He visto los vídeos que recogen las circunstancias en que murió Tyre Nichols. Al ciudadano Nichols le detienen unos policías en una operación de tráfico. El coche de Policía se detiene tras el que él conduce, y le detiene. Nichols sale del coche diciendo que él no ha hecho nada. La cámara subjetiva de uno de los agentes muestra los esfuerzos de los policías por reducirle y esposarle, pero Nichols, un hombre corpulento de 29 años, logra zafarse y huir.

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No se supo hasta más tarde, cuando lo irremediable ya había ocurrido, pero Nichols huía en dirección a la casa de su madre. Los policías, que son ya cinco, le encuentran a mitad de camino y le vuelven a detener. Él se resiste. En un determinado momento, los policías recurren a la violencia. Le dan una brutal paliza de tres minutos. Le dan con la pistola paralizadora, le rocían con gas pimienta, siguen zahiriéndole, y en determinado momento empieza a gritar: “¡Mamá! ¡Mamá!”.

Tyre Nichols era negro, y le habían matado unos policías, de modo que la respuesta a la pregunta está a la altura intelectual de un periodista español, o de un ministro de Sánchez: ¡lo mataron por racismo! Eso sí, los hombres que lo golpearon como a una piñata eran todos negros

Parece la apocatástasis de quien ve de cerca la muerte; un viaje al origen de la vida en peligro en el que se acuerda de quién nació. Pero no, era un verdadero grito de auxilio a su madre, que estaba cerca. Sólo imaginarnos a la madre pensando en que su hijo la invocaba clamando auxilio, hiela la sangre. Este hecho desgraciado parece uno más, entre otros. Sólo en enero, según la revista Rolling Stone, la policía había matado, al menos, a otras siete personas desarmadas.

¿Cómo es posible que una detención de tráfico haya devenido en la muerte de un ciudadano desarmado a manos de unos profesionales de (el monopolio del Estado) la violencia?

Bien, Tyre Nichols era negro, y le habían matado unos policías, de modo que la respuesta a la pregunta está a la altura intelectual de un periodista español, o de un ministro de Sánchez: ¡lo mataron por racismo! Eso sí, los hombres que lo golpearon como a una piñata eran todos negros, de modo que la respuesta exigía una elaboración ulterior. Porque la teoría radical que denuncia el racismo es, a su vez, racista: sólo unas razas son racistas (o, en verdad, sólo una, la blanca), mientras que el resto no lo son, y no pueden serlo. Es decir, Al Sharpton, que es un activista que ha hecho de su racismo su forma de vida, no es racista porque es negro. Entonces, ¿por qué estos agentes de la ley, tan negros como Sharpton, sí lo son?

La respuesta que le han dado desde el radical antirracismo racista es que ellos son instrumento de un racismo estructural. El racismo está en el aire, como el amor de John Paul Young, y los agentes lo han inhalado por muy negros que sean. Asunto resuelto. Estos juegos de palabras chocan contra la lógica más elemental. Pero eso no detiene a unos que defienden esas posiciones, ni a otros que las asumen sin que les explote la cabeza.

En realidad, la cuestión es más compleja que lo que acabamos de decir. Primero, porque es cierto que la raza de los policías no es relevante. Y, segundo, porque hay cuestiones estructurales que explican en parte lo que está ocurriendo. Pero no nos adelantemos.

Porque la cuestión sigue abierta. ¿Por qué ha ocurrido? Ha habido una larga espiral que ha desembocado en la muerte de Tyre Nichols y, como ya sabemos, de muchos otros. Esa espiral tiene un origen muy preciso: la muerte de otro joven negro, desarmado, a manos de unos policías: George Floyd.

Entonces, un par de policías se bastaron para detener y reducir a este joven. Era corpulento, y no tenía un control racional sobre su comportamiento, porque había consumido fentanilo y otras drogas. Cuando los agentes, en compañía ahora de otros dos, le conducen a un coche patrulla, Floyd se resiste porque tiene claustrofobia. Comienza un forcejeo, pero de nuevo la pericia de los agentes se impone. Dereck Chauvin, utilizando un procedimiento reglamentario, pone su rodilla sobre el cuello de Floyd. La maniobra se prolonga demasiado tiempo, o quizás el cuerpo de Floyd, agitado por el nerviosismo y por las drogas, no daba para más. Pero lo cierto es que así fue como murió ante la mirada de los agentes.

