Hay cuestiones que son tabú, pero una en concreto se lleva la palma: el suicidio. Habitualmente, cuando surge este tema se suele mirar hacia otro lado. El suicidio es ignorado. Incluso da pánico. Quizá ese miedo provenga de nuestro imaginario popular, que se alimenta de la cultura y de la ficción. Cine y literatura han transmitido una idea sobre el suicidio errónea, alejando la realidad que hay tras quién “decide” quitarse la vida.

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El suicidio es un fenómeno complejo que surge de la acción recíproca de diferentes factores. Es un hecho universal y transcultural que adquiere diversas perspectivas en función de la sociedad. Tal y como decía en otra ocasión, puede ser considerado en unos casos un acto de heroísmo, en otros de “cobardía” y en otros de desesperación. Sin duda, es una cuestión que atañe al individuo, aunque no solo le afecta a él. Numerosos estudios destacan que el comportamiento suicida es un fenómeno complejo. No existe una única causa que lo explique y, como en todos los problemas relacionados con salud, existen factores que predisponen y factores que desencadenan el comportamiento.

Durante las tres últimas décadas se han estudiado factores de origen biológico, cultural, psicológico y relacional que pueden influenciar la aparición de la conducta suicida. A pesar de que se desconocen muchos factores que inciden en el hecho, existen algunas hipótesis acerca de los agentes que intervienen y que podría orientar la prevención de este problema. Entre los principales factores que podrían estar incluidos, se hace especial mención siempre a la vulnerabilidad individual en relación al contexto social y cultural, la edad, el género, raza, religión o los factores genéticos. Es decir, el sufrimiento relacionado con distintas variables y que lleva a la persona a la desesperanza. Personas con trastornos mentales, otras con problemas sociales o de exclusión, económicos, amorosos, etc. No hay una causa única ni tampoco un grupo especialmente afectado.

Además, el perfil del suicida varía en función de la renta del país. En los más ricos, el número de hombres que decide terminar con su vida es tres veces mayor que el de las mujeres, pero en los países de medianos y bajos recursos ese ratio es mucho menor. Sin embargo, cuando se habla de tentativa de suicidio son las mujeres las que más veces protagonizan estos intentos. No obstante, aun escogiendo el mismo método de suicidio, los hombres son más letales que las mujeres, excepto en el ahogamiento.

Las evidencias en contexto

A nivel global, el patrón es muy variado. Las muertes por suicidio son más numerosas en el Norte de Europa que en los países mediterráneos. En el mundo occidental, las enfermedades mentales están entre la mayoría de las causas de los suicidios. En concreto la depresión, la psicosis, los trastornos de la personalidad y las adicciones. Encontrando las tasas de suicidios más elevadas en países como Eslovenia, Lituania y Hungría.

Pero existen otros hechos que también destruyen el bienestar social, familiar y la seguridad económica y laboral de las personas. El divorcio es uno de ellos. La tasa de divorcios ha aumentado en los últimos 50 años, viéndose una correlación entre la tasa de divorcios y de suicidios. La pérdida de apoyo emocional y social en torno a la ruptura y separación, además de los sentimientos de vergüenza, estigma o miedo, pueden ser anímicamente destructivos para los hombres. Si además se le suma el tratamiento que los juzgados de familia tienen para con los hombres (fallan sistemáticamente en su contra), teniendo como resultado la pérdida de la casa, de los ahorros y de los hijos, todo ello conduce al hombre al aislamiento y alienación social. Siendo así factores relevantes en relación al suicidio de hombres.

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Fuente: Asociación DATHOS Science.

Los problemas económicos y ocupacionales son otros hechos a destacar. Es evidente que tener un trabajo es un factor protector. No obstante, el tipo de trabajos que suelen desarrollar los hombres, exponiéndose a un alto riesgo de lesiones y violencia, pueden dar pie a desórdenes psicológicos que son también predictores del suicidio.

Otra cuestión sería la demonización del hombre, como factor cultural que les condiciona socialmente y les deshumaniza. Por ejemplo, la brecha penal (20-30% más de condena por el mismo delito por ser hombre) o el peso de la “hombría”. Siendo visible esa demonización en algunas representaciones comunes de la cultura popular, pero también en programas políticos y legislativos que culpan directamente a los hombres por los desórdenes de ansiedad y depresión femeninos. Como también la administración de justicia, así como los medios de comunicación y las universidades, que tienen mayor consideración con las mujeres que con los hombres, presentándolas en sociedad como frágiles y vulnerables. Posiblemente se deba a una discriminación social llamada «sesgo gamma». Consiste en exagerar las virtudes de la mujer y exagerar los defectos de los hombres, lo cual explicaría también el interés por las victimas femeninas y el total olvido de las victimas masculinas.

A estos contextos psicosociales hay que incluir el acervo biológico. Los estudios muestran una diferente etiología genética entre la ideación suicida y la conducta suicida. Es decir, mientras que la ideación suicida podría ser parte de la etiología genética de los trastornos psiquiátricos, hay efectos genéticos independientes que predisponen al intento de suicidio.

Si analizamos las cifras, según datos de la Organización Mundial de la Salud, hablamos de unos 800.000 suicidios al año en el mundo, lo que supone el 57% de las muertes no naturales o inducidas, por encima de las debidas a la guerra y a homicidios, siendo para el grupo de 15 a 29 años la segunda causa de muerte. Si nos trasladamos a la Unión Europea, se registran cada año unas 58.000 muertes por suicidio, de los cuales 43.000 son hombres. Siendo la franja de edad de mayor riesgo entre los 40 y los 60 años, y existiendo subgrupos particularmente afectados, como los homosexuales. Y si nos detenemos a observar la situación en España, el suicidio desde 2008 copa las estadísticas de mortalidad no natural, alcanzando en 2014 su máximo histórico con 3.902 casos registrados. Siendo la franja de mayor riesgo de 30 a 39 años y de nuevo los hombres el grupo predominante.

