La política de nuestros tiempos es harto aburrida, anodina. Lo que en otros tiempos fue una lucha entre intelectuales por idearios filosóficos con distintas concepciones del mundo, hoy se ha convertido más bien en un campo en el que ciudadanos se posicionan por primitivos instintos de pertenencia a una tribu, con sus distintas subtribus. Y como suele ocurrir en las asociaciones tribales, los miembros aceptan todo el paquete de dogmas establecidos sin cuestionárselo. Los de derechas rechazan y odian los argumentos de los de izquierdas y viceversa, tal cual Montescos y Capuletos del Romeo y Julieta de Shakespeare, el mundo polarizado en dos bandos. En verdad, cada vez le veo más sentido a esa sentencia de Ortega y Gasset que decía: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”. Su intención con el uso de este neologismo fue la de criticar a las personas que, autodeterminándose dentro de un grupo político, son incapaces de pensar de una forma racional independiente más allá de su ideología, de forma análoga a la persona que padece de la parálisis motora en la mitad de su cuerpo (hemiplejía).

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Así, quienes aceptan la ideología de género automáticamente suelen aceptar el discurso de la emergencia climática y viceversa. Un medio de inteligencia crítica como disidentia.com no debiera caer en esos monodiscursos que hacen de altavoz a los intereses partidistas, sino que debiera ser un vehículo de librepensadores. Como veo que últimamente se ha inclinado la balanza de artículos en este magnífico medio hacia una posición dada en el tema del cambio climático, me parece apropiado rellenar este espacio con un mensaje diferente. Estoy orgulloso de poder participar en este periódico digital, tan necesario en estos tiempos, y también de leerlo y recomendarlo a quienes creo que tienen la cabeza para algo más que soportar la cabellera, pero no sobra recordar a sus lectores y columnistas que interesa debatir sobre ideas, no dogmatizar.

La izquierda de hoy en la política europea ya no es la izquierda revolucionaria del pasado, inspirada por Marx, Lenin, Mao Tse-Tung o el Che, ya no aspira a cambiar el orden económico, sino a acomodarse en él, se ha aburguesado. El ocaso de la Unión Soviética y el fin del simbólico muro de Berlín han cambiado totalmente la orientación de esa izquierda, y camina desde entonces desnortada dando palos de ciego, intentando convencer a antiguos y nuevos votantes de que hay todavía ideales de cuño izquierdista que defender en este injusto mundo: el feminismo, el reconocimiento de orientaciones sexuales minoritarias, la ecología, los inmigrantes ilegales, etc. Poco tienen que rascar hoy en día en Europa en temas sociales, pues ya los derechos igualitarios están reconocidos desde hace largo tiempo y ya se vienen aplicando políticas sociales independientemente de que gobiernen partidos de derechas o de izquierdas.

Por el contrario, la derecha tradicional, defensora del dios Dinero por encima del sufrimiento humano, en algunos casos en connivencia con los valores religiosos, también ha sido defensora de ciertos valores dignos de elogio, como la libertad individual en contra de los valores totalitarios de un Estado omnímodo que reclamaban las izquierdas. Hoy, sin embargo, en una Europa laica y con Estados débiles tampoco la derecha tiene muy claros sus propósitos, y vive su propia desorientación o bien absorbiendo parte de los pseudoideales de la izquierda contemporánea por temor a que se le escapen algunos votantes, incapaces de hacer frente a la autoproclamada supremacía moral de la izquierda (es lo que se llama derechita cobarde), o bien situándose por sistema en la posición diametralmente opuesta sin sopesar los argumentos (lo que yo llamaría la derechita descerebrada): “¿que el progre de izquierdas dice H?, pues yo digo no-H”, y así viven ambos del cuento en esta ficción democrática en la que de lo que se trata es de luchar por conseguir unos cargos y prebendas para llenar los bolsillos de los muchos que viven de la política profesionalmente. Ciertamente, en una sociedad del bienestar en la que muchos de los ideales del pasado ya son una realidad, ideales de libertad, de derechos sociales, etc., lo que resta por hacer son minucias en comparación con las grandes luchas políticas habidas. Toca pues vivir del cuento y exagerar las bagatelas.

