todo el que quiera participar debería tenerlo prohibido.
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P.D.: Mi respuesta fue algo así como “no tengo especial interés” y sigo sin tenerlo. Me gustaría que nadie pudiera intervenir en la vida de otros, sin su permiso, eso es todo. Casi nada.
Foto: Miguel Henriques.