Hace tiempo un amigo me dio un buen consejo, me dijo que en la vida real la lealtad no atiende a los favores recibidos sino a los favores por recibir. Y que la mayoría de las personas tienen una memoria muy frágil, olvidan con rapidez lo recibido porque su lealtad está pendiente de lo que esperan obtener de uno en el futuro. La gratitud es por lo general muy olvidadiza; siempre, mal que nos pese, especula con el futuro, como un ambicioso ejecutivo que califica a sus colaboradores no por sus logros presentes, sino por sus éxitos futuros.

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Si en la vida ordinaria esta regla suele reproducirse regularmente, en política es implacable. Raro es quien mantendrá su lealtad unida a las viejas relaciones y favores cumplidos. La mayoría adulará y apoyará a un partido político no por sus principios, tampoco por los privilegios recibidos, pero ya amortizados, tal vez perdidos, sino por las expectativas de poder.

Llevados por la euforia de un poder en ciernes, estos dirigentes pronto adquieren los vicios de los caciques

Así, cuanto más favorables sean los resultados electorales o los pronósticos a corto plazo de un partido, más lealtades sumará y, al mismo tiempo, más aliados restará a sus adversarios. Sus dirigentes descubrirán con gran alborozo cómo las severas críticas del pasado se tornan en encendidos elogios, en himnos de fe y esperanza, en promesas de fidelidad ciega de antiguos adversarios. De esta forma, llevados por la euforia de un poder en ciernes, estos dirigentes pronto adquieren los vicios de los caciques.

Ciudadanos y las nuevas lealtades

Viene todo esto a colación de la euforia desatada con Ciudadanos, partido al que las encuestas, nunca inocentes, le otorgan ya más de seis puntos de ventaja respecto a un PP agotado, cuya incapacidad crónica para renovarse es en una pesada losa que ninguno de sus líderes liliputienses es capaz de levantar. De ahí la adulación desaforada, el ensalzamiento incondicional que de un día para otro recibe de los que antes eran voceros de sus adversarios. Voceros que, ante el irresistible aroma del poder, se disponen a servir con obediencia ciega al futuro dueño del presupuesto. Antes, una nutrida diáspora de políticos y periodistas caídos en desgracia se alistó en sus filas. Pero ahora las deserciones amenazan convertirse en estampida.

Para los analistas más superficiales, o interesados, esto no deja de ser una buena noticia, un anticipo de la buena nueva del cambio que se avecina. Al fin y al cabo, se supone que Ciudadanos viene a sanear la política, o al menos esa es la versión oficial. Pero es de temer que, a este ritmo de alistamiento de pelotas, correveidiles, vividores y corruptos, para cuando llegue al poder el partido ya estará corrompido.

Este desplazamiento «masivo» en favor de Ciudadanos es, como suele decirse en economía, un pésimo indicador adelantado, porque nos anticipa que la dinámica de la política española no va a cambiar

En realidad, este desplazamiento «masivo» en favor de Ciudadanos es, como en economía, un pésimo indicador adelantado, porque nos anticipa que la dinámica de la política española no va a cambiar, que el sistema de premio y castigo, y escasa libertad, va a seguir imperando. Es evidente, además, que alguien ha dado la señal de salida. Y ese alguien es el que paga las facturas.

No nos engañemos, existen ya en Ciudadanos determinados comportamientos que recuerdan demasiado al partido al que pretende reemplazar, y a otros que se supone muy distintos. Perdonan… pero no olvidan. Su relación con los medios sigue el patrón de la “vieja política”, donde se distingue al amigo del enemigo en base a su capacidad de adulación, de servilismo. Dicho de otra forma, Ciudadanos no se libra de ese comportamiento leninista tan característico de los partidos españoles. Esto es así desde antes de la absorción de la diáspora maldita.

Un partido vaporoso

Dicen que es lógico que, cuando un partido de ámbito nacional se ha de construir tan deprisa, se cuelen en sus filas indeseables y arribistas. Y es cierto. Esto no es culpa de sus líderes. Sin embargo, el problema principal está en la cúpula, no en los infiltrados, por más que estos sean garantía de escándalos futuros.

Ciudadanos hace tiempo que se perdió en el tactismo y rápidamente ha devenido en un partido extraordinariamente vaporoso, con un espectro tan amplio que diríase que pretende emular al actual Partido Comunista Chino y erigirse en una especie de partido único a la española, capaz de implementar al mismo tiempo políticas antagónicas, de pactar con unos y con otros y hacer de la incoherencia un arte sublime.

