“Nosotros no éramos así. Antes las cosas eran diferentes”

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Humanidad

Un fantasma estremece al adulto: es el adiós a lo que deja atrás. Tan atrás queda que se vuelve lejano. Algo curioso que sucede al ser humano es que la “verdad” no le interesa en absoluto (a no ser que le interese), sino que la belleza triunfa sobre cualquier otra cosa. Es esa mirada estética y también espiritual la que nos permite ver al buen pasado engrandecido y al mal pasado inofensivo. Lo lejano tiene prestigio.

Según pasan los años tenemos la tendencia a dar a nuestra infancia o juventud cualidades más positivas que son resultado de una imaginación que alza la cabeza por encima de la memoria. Nos volvemos “navegantes filósofos” (Jean François-Rével) buscando en el alejado horizonte tierras mejores, culturas increíbles, sucesos bellos, pero la navegación se dirige a nuestro pasado para encontrar tiempos mejores, infancias únicas, belleza ahora desaparecida en los nuevos infantes. Sin duda esto podría tener una ventaja, y es que a diferencia de los viajeros decimonónicos que surcaban mares para alimentar su curiosidad por las bellas utopías de la Polinesia, viajar a nuestro pasado nos evita la posibilidad de ser devorados por caníbales como le sucedió a James Cook en su viaje a Hawaii.

Miramos a nuestro pasado como utopía y a la actualidad como distopía. Sin duda, resultamos injustos. Convertimos a las nuevas generaciones en víctimas de nuestra fantasía compensatoria. Nos hacemos viejos, y como deseamos nostálgicamente tantas cosas del pasado infantil y joven (inocencia, nuevas oportunidades, la existencia de familiares ahora fallecidos, menos problemas) miramos a los adolescentes con jerarquía y los demonizamos. “Nosotros no éramos así” farfullamos con clara intención maniquea de separar lo bueno de lo malo. Pero detenemos ahí la reflexión, no queremos darnos cuenta que si “éramos así” era porque los adultos, familia y sociedad del pasado nos influía en esa dirección. ¿Eso en qué posición nos deja a nosotros en el ahora? Si nos quejamos de que sean peor ahora que nosotros antes es porque no estamos haciendo las cosas bien en materia de educación e influencias, si de verdad opinamos que el mundo empeora.

Insisto, parece mover estos comentarios tan comunes un ánimo de venganza. No podemos volver al pasado y se hace sentir culpable a quienes, teniendo el atributo deseado, lo menosprecian o malemplean. Pasa como decía Ernesto Sabater en El túnel: “La frase ‘Todo tiempo pasado fue mejor’ no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que –felizmente- la gente las echa en el olvido”. Lo irónico es que eso mismo opinaban nuestros padres de nuestras generaciones, y así en regresión. A medida que crecemos nos alimentan más las ilusiones que las realidades verdaderas: “[Una ilusión] consiste en extraer de un concepto que se sabe que no es verdadero, pero que es mejor que la verdad, el mismo beneficio para los sentimientos que se derivaría de dicha concepción si esta fuera una realidad” (J. Stuart Mill).

Las viejas generaciones machacan a las nuevas de manera injusta, la meta a cumplir es imposible: iguala la belleza que he vivido. No son conversaciones ni dinámicas donde lo verdadero sea lo protagonista, sino solo la emulación estética de un recuerdo precioso. Ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos. De ser cierta la constante maldición a las nuevas generaciones deberíamos de concluir, sin ningún atajo, que el ser humano comenzó a empeorarlo todo desde que el hombre primitivo pasó a la vida sedentaria: “nosotros no éramos así, los jóvenes de ahora no quieren hacer nada” murmurarían los viejos primitivos nómadas.

Foto: Laura Fuhrman.


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