Por suerte para todos, nada en esta vida es inocuo. Cada reverso tiene su anverso, no hay cara sin cruz, ni Ying sin Yan. No importa el lugar o la disciplina. A lo que sir Isaac Newton enunció como su Tercera Ley, a cada fuerza de acción le corresponde una reacción de igual valor y sentido contrario, Ramon de Campoamor le puso una rima algo cursi pero florida, que seguro que les suena: Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira. No hay objeto o artilugio que no pueda ser utilizado para el bien y para el mal. Nada ha pasado en este mundo de lo que alguien no haya sacado provecho al final, ni éxito tan clamoroso y vasto que no tenga su lado oscuro, por minúsculo que este sea.

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No hace un mes que el abajo firmante, iracundo y enfadado con los gigantes tecnológicos, arremetía contra ellos desde esta misma trinchera. Es más, un compañero de armas, David Cerdá, pocos días después, apuntaba certeramente varios de los aspectos más desastrosos y descorazonadores que trae consigo la digitalización mundial, y no erraba el tiro. Sin embargo, cuando aún no había terminado la semana, desde ese mismo mundo de los bits y las redes sociales y en contra de medios más tradicionales, por más modernos y hercianos que estos sean, se abría de nuevo un melón que debemos mantener sobre la mesa, hasta que no quede una sola tajada.

De todos los monopolios que el Estado se arroga el de la solidaridad es el que más me repugna. Trasladar su mastodóntica ineficacia en la gestión al trabajo de ayuda de los necesitados provoca que cientos de millones de euros se vayan por el desagüe y no lleguen donde realmente hacen falta

La polémica generada por los emolumentos que se embolsan los youtubers y su necesidad o no de que se dejen atracar, nos han tenido entretenidos a muchos, pero, sobre todo, ha manifestado a las claras la voracidad con la que se aplican esas hienas insaciables travestidas en inspectores de hacienda. Tengo la certeza de que más de uno se ha quedado sorprendido al leer las honestas y perfectamente argumentadas explicaciones que El Rubius ha transmitido a través de Twitter y que han corrido como la pólvora. He de confesar que a mí no. No es soberbia, es el convencimiento profundo de que, tras unas ganancias tan copiosas, necesariamente se esconde algo de inteligencia o un deportista muy bien asesorado. Tampoco me parece que el talento esté reñido con un voto a Carmena. El síndrome de Estocolmo y la programación de la escuela estatal –y digo estatal y no pública– es tal que, pese a haber sufrido en sus carnes las dentelladas del socialismo, es probable que aún crea que la cosa falló porque no la dirigieron los gestores adecuados, animalico.

En cualquier caso, y sea por las razones que sea, nunca está demás discutir sobre la elusión de impuestos. Siempre es un buen momento para desenmascarar la miseria moral de aquellos que distinguen entre los que se van de su tierra para buscar una vida mejor, ganando más dinero, y los que marchan a otros lugares para buscar mejor vida, manteniendo el que ya ganan. Muestran sus palabras ansia carroñera, envidia y avaricia a partes iguales y la ignorancia ciega de su superioridad moral. Nadie consigue explicar, porque es imposible hacerlo, por qué es más indigno e insolidario aquel que quiere mantener lo que honradamente ha ganado, que ese que quiere quitárselo.

Solo pueden argüirse falacias y demagogia. Los que se marchen no podrán disfrutar de las migajas del timo piramidal de las pensiones, que es una de estas. Los que no coticen no deberían poder usar la mejor sanidad del mundo, esa que tiene la mayor tasa de mortalidad de todos los universos conocidos en esta pandemia, otra. Si ustedes han tenido la posibilidad de comparar paraísos y refugios fiscales, sabrán que Andorra no es precisamente uno de los que más rentan, aunque tiene dos ventajas: precisamente su sanidad pública sí que está considerada como una de las mejores del mundo, si no la mejor, y te puedes llevar los tupper de tu madre a casa sin que se te descongelen del todo por el camino cada vez que los visites.

En cualquier caso, no cabe tirar de la retahíla de mantras. La pelea entre populismos de distintos colores por adueñarse del patriotismo nos conduce ahora al absurdo de que el amor a la patria pasa por darle el PIN de nuestra libreta de ahorros a la Agencia Tributaria. Y yo me rio por no emigrar. No le debemos nada a nuestra patria. De hecho, nuestra patria, España, nos debe a cada uno de nosotros treinta mil euros que ya se ha gastado a cuenta nuestra, sin siquiera enviarnos un whatsapp para ver que nos parecía. Pueden consultar sus llamadas perdidas. A ustedes tampoco les informó el Tío Sam. ¿Cómo se te ocurre muchacho largarte de España con todo lo que te hemos dado gratis? Lo peor de todo es que se creen sus absurdos argumentos.

Bien está, por tanto, que los gobiernos manirrotos e incapaces que nos han tocado en suerte dispongan de algún euro menos para dilapidar. Me parece positivo que haya hijos que no quieran pagar la pensión de sus padres a través del Estado, sino comprarles una casa y darles la paga en mano. Eso es lo solidario, es tremendamente hermoso y solo posible cuando las garras del Estado no pueden apropiarse de lo que honradamente alguien paga por nuestro trabajo. De todos los monopolios que el Estado se arroga el de la solidaridad es el que más me repugna. Trasladar la mastodóntica ineficacia del Estado en la gestión al trabajo de ayuda de los necesitados provoca que cientos de millones de euros se vayan por el desagüe y no lleguen donde realmente hacen falta. Y los malditos malnacidos utilizan esa misma solidaridad como estandarte y bandera para seguir robando. Esta es la razón de que el Estado me repugne tanto.

Las armas pueden utilizarse para atacar o para defenderse; cualquiera de los servicios y tecnologías que se encuentran en la red, también. El Estado, sus gobiernos, los impuestos y Hacienda son sin duda reprobables moralmente, pero por muy nefastos que sean siempre habrá una numerosa piara dispuesta a mantenerlos a toda costa para seguir con la boca pegada a la ubre. Mientras las vacas lecheras poco a poco van marchándose, ellos se preguntan ojipláticos cómo puede ser que nadie quiera marcharse, si ellos solo muerden con saña doce horas al día. Las vacas, mientras marchan, comprando bitcoins y acciones de GameStop en sus móviles, meditan el contenido de su próximo video en YouTube o en Instagram y se alejan buscando otros pastos, como en un western de los de antes. El que produce siempre es el bueno de mi película.

Foto: Jason Rosewell.


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