Uno de esos cuentos o narraciones breves de argumento sencillo que la izquierda moralizante sostiene en la actualidad versa sobre el inminente peligro que amenaza al planeta debido al cambio climático, que parece ser la estrella dentro de los problemas ecológicos actuales, algunos de ellos mucho más peligrosos potencialmente pero que no han tenido tanto marketing. Según el relato, la culpa recae sobre todos nosotros, pecadores modernos, pero especialmente sobre esa representación suprema del mal sobre la Tierra que es la figura del empresario, feroz y mezquino. La salvación vendrá dada por un príncipe (de izquierdas; mejor aún si es una princesa o un homosexual) que arreglará todo con su varita mágica si le dejan gobernar.

Como en todo cuento, hay aquí una parte que tiene carácter realista: ciertamente, la temperatura del planeta está aumentando en promedio, y la industria y las máquinas creadas por la misma, emisoras de gases de efecto invernadero, tienen que ver con ello. Sobre si eso resultará apocalíptico o no, dependerá de para quién: España desde luego va a tener más problemas que beneficios, pero en los países nórdicos ya están ahorrando energía en calefacción debido al aumento de temperaturas y prevén beneficios al tener tiempos de cosecha más largos; algunas empresas de transporte ven con buenos ojos el futuro deshielo del Ártico, que les permitirá establecer nuevas rutas marítimas. Para algunas especies animales puede ser nefasto el cambio de temperaturas, pero otras pueden salir beneficiadas, y también puede ser positivo para las plantas en algunas regiones del planeta. Como dice el refrán, “no hay mal que por bien no venga”. Si bien, hemos de admitir que los cambios bruscos siempre son difíciles de conllevar, y este cambio de orden climatológico en el planeta traerá seguramente consecuencias bastante desagradables para una parte importante de la población.

Donde hace aguas la verosimilitud del argumento verdiprogre es en la idea de la salvación. Como en toda religión—y el movimiento verde tiene muchas similitudes con la argumentación religiosa con profetas a lo Greta Thunberg—, no vende bien la idea del apocalipsis si no va acompañada del consuelo de la salvación. Y así, cada poco nos viene a recordar el sagrado oficio de la iglesia ecologista de las Naciones Unidas que estamos todavía a tiempo de salvar el planeta haciendo que el aumento de temperaturas sea menor que una cierta cantidad de grados, pero que nos quedan muy pocos años para poder actuar. Llevan con la misma cantinela más de 30 o 40 años, y la tomadura de pelo resulta evidente cuando vemos que la fecha de caducidad del planeta se va posponiendo a medida que se van celebrando más y más cumbres climáticas sin obtener compromisos para detener las emisiones, como ha sucedido, por enésima vez, en la reciente Cumbre Mundial del Clima COP25 en Madrid. La hipocresía moral de los organizadores de estos eventos, buscando soluciones austeras en medio del despilfarro que supone mover decenas de miles de personas en viajes internacionales, recuerda a los fariseos. Esto parece como el anuncio de la llegada (segunda según los cristianos, primera según los judíos) del Mesías, que nunca llega pero que siempre está próxima. Lo cierto es que no se ven por ningún lado las soluciones del mundo progre aburguesado, con esa cantidad de niñatos que no se apean de su bienestar consumista y que luego salen a la calle a gritar que quieren un mundo con menos consumo o con soluciones mágicas que les permitan seguir consumiendo y contaminando sin que el planeta se entere. Todo se queda en el buenrrollismo, la manifa y una especie de infantil esperanza a fondo perdido de que las sociedades puedan llegar a autorregularse y reducir sus hábitos de consumo de un modo racional. Estoy de acuerdo con la aseveración de Gillaume Faye de que “Greenpeace y sus correspondientes ideólogos (…) políticamente ultracorrectos y totalmente cómplices del sistema” (1998, El arqueofuturismo). Si estos son los amigos del planeta, no le hacen falta enemigos.

Por otra parte, la derecha sin complejos (la otra, la cobarde, es una mera imitación de la izquierda progre; y para tener la copia barata, mejor quedarse con el original) y los medios de comunicación que le hacen de altavoz han decidido sacar tajada de este asunto del cambio climático con otra narración diferente. Como en todo cuento para niños, tiene que haber unos personajes buenos y otros malos, y aquí los malos son esos verdirrojos que utilizan la excusa de la emergencia climática como negocio y que engañan a la gente con amenazas infundadas o fundadas en una ciencia especulativa que no sabe dónde tiene la mano derecha, una ciencia relativamente joven del clima que no conoce las respuestas al fenómeno, mientras que la ciencia verdadera y no ideologizada que ellos conocen sabe que los cambios climáticos incluyendo el actual se han producido a lo largo de toda la historia y se deben a fenómenos naturales, no a la acción del hombre. La desinformación de la ciencia oficial induce a las masas a una histeria o psicosis climática que ahoga a la sociedad del desarrollo. El héroe principesco sería aquél que dejase a los ciudadanos seguir contaminando sin remordimientos de conciencia, liberando así al pueblo del dragón comunista.

