Comentando sobre el asunto en redes sociales, alguien me hizo notar y probablemente tenga razón, que fue en mi tierra, en Canal 9, donde perdimos la virginidad en esto de incluir las discusiones en el menú del asueto y el divertimento. En aquel mítico “Tómbola” conducido por Chimo Rovira; Jesús Mariñas o Lydia Lozano, entre otros, se echaban ardorosamente los tratos a la cabeza, dando el pistoletazo de salida a como hoy se entienden los programas de debate al uso. Las tertulias ´tipo “La Clave” de Balbín, más sosegadas y con cierta enjundia, algunas veces, quedaban relegadas a un grupo muy menguado de incondicionales, que quizá no presumían de ver los documentales de La 2 aunque lo hicieran. Traspasada la frontera del papel cuché el debate-show sirve lo mismo para el deporte, la política o la filosofía.

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Puesto que nos ha tocado vivir en un tiempo donde todo es superficial y liviano, donde la profundidad argumentativa es poco menos que inconstitucional, las palabras hacen las veces de guantes de boxeo, en batallas tan cruentas como inanes, en las que al terminar los púgiles se marchan a casa sin arriesgar realmente el pellejo y con la bolsa repleta. Sin duda prefiero el boxeo. En el Noble Arte al menos se precisa una profunda y concienzuda preparación física y mental y no carece de cierta estética el bailoteo saltarín de los contendientes en el cuadrilátero. Lo mismo ocurre en las artes marciales mixtas y en toda disciplina de lucha física. La brutalidad y la violencia tienen ese atractivo primitivo, morboso si quieren, que a veces nos mantiene atrapados frente a la pantalla. Nada que ver con las fútiles luchas verbales que se meten en nuestras casas en cuando nos descuidamos.

Al contrario del intercambio de ideas provechoso, se ha establecido un estándar que queda mucho más cercano al circo romano, hecho este que no pasa desapercibido al césar de turno. De hecho, en los últimos tiempos hemos asistido al menos a tres cuestiones distintas, que en mi opinión merecen un tratamiento sosegado y crítico, denso y desapasionado

Como si de un acontecimiento deportivo se tratara, los aficionados al debate-show, acuden pertrechados convenientemente. Al fútbol se va cargado con bufandas, camisetas y algo para picar. Antes también se podía ir con un habano de más de un palmo de largo y al menos dos pulgadas de grosor. A ver un debate, en YouTube o en La Sexta, se sienta uno repleto de prejuicios, henchido de certezas y presto a gritar si se tercia. Nadie saca nada en limpio que no trajera de casa a medio lavar. Si nuestro paladín, por alguna de aquellas, tiene un mal día, se le excusa como al central que acaba de salir de una lesión y necesita rodaje, y hasta la próxima. Como los niños juegan al fútbol en la puerta de mi casa, algunos juegan a intercambiar golpes verbales en la barra del bar o en la comida con los compañeros de trabajo. El éxito del deporte radica en que es una réplica de la vida a menor escala, o eso creo, y por eso en base a él se puede explicar casi cualquier cosa.

Si todas estas peleas quedaran reducidas a cuestiones deportivas o de la prensa del corazón, no habría mayor problema. Al fin y al cabo, la vida profesional o personal de Cristiano Ronaldo es absolutamente trivial y en poco o en nada influye en nuestras convicciones morales o en la economía de nuestra familia. Sin embargo, el concurso en el ámbito académico o político del show como parte necesaria e imprescindible de las discusiones es altamente peligrosa y problemática, porque el espectáculo tiene sus reglas y fundamentos y en nada se parecen a los del diálogo filosófico. Ni tan siquiera se asemejan a los de una discusión bizantina.

Al contrario del intercambio de ideas provechoso, se ha establecido un estándar que queda mucho más cercano al circo romano, hecho este que no pasa desapercibido al césar de turno. De hecho, en los últimos tiempos hemos asistido al menos a tres cuestiones distintas, que en mi opinión merecen un tratamiento sosegado y crítico, denso y desapasionado, y que se han despachado con intercambio verbales de sal gruesa, como parece que toca siempre en esta nuestra sociedad.

Así, cuando se trata de deslindar entre los derechos del ciudadano Hasél, de nombre Pablo Rivadulla, cualquiera que haya osado defender su Libertad de Expresión, puede ser tachado de terrorista, ignorándose que hasta los supuestos terroristas no dejan de ser supuestos mientras que no se demuestre lo contrario. Es más fácil obviar que defender que cualquiera, por muy ruin y sinvergüenza que sea, tiene derecho a decir sandeces, no significa en modo alguno apoyar a los que lo apoyan quemando contenedores o rompiendo escaparates. Parece olvidarse ipso facto lo importante que es que estas cosas siempre estén presentes para que cuando vengan a por nosotros, personas decentes y cumplidoras con nuestras obligaciones fiscales y morales, sean conocidas y accesibles y podamos defendernos del rodillo estatal. Lo más triste es que alguno al leer este párrafo pueda pensar justo lo contrario de lo que trato de transmitir, cuando estoy harto de repetir que el rapero leridano –qué horterada– o cualquier otro terrorista de palabra, obra y omisión son una pandilla de hijos de puta.

Este hecho, como lo fueron en su momento los debates fallidos de la eutanasia o el más reciente sobre los impuestos y los youtubers, son presentados como carnaza por los medios de comunicación mientras los que detentan el poder hacen el truco en el otro lado del escenario. De esa manera, no solo nos hurtan la posibilidad de aprender algo o llegar a alguna conclusión, si no que hacen su magia negra convirtiendo nuestra Libertad en su dictadura, por arte de birlibirloque, mientras estamos enfrascados en la pelea del siglo de esta semana Rallo-Bernardos.

No se trata de acercarse a la disputa con argumentos, paz y sosiego, con la mente abierta a la negociación mental. Es solo parte del bisnes. That’s enterteinment. Nada por aquí, subida de impuestos por allá.

Tan necesario es que se abran los debates como que no se cierren en falso y, por supuesto, que no sirvan de cortina de humo tras la que esconder una realidad mucho más preocupante y triste. Hablar de las cosas por hablar, sin análisis ni crítica, no es camino para que se resuelva nada. No seré yo quien le diga a nadie en qué ha de pasar sus horas ni qué ver o escuchar, a mí también me gusta entrar al trapo de tanto en tanto, y lo hago aquí habitualmente, pero desde luego tengo toda la Libertad del mundo para advertir que eso que parece tan importante, que se presenta como tan serio en ocasiones, no es más que la distracción y que generalmente tiene la misma importancia que un Barça-Madrid. Ninguna. Lo gordo se juega en otro negociado. El puñal te la están clavando por otro sitio.

Foto: Mark Williams.


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