Ya están floreciendo en el partido personajes de cierto peso cuya devoción por los disparates posmodernos no es marketing sino fanatismo auténtico

De hecho, sorprende la abrumadora corrección política de la que Albert Rivera y los suyos ya hacen gala. No hay mantra posmoderno para el que no tengan cumplida atención y una más que generosa voluntad presupuestaria. Es evidente que muchas de las disparatadas causas posmodernas que hoy se han convertido en política son utilizadas como banderín de enganche para el votante progresista. Ocurre, sin embargo, que al final cuando uno baila con el diablo, no cambia al diablo, sino que el diablo le cambia a uno. De ahí que ya estén floreciendo en el partido personajes de cierto peso cuya devoción por los disparates posmodernos no es marketing sino fanatismo auténtico.

Liberales y cuarto y mitad de progresismo

La globalización demanda no ya desburocratizar los Estados sino las mentes. Es un mensaje que la modernidad hace resonar a todas horas. Esto no significa que las naciones deban perder su integridad y diluirse en un supra estado, sino que son los estados y sus administraciones los que deben retroceder sobre sí mismos, dejando a la nación tranquila pero dando mucha más libertad a las personas. Ningún ente planificador puede resolver los dilemas de nuestro tiempo. Sólo el método de prueba y error aplicado por millones de personas verdaderamente autónomas podrá dar con la fórmula que resuelva los enigmas del futuro. Pero eso obliga, claro está, a eliminar barreras, fomentar la competencia y abrir un sistema económico que ni tecnócratas ni grandes empresarios quieren abrir.

Esta fe inquebrantable en la política también se manifiesta en Ciudadanos cuando interpreta el europeísmo como lealtad incondicional a la Unión Europea

Desgraciadamente, los cuadros tecnócratas que integran el partido que lidera Albert Rivera forman parte de ese cuerpo de expertos criados en la doctrina del Estado, gente que cree que la política lo puede todo y que, por lo tanto, debe estar presente en todo y en todas partes, incluso en la cocina de su casa. Esta fanática fe en la política como medio de moldear el futuro debería resultar muy preocupante para cualquier liberal que se precie. Y cuando digo liberal me refiero al liberal de principios, no al que sólo abomina de los impuestos.

Esta fe inquebrantable en la política también se manifiesta en Ciudadanos cuando interpreta el europeísmo como lealtad incondicional a la Unión Europea. Europa es mucho más que la UE. De hecho, en no pocas ocasiones, la UE resulta antagónica al europeísmo, de ahí los problemas que la burocracia de Bruselas genera constantemente con los estados miembros. Criticar a la UE no es ser antieuropeo. Pero en Ciudadanos hacen gala de un europeísmo naif que vincula la lealtad acrítica a la UE con el derecho a ser calificado de europeísta.

Un falso centro

Definirse como centro político en no pocas ocasiones enmascara cierta intolerancia hacia las posturas que no son equidistantes. Y Ciudadanos también parece caer en este error, manifestándose como una especie de “extremo centro”; es decir, como la dictadura del término medio donde falsamente está la virtud, y fuera, la indeseable radicalidad.

El consenso tiene utilidad cuando consiste en buscar acuerdos donde la verdad de alguna manera permanece. Es decir, cuando es un medio para un fin y no un fin en sí mismo

Sin embargo, no es cierto. En política, como en todo lo demás, existe lo correcto y lo incorrecto, no lo medio correcto o lo medio incorrecto. El consenso tiene utilidad cuando consiste en buscar acuerdos donde la verdad de alguna manera permanece. Es decir, cuando es un medio para un fin y no un fin en sí mismo. A este respecto, decía Margaret Thatcher que el consenso es el proceso de abandono de todas las creencias, principios, valores y políticas. Que es algo en lo que nadie cree, pero a lo que nadie pone objeciones. Sin embargo, ¿qué gran causa habría sido luchada y ganada bajo el lema: «Estoy a favor del consenso»? Evidentemente ninguna.

Mucho me temo que Ciudadanos no es en realidad un partido político sino un plan para sustituir a unas élites por otras, dejando todo lo demás poco más o menos como está. El cambio sensato… en beneficio de algunos.