Aquí también el relato contiene elementos bastante verosímiles, sobre todo en lo que respecta al análisis socioeconómico, y el cómo los lobbies verdes se han montado un negocio para vivir del asunto, exagerando el catastrofismo para “en río revuelto, ganancia de pescadores”. Ciertamente, el dicho “piensa mal y acertarás” se aplica en casi todo lo humano. También se aplica el refrán “piensa el ladrón que todos son de su condición”. Sin embargo, la Naturaleza y la observación científica de la misma no están tan sometidas a ideologías mundanas como piensan algunos. Lo cierto es que nuestra época es excepcional como ninguna otra conocida a lo largo de la Historia (sin irse a la prehistoria) por la rapidez con que se están produciendo los cambios, y esto no es una teoría, sino algo medible. También resulta fantasioso decir que los científicos todavía están discutiendo sobre las causas del cambio climático y que no se ponen de acuerdo entre ellos. Lo cierto es que, en cuestiones básicas, no hay ningún o casi ningún científico especialista en el tema que no admita la notable subida de temperatura media y prevea una mayor subida en el futuro, y que no vea que están aumentando en la atmósfera las concentraciones de CO2, teniendo actualmente el valor más alto de los últimos tres millones de años, y otros gases de efecto invernadero, que se deben principalmente a la actividad humana industrial del último siglo. Hay alguna probabilidad no nula de que el cambio de temperaturas sea debido a una fluctuación por causas naturales, sí, no es imposible, como tampoco es imposible que nieve en Madrid en el mes de agosto, pero la probabilidad es muy baja, y con gran diferencia el factor más probable es el antropogénico.

Ningún organismo científico nacional o internacional de prestigio mantiene una opinión formal que disienta de cualquiera de estos puntos principales. Puede haber algún científico que a título particular opine lo contrario, muchos de ellos financiados por empresas petroleras y otras a las que les interesan que se enturbie el asunto para que no se pongan límites a las emisiones, pero no un especialista del tema que investigue seriamente el tema con dinero que no esté manchado con petróleo. Al fin, los científicos son humanos, no son infalibles, son sobornables, y también pueden opinar sobre lo humano y lo divino metiendo la pata a veces en temas que no conocen mucho, como si un podólogo opina sobre qué inyecciones le van bien a los caballos.

Hace ocho años, he publicado en una revista en papel ahora desaparecida llamada Disidencias (nr. 11 [2011], pp. 59-71) un artículo con título “La espiritualidad ecologista y sus sacerdotes” y con el siguiente resumen: “Cualquier alma mínimamente sensible puede ver y prever el desastre medioambiental presente y futuro de nuestra civilización. La Tierra se nos muere. No hay soluciones claras al problema, no hay salvación posible con el actual sistema político y económico, aunque sí muchas aves de rapiña que pretenden hacer negocio con la excusa del ecologismo: los nuevos sacerdotes que administran la espiritualidad verde. Ante tal situación, sólo el santo-asceta que rechaza vivir en la sociedad de consumo o el revolucionario que trata de derrocarla tienen algo que aportar ‘contra la muerte de la Tierra’.” No he cambiado de opinión: sigo pensando que los políticos, tanto de derechas como de izquierdas, no están para salvar el planeta, sino para hacer negocios con el tema. Sigo pensando que el asunto no tiene ninguna solución a la vista, a falta de políticos con un pensamiento fuerte y con posibilidades de hacerse con el mando y no los peleles de trapo que ahora tenemos en nuestra ineficiente democracia. Más bien podría decirse que ya es demasiado tarde y que el desastre es inevitable, quizá sea mejor empezar a concienciarse de que debemos adaptarnos a los nuevos tiempos. Tristes son las verdades del barquero, sí, pero mejor eso que vivir del cuento chino de la salvación o el de la negación del origen antropogénico del cambio climático, aptos solo para hemipléjicos morales.

Foto: Casa Rosada


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