Según dicen los periódicos, hay optimismo en el PP, es decir que sus líderes dan a entender que van a ganar las próximas elecciones. Los argumentos que se emplean para avalar este diagnóstico son, a mi entender, tres y nada más que tres. El primero se asienta en afirmar que el Gobierno ha sido desastroso y que los españoles están hartos, y no es imposible coincidir con ese análisis, en especial si solo se pregunta a los amigos y conocidos. El segundo es el argumento de las encuestas, que, según parece, van subiendo. El tercer argumento se basa en poner el ejemplo de Andalucía y suponer que lo que allí ha ocurrido va a pasar en otras partes, aunque no convendría ignorar que suponer uniformidad política en las distintas CCAA y asumir que los electores optan por lo mismo en las elecciones autonómicas que en las nacionales es una presunción con escasa base en la experiencia.

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No me detendré en el primer argumento porque no creo que haya demasiadas razones para no compartirlo, aunque sí haré notar que el argumento es calcado del que usan los adversarios cuando suponen que el PP es un partido infumable y que es imposible que nadie le vote, que es también, sobre poco más o menos, lo que ellos oyen decir a sus amigos y conocidos.

Conocemos y padecemos con santa paciencia los infinitos desaciertos y jugarretas de Sánchez, pero no tenemos ni idea de cuáles pueden ser los planes del PP porque ese partido no parece otorgar ningún papel especial a definir un proyecto político distinto

El argumento de las encuestas me parece que tiene más interés, porque no acabo de ver, sin ser un especialista en el asunto, qué es lo que ven en ellas los que vocean el efecto Feijóo o afirman que el pescado ya está vendido. Para empezar, no creo que ninguna encuesta avale en serio la posibilidad de lograr una mayoría absoluta y esta circunstancia me mueve a hacer una pregunta molesta: ¿cómo es que un gobierno tan desastroso, tan desprestigiado, tan abusón, tan demagógico, etc. sigue teniendo unas adhesiones tan altas que no sea posible columbrar una lógica mayoría del PP?

Esta pregunta, y otras varias del mismo jaez, puede considerarse impertinente por los muy convencidos, pero los datos sociológicos debieran dar que pensar a los que no se dejen arrastrar con facilidad por la pendiente ensoñadora del éxito inevitable. Es interesante notar que, pelillos a la mar, el PP tiene ahora mismo, según el conjunto de las principales encuestas, un porcentaje de votos muy similar al que tenía Rajoy el día que dejó de ser presidente del Gobierno. No hay que ser un genio para sospechar que podría repetirse la alianza postelectoral que se produjo en el voto de censura porque, además, se da la notable circunstancia de que el porcentaje actual del PP que equivale al de Rajoy (lo que sin duda no es una gran noticia) lo hace con el extraño agravante de que cuando Rajoy hubo de abandonar su escaño existía un partido llamado Ciudadanos que tenía un porcentaje no desdeñable de votos. Por cierto, que se afirma que esos votos han ido a parar al PP, pero la suma no sale porque los votos del PP en su supuesto apogeo son muy similares a los de Rajoy al borde de un triste ocaso.

Las razones del caso podrían considerarse misteriosas, pero parece más misterioso todavía que el PP no dedique tiempo y esfuerzo a explicar que le sucede y que la doctrina emanada de las alturas insista siempre en la inevitabilidad de un feliz desenlace, sin reparar en el pequeño detalle de que los datos disponibles no acaban de servir para avalar tanto optimismo.

Tal vez la razón esté en que, aunque se descarte la mayoría absoluta (que sería la opción razonable de ser obvio el análisis sobre el disparate Sánchez), se confíe en que el modelo andaluz salga adelante, es decir que se pueda obtener una mayoría relativa que se apoye en la abstención de Vox, pero si se examinan las tres últimas encuestas de GAD 3, SigmaDos e IMOPInsights, esa posibilidad solo cabría en las estimaciones de la que publicó el ABC, no en las otras dos, y en la del periódico madrileño por una diferencia muy mínima entre los bloques que podrían votar al PP frente a los que volverían a entronizar a Sánchez. El panorama de la hipótesis no es, de ninguna manera, despejado, además de que se apoya en supuestos políticos muy comprometidos, como espero poder explicar en pocas líneas.

