Vox había anunciado que celebraría un mítin en la “plaza roja” de Vallecas. Es un manifestódromo habitual, la Plaza de la Constitución de aquellos lares; uno de los miles de espacios públicos que se “constitucionalizaron” con la llegada de la democracia. La Constitución prevé la pluralidad política y el derecho a la participación política. Pero, aunque se ha ganado el sobrenombre por el color de los adoquines, algunos quieren que sea también su permanente color político.

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Se le llama acto de precampaña; el prefijo es una concesión a los plazos administrativos, porque la campaña se lanzó el mismo día en que Isabel Díaz Ayuso convocó las elecciones. Era un acto importante. La estrategia de Vox pasa por crecer en los barrios dominados por la izquierda. Según los cálculos de Narciso Michavila, Vox obtuvo unos 300.000 votos procedentes de la izquierda en las últimas elecciones generales. Las elecciones en Cataluña han demostrado que es una estrategia adecuada. Madrid no tiene por qué ser una excepción, y seguramente no lo será.

La rivalidad electoral no es motivo suficiente para organizar un acto violento contra una fuerza política. Para ello es necesario que se den otros elementos. El primero es ver la violencia como un medio legítimo

La izquierda ha mutado, ha dejado atrás sus viejas luchas; las ha ganado todas en la opinión pública. Se ha deslizado por la pendiente identitaria, lo que le lleva a enfrentarse a una parte de sus antiguos votantes, a los que ya había abandonado. Su discurso ha pasado del piso al chalet, de la furgoneta al SUV, del campo a la ciudad y del extrarradio al centro. Y en ese abandono quiere medrar Vox.

Puede hacerlo, y la izquierda lo sabe. No es que la formación verde vaya a medirse con Más Madrid o el PSOE en los barrios con menor renta, pero aunque el bocado fuera pequeño, puede ser decisivo en el reparto de escaños, incluso en una circunscripción única como es la de Madrid.

Este es uno de los motivos por los que la izquierda radical en Madrid, que tiene a dos o tres partidos con representación parlamentaria en el parlamento regional, ha recibido a los líderes de la formación con violencia.

El acto político tenía la autorización de la Delegación del Gobierno en Madrid, aunque no la del Ayuntamiento. Cabe albergar dudas sobre si el acto era irreprochable desde el punto de vista administrativo, legal. De lo que no cabe duda es que la concentración convocada contra Vox sí era ilegal. Ilegal su presencia organizada, ilegales sus objetivos, e ilegales sus medios.

Los radicales de izquierdas lanzaron todo su argumentario frente a las palabras de Santiago Abascal desde la tribuna: Adoquines, estacas, botellas, zapatillas… Un discurso de vanguardia izquierdista que ha resultado en 35 personas heridas, de las cuales 21 eran policías. Los violentos habían tomado la plaza una hora antes. La Policía tenía la orden de no desalojarlos; su número debía ser suficiente para reventar el acto, que es lo que hicieron.

La rivalidad electoral no es motivo suficiente para organizar un acto violento contra una fuerza política. Para ello es necesario que se den otros elementos. El primero es ver la violencia como un medio legítimo. La izquierda entiende que la situación actual es esencialmente injusta, que hacer temblar sus estructuras es una condición necesaria para alcanzar la verdadera justicia, que es cuando se ponen en marcha sus planes. A ello se añade el mito del pueblo como sempiterno portador de agravios y titular de todos los derechos, entre los cuales está, por supuesto, el de ejercer la violencia.

Otro elemento es la eficacia: su uso tiene que servir a algún propósito político. El más inmediato es el de reventar el acto, acallar los mensajes que hubiera transmitido los líderes de Vox desde Vallecas; desviar la atención de los medios para que sus propuestas queden sepultadas por el escándalo. Otro propósito puede ser el de amedrentar al partido para que no vuelva a pasar por ese barrio o por otro que la izquierda considere como propio. O amedrentar a sus votantes; conocemos bien ese mecanismo en la España septentrional. Es evidente que la izquierda radical, o común, que ya se confunden la una con la otra, recurrió a la violencia para obtener alguno de estos objetivos, o todos ellos. Por eso resulta especialmente cínico que se lamente de los beneficios que pudiera obtener Vox después del recibimiento que tuvo en Vallecas.

Por supuesto que Vox tiene derecho a defender sus postulados políticos “en las mismas condiciones que los demás partidos y a someterlos al escrutinio de los ciudadanos”, y que también tiene derecho “a hacer campaña en todos los barrios y municipios de la Comunidad, para que los electores tengan oportunidad de conocer su programa de boca de sus dirigentes, si lo desean”, como dice el editorial del diario El País.

Todo lo ocurrido es previsible: la estrategia electoral de Vox, la respuesta violenta de la izquierda, su justificación por parte de Pablo Iglesias… incluso el editorial de El País era previsible. Pero hay un elemento que, aunque cualquiera podría haber escrito antes de que tuviera lugar, me parece especialmente interesante. Y es acusar a Vox de ser unos provocadores.

Podemos, Más Madrid y el PSOE firmaron un comunicado previo al acto político del partido verde, que decía: “Denunciamos la provocación de Vox en Vallecas, barrio históricamente antifascista, con una convivencia de convivencia plural y multirracial”. El comunicado advierte a las organizaciones de izquierdas que iba a esperar a Abascal y demás a “no caer en ninguna provocación”.

Esta posición parte de varios supuestos que es necesario poner en negro sobre blanco. El primero es que, puesto que Vox es un partido minoritario en Vallecas, y puesto que la izquierda es mayoritaria y ésta decide qué es fascismo y qué no lo es, la formación no tiene derecho a pisar ese suelo. Ya sabemos a qué se refieren cuando hablan de “defender lo público”. No es lo de todos, sino lo suyo.

El segundo supuesto es que su sola presencia es violencia. No sé si Ángeles se tomará como un logro o como motivo de vergüenza que Antonio Maestre haya sido más comedido que ella; el activista ha dicho que “Santiago Abascal es un violento”. Si su presencia es ya violenta, las piedras que volaron sobre la cabeza de Abascal no fueron más que un acto reflejo, sin posible condena moral. O, como mucho, una autodefensa.

Vox sabía que estaba provocando, que su presencia suscitaría la indignación del “pueblo de Vallecas”. Es Vox quien acciona el mecanismo y es el partido el responsable de todo ello. Puro tacticismo electoral; un victimismo que se aprovecha del automatismo de los medios de comunicación, que se dedican a contar lo ocurrido en lugar de contribuir a la lucha antifascista. Toda la carga moral se desplaza hacia ellos. Como quien se tira contra un coche en marcha para cobrar el seguro. Y eso es así porque la reacción del “pueblo de vallecas”, que es como llamamos a los grupos violentos organizados por la izquierda, tiene motivos para estar indignado, y toda la legitimidad para ejercer la violencia.

La izquierda ha puesto a las mujeres a limpiar la plaza de la Constitución al día siguiente de la presencia de Vox. No se sabe si es una concesión al casticismo de Vallecas o al feminismo antipatriarcal. O que consideran que un hombre fregando el suelo comete la grave falta de caer en la apropiación cultural.

Fregar un suelo no es un acto violento, pero su significado no es inocuo. Aquí Vox es un agente patógeno, y hay que eliminarlo del barrio; no dejar ni huella. “Fuera fascistas de nuestros barrios” no es una llamada al autoexilio sino una apelación a Vox. Es una patrimonalización política del espacio que nada tiene que ver con la democracia. ¿Qué no harán con ese espíritu y el poder en sus manos?


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