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Fuente: Asociación DATHOS Science.

Sin olvidar que es muy probable que haya muertes que se registren como accidentales o por enfermedad cuando son realmente suicidios, tal y como reflejan los datos de los Institutos de Medicina Legal.

A pesar de los factores evidenciados y de los datos, cualquier teoría general sobre la causa del suicidio es inútil. Su incidencia varía entre los diferentes grupos de población, entre naciones y culturas, edad y géneros, raza y religión. No hay ningún factor que se asocie fuertemente con el suicidio. En palabras de Roger Mulder y colaboradores: “quizá es el momento de reconocer que sucesos raros como el suicidio son imposibles de predecir con un grado de fiabilidad que sea clínicamente significativo”. Así es, el suicidio es un suceso raro. Tal y como explica Pablo Malo (psiquiatra), aproximadamente un 1,4% de todas las muertes en el mundo se deben al suicidio.

Prevenir no es predecir

Se suele confundir la prevención con la predicción. Lo cierto es que, a la luz de las investigaciones como la de Mulder y cols., no se puede predecir entre las personas en situación de riesgo cuál cometerá o no el suicidio. Por ello tenemos que empezar a reconocer la imposibilidad de predecir el riesgo individual. Lo que sí podemos desarrollar son múltiples estrategias de prevención: restringir medios letales (poner barreras en los puentes, por ejemplo), reducir el uso y disponibilidad de armas o poner en marcha servicios de intervención en crisis.

Merece especial atención los medios de comunicación y su forma de difundir sucesos traumáticos como el suicidio. Es cierto que pesa un tabú político, mediático y social que invisibiliza el impacto y magnitud del suicidio. Parece que hay un acuerdo tácito entre los medios de comunicación y diversos estamentos para no hablar de ello. Quizá sea por miedo al contagio al informar de los casos, el denominado efecto Werther o copycat (efecto imitativo de las conductas suicidas). No obstante, las investigaciones muestran que el efecto de los medios puede ir de un efecto perjudicial de contagio a un efecto beneficioso de prevención. Así es, existe un efecto de prevención conocido como efecto Papageno: los medios de comunicación pueden tener un efecto protector y preventivo, mostrando alternativas al suicidio y modelos sociales de recuperación. Así se podría reducir el estigma y sensibilizar y concienciar a la sociedad, con el fin de desmitificar el suicidio y romper el tabú.

Última carta. Un suicidio en mi familia

Comenzaba diciendo que la literatura ha transmitido una idea equivocada del suicidio. Pero no toda la literatura. Hay excepciones y una es muy actual. Sergio González Ausina en su obra Última carta. Un suicidio en mi familia, aborda el tabú en torno al suicidio en su familia. Unas navidades, su padre le confesó que su tío, Vicente González Luelmo, se suicidó con 25 años, en León, el 17 de agosto de 1977. Padecía esquizofrenia y la familia silenció toda la historia.

Su libro es el intento de responder a todas las cuestiones en torno al suicidio de un familiar. Relata con humildad y franqueza sus dudas al ir rompiendo el tabú familiar. A través del relato psicológico de su tío, te adentra en su historia y en su familia, sin apoyarse en la ficción. Narra la carga que se lleva en la familia cuando no se habla del suicidio. Muestra cómo el tabú solo trae dolor y vergüenza y como las consecuencias del suicidio van más allá de la persona que se quita la vida, pues tiene un efecto doloroso y duradero sobre la familia, los amigos y las comunidades. Nos acerca al suicidio sin romantizarlo ni demonizarlo. Toda una obra fascinante con la que rinde tributo a su tío.

David Foster Wallace dijo que el suicidio es como estar al lado de una ventana en un edificio en llamas. No es que “quieras” tirarte por la ventana, es que no tirarte es “aún peor”. No me cabe duda que el suicidio es toda una epidemia silenciosa que debería obligarnos a pensar de forma diferente. Es necesario hablar del suicidio, pues es fundamental conocerlo y comprenderlo. El suicidio es la enfermedad sin rostro, el último tabú. Necesita voz, porque mientras que el silencio encadena, la palabra desmitifica y auxilia.

Foto: Scott Umstattd


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Cuca Casado
Soy Cuca, para las cuestiones oficiales me llaman María de los Ángeles. Vine a este mundo en 1986 y mi corazón está dividido entre Madrid y Asturias. Dicen que soy un poco descarada, joven pero clásica, unas veces habla mi niña interior y otras una engreída con corazón. Abogo por una nueva Ilustración Evolucionista, pues son dos conceptos que me gustan mucho, cuanto más si van juntos. Diplomada en enfermería, llevo algo más de una década dedicada a la enfermería de urgencias. Mi profesión la he ido compaginando con la docencia y con diversos estudios. Entre ellos, me especialicé en la Psicología legal y forense, con la que realicé un estudio sobre La violencia más allá del género. He tenido la oportunidad de ir a Euromind (foro de encuentros sobre ciencia y humanismo en el Parlamento Europeo), donde he asistido a los encuentros «Mujeres fuertes, hombres débiles», «Understanding Intimate Partner Violence against Men» y «Manipulators: psychology of toxic influences». En estos momentos me encuentro inmersa en la formación en Criminología y dando forma a mis ideas y teorías en relación a la violencia. Coautora del libro «Desmontando el feminismo hegemónico» (Unión Editorial, 2020).