Feijóo sabe que sin un apoyo relevante en Cataluña y el País Vasco su investidura es muy poco probable, porque ni cabe la mayoría absoluta (por la que, aunque parezca increíble, nadie apuesta) ni cabe un apoyo de los nacionalistas y regionalistas que tenga un coste asumible para el voto del PP en el resto de las comunidades autónomas. El presidente del PP parece apostar ahora mismo por acercarse al PNV, y al resto de grupos que puedan funcionar como nacionalistas conservadores o algo similar, pero es muy probable que esa estrategia tenga unos costes muy altos para el partido, si existe, como existirá, quien subraye los inconvenientes de esa política y la ausencia de una verdadera oferta nacional como la que se supone que debiera proponer el PP.

La alternativa contraria tampoco parece conducir muy lejos, porque aunque se suponga que exista mayoría al sumar los votos del PP y de Vox, esa posibilidad tiene el riesgo de convertirse en un potro de tortura en cuanto se convierta en carne electoral, tanto porque desista el posible voto de centro que se supone abandonaría al PSOE para refugiarse en una opción más sensata, como porque en las circunscripciones de menos de cinco escaños, que son más de una veintena en España, la competencia de dos opciones en el mismo sector de electores puede acabar beneficiando al tercero en discordia (adivinen quién es).  Es evidente que el supuesto riesgo que representaría esa posible alianza efectiva entre el PP y Vox podría ser empleado con cierta efectividad por la izquierda para encoger el ánimo de muchos electores que se creen progresistas, pero podrían votar conservador a un PP que no reciba la excomunión por parte de los gurús progres.

Así las cosas, la pregunta del millón es la siguiente: ¿a qué dedica el PP su tiempo libre? Está claro que trata de convencer a quien se deje de lo pésimo y canalla que es Sánchez, de lo mucho que insulta al pobre Feijóo, y que en esa campaña tiene aliados importantes, aunque tal vez un poco volubles, pero el partido ha renunciado a celebrar un congreso o convención ideológica como si no estuviese seguro de lo que tendría que proponer o hubiese asumido el rol de partido que recoge las basuras después de las orgias presupuestarias de los socialistas (un objetivo que tal vez tampoco vaya a significar gran cosa en el momento histórico que vive  Europa).

Repito, conocemos y padecemos con santa paciencia los infinitos desaciertos y jugarretas de Sánchez, pero no tenemos ni idea de cuáles pueden ser los planes del PP porque ese partido no parece otorgar ningún papel especial a definir un proyecto político distinto, nítido, representativo, coherente, bien pensado y debatido, además de atractivo. Parece como si el PP tuviese miedo a definirse o creyese que le bastará con su convicción de ser los mejores, los más preparados, con volver, incluso, visto lo de los ERE, a ser los menos corruptos.  Si creen algo parecido a eso me parece que están en un error monumental, que viven en otro mundo. Tal vez por eso no les importe recurrir a las ocurrencias a ir soltando supuestas soluciones al ritmo que marca el sobresalto del día, ni tampoco les importa mucho que lo que dirán mañana pueda ser contradictorio con lo que dijeron ayer.

En fin, si yo tuviese algún dinero de más convocaría un gran concurso nacional, con un premio suculento, a quien diese las mejores respuestas a preguntas como las que siguen: “¿Cuál es el motivo principal para votar al PP? ¿Cómo explicar que se les olvide contarlo?” o bien “¿Cómo es posible que con un gobierno tan perverso e inútil los del PP no arrasen en las encuestas?”, puede que les parezca una ocurrencia, pero les aseguro que lo que hace el PP de Feijóo, como ahora lo llaman, en el día a día no constituye una respuesta satisfactoria, digan lo que digan, que no lo dicen, las encuestas.

Foto: Junta de Andalucía.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web