Afirman los científicos que en sus primeros 1000 días, el cerebro forma el 85% de sus conexiones. Es curioso observar que a la incertidumbre del lejano universo se suma lo desconocido de lo más cercano. Nuestro cerebro, ese órgano que apenas pesa kilo y medio, cabe en la palma de nuestra mano y permanece insondable en sus más de 200 billones de conexiones neuronales. Alrededor de esta jungla de ceros sigue avanzando la investigación actual.

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Los científicos sostienen que el cerebro evoluciona de modo intenso y rápido, particularmente en sus primeros años, así que es lógico pensar que los padres y madres de los más pequeños deberían tomar nota. Con la misma lógica podemos deducir que la escuela debería sumarse a esa estimulación temprana, en la que tanto insisten y de la que tanto hablan los que saben. Que dicho en claro y en breve se trata de potenciar todo estímulo positivo, en este sentido no es secundario establecer un límite a las pantallas y cuestionar desde bien pronto cuándo se compra el primer móvil a nuestros pupilos.

Una generación de profesores formados en el canon de la lectura y escritura estructurada, reflexiva, pautada en los tiempos y en los espacios, está desapareciendo. Mientras tanto algo está ocurriendo en el cerebro obligado a combinar tareas, fragmentar la atención, reclamar más y más estimulación

En esta evolución del cerebro no es ajena la tecnología, convertida en una prolongación de nuestros sentidos. Cómo leemos, pensamos, sentimos, convivimos de manera diferente a como lo hacíamos en la era analógica, no es un tema de discusión. Estamos en la “aldea global” mcluhiana, y desde esa perspectiva tiene su sentido la función de la tecnología. A veces contemplada desde el fragor guerrero ludita, otras desde los nostálgicos de la pizarra y el libro. Pero no es nada nuevo, el canon de la imprenta siempre tuvo sus enemigos. Primero fue la tele, luego llegaron los videojuegos, que incitaban a la violencia y volvía a los niños medio zombies en aquellas mañanas de escuela, más tarde internet y ahora los algoritmos con la mano negra de la inteligencia artificial.

Al mismo tiempo, otros reciben con servilismo mesiánico cualquier novedad tecnológica que promociona el diseño de una escuela y una educación en la que el uso de determinadas plataformas, o la inclusión de cualquier tecnología es sello de calidad para un buen e innovador aprendizaje.

La experiencia de estas tres últimas décadas, muestra que el sentido de la educación está en el chip del profesor, no en el aparato que se utilice. Ya lo vimos con el vídeo en los años 90, después fueron las pizarras digitales, y ahora lo son los diferentes convenios, acompañados de sus correspondientes asesoramientos con las grandes plataformas, lo cual resulta ser más de lo mismo. Hace ya un tiempo que circulan por los coles esos “embajadores” de Google con sus diferentes diplomas e insignias, formados en la corporación googliana instruyen a los profesores en diferentes programas y aplicaciones del gigante tecnológico. A cambio la compañía se asegura el control de los datos y un enfoque de la educación esencialmente instrumental y tecnicista. Por consiguiente, no es una casualidad que cada día de modo más frecuente, se prodigue en muchos foros educativos, y se coloque en los púlpitos pedagógicos el debate sobre el alcance del META-VERSO para los espacios escolares y universitarios, formales y no formales.

El viejo debate entre tecnofobias y tecnofilias tiene el lastre de varias décadas, iniciado a mediados de los sesenta hábilmente por Eco en su célebre “Apocalípticos o integrados”. Un debate que hoy es muy útil para llenar congresos y orbitar sobre el sexo de los ángeles. Probablemente sea Denis McQuail quien mejor entendió el papel y la función real de la tecnología aplicada a la comunicación y la información. En su “Introducción a la teoría de la comunicación de masas, coloca el dardo en la diana, a pesar de que solo en la segunda parte de su manual contempla la relevancia de Internet. El teórico entiende la tecnología como artefacto cultural. O sea, como un entorno que forma parte de un circuito que es cíclico y funciona a modo de bucle. Encontramos un contexto social que conduce a nuevas ideas, que implican nuevas tecnologías, que a su vez se aplican y suman a usos anteriores. Estas prácticas usan aplicaciones que son adaptadas por las diferentes instituciones, (económicas, industriales, políticas, sociales), unas más otras menos, las educativas suelen llegar tarde y mal, que producen nuevos significados y nuevos cambios culturales, que a su vez se abrirán a otro contexto, para volver a empezar. Esto ocurrió con la rueda y ocurre con inteligencia artificial.

Cuando McLuhan, sin llevar ningún móvil en su bolsillo, advirtió que los medios electrónicos se habían convertido en una prolongación de nuestros sentidos, y que el mundo podía ser pequeño como una aldea, pero perfectamente cableado, consiguió describir la comunicación del futuro. Como en otras ocasiones, el mundo académico le hizo muy poco caso, desconozco si por su don visionario, su potencial divulgativo, o porque no había escrito ningún libro ad hoc para contentar a los académicos, afortunadamente fue su hijo el que difundió su conocimiento con diferentes publicaciones.

A nadie se le escapa que los cambios son acelerados e intensos, big data, blockchain, sistemas de rastreo, realidad aumentada, reconocimiento facial, son términos que hace pocos años podían aparecer en las novelas de Philip Dick, o en cualquier relato de ciencia ficción, que hoy se presentan como posibles respuestas a diferentes problemas, o por lo contrario añadir nuevos problemas. Observa Goldberg que hace varios miles de años la vida apenas cambiaba durante siglos, la historia nos enseña que así fue por ejemplo entre la construcción de la pirámide de Guiza y la de Ramsés el Grande, hablamos de trece siglos, un tiempo aproximado al que transcurrió desde los albores del Imperio romano, pasando por la Edad Media hasta la revolución industrial. Volviendo al presente es probable que no recordemos la aparición del primer smartphone, hace tan solo 26 años. Un Nokia que parecía un zapato con botones revoluciona la comunicación un 15 de agosto de 1996.

Nos encontramos inmersos en la aceleración del cambio, que es una relevante novedad en la historia de los humanos. En apenas un par de generaciones, las habilidades cognitivas adquiridas, que antes servían para toda una vida, ahora quedan obsoletas. Nos guste o no admitirlo, el cerebro se encuentra cada vez más estimulado por la novedad. Esto es evolución y tiene un precio, si bien el intenso ritmo con el que se concentra y dispersa el conocimiento es estimulante, a su vez la fragmentación de lo que se conoce produce un aprendizaje atomizado, desprendido de referencias, frágil y flotante.

El desafío es enorme. Una generación de profesores formados en el canon de la lectura y escritura estructurada, reflexiva, pautada en los tiempos y en los espacios, está desapareciendo. Mientras tanto algo está ocurriendo en el cerebro obligado a combinar tareas, fragmentar la atención, reclamar más y más estimulación, con más intensidad y en el menor tiempo posible. Un conocimiento que se escribe con renglones torcidos ya está aquí, ni desde la nostalgia del pasado ni desde el mesianismo del futuro creo que tengamos respuestas. La evolución siempre tuvo sus propias reglas, es tiempo para encontrar un sentido a lo que producimos.

Foto: ThisisEngineering RAEng.


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