Hace unos días, trasteando por Internet se me apareció un artículo mío publicado en El Confidencial en fecha tan lejana como el 22 de marzo de 2012, es decir algo más de once años atrás, cosa que, al ritmo que todo sucede hoy, puede considerarse como una enormidad. Me refería en él a la más que previsible victoria de Rajoy en las elecciones entonces a la vista y recordaba que esa circunstancia se cumplía al tiempo del segundo centenario de la Constitución gaditana que suele tomarse como fecha de nacimiento de la nación española en su andadura contemporánea.

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El texto intentaba hacer un pronóstico, y me permitirán que repita aquí lo sustancial de ese atrevimiento porque, de alguna manera, pudiera ser, eso dicen los más convencidos del deterioro político de Sánchez, que estemos ante una oportunidad similar y no me gustaría nada que se repitieran los errores que se cometieron tras aquella histórica mayoría absoluta.  Esto decía mi texto de 2012: “Si el domingo que viene se confirman los pronósticos […] Mariano Rajoy, uno de los políticos con perfil menos agresivo de la democracia, tendría en sus manos una enorme cantidad y variedad de poder político, una supremacía perfectamente comparable a la de Felipe González en 1982. Ni que decir tiene que este extraordinario capital político estará inexorablemente sometido a la lógica de la erosión, no puede sino ir a menos, de forma que la pregunta relevante habría de ser a cambio de qué.”

Ambas presidencias, la de Rajoy y la de Sánchez, han traído consigo un deterioro muy notable de la economía de los españoles, somos más pobres y debemos más dinero que nunca

“Una tentación comprensible podría llevar a los usufructuarios de esa extensísima legitimidad a administrarla de manera parsimoniosa, a relajarse y gozar de un momento extraordinario que, además, bien pudieran imaginar duradero. Adoptar una actitud de este tipo constituiría, con toda probabilidad, un error histórico, tanto a corto como a medio plazo. En primer lugar, porque el predominio político no asegura el bienestar general, ni tampoco la calma ciudadana. De persistir el tipo de crisis que padecemos, bien pudiera suceder que las cañas se tornen lanzas, y que un amplio y profundo descontento popular de gravedad inusitada venga a alterar las ensoñaciones placenteras de los partidarios del relajo. Pero, aunque eso no llegase a suceder, cabe suponer que todo lo que le espera al PP, si no hace nada por evitarlo, es que se repita el ciclo del 96, y que en apenas dos legislaturas se desvanezca el espejismo.”

Como es fácil comprobar mi diagnóstico pesimista pecó de lo contrario, sucedió algo muy peor que lo que imaginaba. Rajoy hubo de abandonar el poder por la puerta de atrás antes de cumplirse los ocho años de presidencia y eso dio origen a otro período de gobierno de izquierdas casi impredecible en 2012. Ambas presidencias, la de Rajoy y la de Sánchez, han traído consigo un deterioro muy notable de la economía de los españoles, somos más pobres y debemos más dinero que nunca, mientras que el panorama político español es el de un enfrentamiento a cara de perro entre los dos grandes partidos de antaño que ahora han dejado de serlo. Preguntarse por las razones de tan mala trayectoria es inexcusable. Mi artículo sugería algunas pistas.

Sigo con él: “La alternativa a este conformismo se encuentra, evidentemente, en aprovechar la supremacía política [del PP en ese momento] para apostar a fondo por las reformas, tratando de reorientar la cultura política de los españoles. No cabe duda de que esto provocará duelos y quebrantos, pero, a la larga, facilitará un panorama más risueño. La historia de estos años de democracia muestra un desequilibrio radical en la manera de ejercer el poder entre la derecha y la izquierda. La derecha apenas se atreve a ejecutar su programa […] la izquierda no tarda ni dos segundos en poner en marcha la versión más radical del suyo.”