Esa muerte dio alas al movimiento Black Lives Matter. El lema es innecesario, por cuanto para cualquier persona de bien, como diría Alberto Núñez Feijóo, cada vida es preciosa y una circunstancia como el tono de piel no puede utilizarse para calibrar su valor. Pero el lema se blandía como si fuera necesario: de la mano de la teoría crítica de la raza, el movimiento decía que había un racismo estructural, del que eran culpables los blancos y víctimas los negros, y que sólo podíamos sobreponernos a esa situación haciendo añicos las estructuras. La Policía, la primera de ellas.

Entonces, se pusieron en marcha varias medidas encaminadas a entorpecer el trabajo policial. El razonamiento es tosco como una receta progresista: si la Policía es estructuralmente agresiva contra los negros, para reducir su violencia contra ellos tenemos que limitar su capacidad de actuar.

Es en ese contexto en que se pone en marcha el movimiento “Defund the police”, que como dice el lema consiste en retirar los fondos a los departamentos de Policía. El movimiento tiene pretensiones absolutas que, por descontado, no se cumplieron. Pero las grandes ciudades están en manos de alcaldes demócratas, la gran mayoría, que se dejaron llevar por la moda ideológica del momento. Y los presupuestos de los departamentos de muchas de estas ciudades, se redujeron. Muchos policías se fueron a la calle a causa de lo que, en otro contexto, se llamaría “los recortes”.

No fue el único cambio importante, aunque sí el más visible. Aunque esta es una tendencia anterior, aumentó la fiscalización de la labor policial, que ahora está bajo sospecha ciudad tras ciudad. Alcaldes, gobernadores y fiscales generales adoptaron otras medidas que reducían la eficacia de su labor. Por ejemplo, en Nueva York se ha eliminado la fianza en dinero, lo cual ha provocado un aumento de la delincuencia. Algunos fiscales, especialmente los que han sido apoyados (financiados o comprados, si lo prefiere) por George Soros, han dicho que renuncian a actuar contra determinados crímenes de poca monta. Esta impunidad asegura a muchos poder vivir del crimen, y maniata a los policías.

Resultado de todo ello es que, en estos momentos, con la criminalidad disparada tras la aplicación sistemática de las reformas progresistas, los agentes abandonan sus puestos y los ayuntamientos no encuentran a quien quieran ocuparlos. El número de efectivos no deja de caer, justo cuando su trabajo es más necesario.

Algunas ciudades, como la de Tyer Nichols (Memphis), se han visto obligadas a rebajar el baremo para contratar nuevos agentes. El resultado, allí y en otras ciudades, es que los nuevos agentes no están a la altura de los anteriores. Y eso explica, en parte, lo que le ocurrió al ciudadano Nichols. Basta con leer a Heather McDonalds, en City Journal:

“Los agentes hicieron caso omiso del protocolo de parada, según el cual el conductor debe permanecer en el coche y mostrar las manos; en lugar de ello, sin motivo aparente, sacaron a Nichols del coche y lo tiraron al suelo. No le explicaron el motivo de la parada. No siguieron la cadena de mando, según la cual el agente que inició la parada suele llevar la iniciativa táctica; en lugar de ello, actuaron sin coordinación y con propósitos contrapuestos. Dieron órdenes contradictorias que no podían obedecerse simultáneamente. Intensificaron el uso de la fuerza sin provocación. Aumentaron la tensión de todos gritando palabrotas a un Nichols acobardado; es Nichols, y no los agentes, quien intenta conmovedoramente desescalar la situación señalando su acatamiento. Tras haber recurrido injustificadamente a la pistola eléctrica y al spray de pimienta, los policías fracasaron en el despliegue de esos dispositivos. Fueron incapaces de esposar a Nichols, a pesar de su escasa resistencia y de la superioridad numérica de los agentes. No encendieron nunca las cámaras, las encendieron tarde, las volvieron a apagar o se las quitaron. Un agente envió a cinco personas una foto tomada con el teléfono móvil de Nichols, golpeado y ensangrentado, como si se tratara de un trofeo de caza mayor. Los agentes no avisaron a un supervisor después de utilizar la pistola paralizante y el spray de pimienta”.

Claramente, no es el trabajo de unos profesionales. Y es normal: dos de los policías implicados en la muerte de Nichols entraron en el cuerpo después de que la ciudad de Memphis se viera obligada a rebajar sus estándares por la falta de agentes.

La espiral que acabó con la muerte de Tyre Nichols es la de Black Lives Matter.

Foto: Matteo Modica.


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