“Algo parecido ocurrió con la Constitución de 1812, los liberales querían cambiar, y no dudaron en ofrecer, como forma de aplacar al adversario, la conservación de cosas que se suponía muy queridas para estos, pero de nada les sirvieron esas precauciones para evitar un largo y profundo absolutismo que barrió rápidamente las modestas reformas liberales. Ahora los papeles están ligeramente cambiados, pero la regla sigue en pie: el absolutismo de izquierdas no vacila en demoler las reformas liberales, como la independencia de la Justicia, por ejemplo, mientras que la derecha tiende a conformarse con ocupar el gobierno sin alterar el orden, y, en consecuencia, los liberales son pasajeros y los socialistas tardan poco en volver al poder”.

Cualquiera puede recordar que Rajoy no hizo nada que tenga que ver con el consejo que me atrevía a sugerir. Su gobierno acertó, a medias, a hacer una cierta reforma laboral y poco más. Mientras tanto, el PP se desangraba y el PSOE también. De ser fuerzas centrales de un sistema que aspiraba a la estabilidad y el progreso se convirtieron en representantes de una vieja política, por emplear el denuesto orteguiano, y me temo que continúan siéndolo. Ahora parecen empeñados en el mutuo desuello sin que se pueda adivinar qué vamos a sacar los españoles de tanta agresividad verbal, de momento. Entre broncas y amenazas España continúa cuesta abajo por más que Sánchez se empeñe en pintar un panorama de colorines.

La política en España se ha convertido en un inagotable más de lo mismo en el que la izquierda ha conseguido enredar a la derecha porque el tejido que se usa para el lío es siempre idéntico, más gasto, más intervencionismo, más controles y, al tiempo, una reaparición de la vocación eterna de cierta España que parece nos condena a ser campeones mundiales de las causas más solemnes como si fueran verdades que nadie pudiera poner en cuestión y que ahora se resumen en salvar el planeta con todas sus infinitas y minuciosas consecuencias administrativas que continúan hundiendo la parca capacidad de crear riqueza y distribuirla bien que todavía tenemos. En nombre de lo sagrado avanzamos sin vacilar hacia no se sabe bien qué.

Ahora no está tan claro que Feijóo pueda llegar a gobernar, pero el PP haría bien en aprender de sus errores. La forma de dirigir el partido y el gobierno que tuvo Rajoy supuso el desastre para el PP, cuyo poder político se vio dividido hasta por tres, y ha dejado al partido en una situación de extrema debilidad, porque no está claro que no vaya a suceder alguna de las siguientes cosas que serían tan alarmantes como asombrosas.

La primera, que pese al cúmulo de errores del gobierno Sánchez, en especial desde el punto de vista de los dirigentes del PP, las elecciones no sirvieran para derogar el sanchismo, una expresión que ha puesto de moda Feijóo, supongo que sin pensárselo mucho. La consecuencia debiera ser obvia, si tan malo es lo que ocurre, peor debe parecer a los ojos de los electores lo que sea incapaz de cambiarlo.

La segunda posibilidad es incompatible con la anterior, pero podría ser todavía peor: que gobierne el PP, pero que repita el modo de hacerlo que tuvo Rajoy a quien parecen considerar todavía uno de sus capitales. Puede que las mismas causas no den lugar a idénticas consecuencias, pero eso no pasa demasiado a menudo. Un poco menos de voluntarismo y un bastante más de sentido crítico deberían servir para que el PP sea capaz de no repetir sus errores.

Así terminaba mi artículo de 2012: “Nuestra circunstancia  presenta caracteres extraordinarios para facilitar la adopción de cambios profundos: los españoles se sienten expoliados, detestan la corrupción pública, y comprueban que las administraciones suelen ser tan voluminosas como inútiles; van experimentando cómo muchos de los avances sociales se están quedando en agua de borrajas: que tener un título universitario no sirve de mucho para evitar el paro o el subempleo, o que acudir a la justicia es siempre una desgracia, además de un completo azar. Demandan unos servicios menos onerosos y más eficientes, una administración menos ensimismada y más transparente, un poder que no se multiplique ni les maree con exigencias barrocas e incomprensibles, una autoridad pública que no les persiga como si fuesen delincuentes mientras los malhechores campan a sus anchas por las calles.” Si el PP no llega a gobernar será porque los españoles piensan que no les sirve para nada de eso y, en una democracia, los electores no opinan sino que deciden.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web