Las cartas han recobrado un notable protagonismo. Un afamado entrenador se despidió hace poco con una carta incendiaria, una madre que buscaba desesperadamente a sus hijas redactó varias con la esperanza de que surtieran algún efecto, cartas de amor han aparecido en el sumario de un procedimiento judicial que analiza crímenes y ritos satánicos, diversos Premios Nobel han publicado por carta su apoyo a un dirigente separatista, compañero de viaje de quien a su vez ha publicado la suya para que se puedan justificar unos indultos y rehabilitar así el conocido «el procès»; sin olvidar que  todavía seguimos pendientes de las pesquisas de aquellas cartas que intentaron condicionar unos resultados electorales en Madrid.

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También se ha escrito recientemente sobre otras cartas que nos trasladan a otros asuntos, como la publicación, por primera vez en España, de las misivas inéditas de Gustave Flaubert (El hilo del collar), y se ha recordado en otro texto la interesante correspondencia entre Francisco Umbral y Miguel Delibes que trata sobre las tramas ocultas del mundo literario. Muy de agradecer estos textos.

Desde la Antigüedad, y con independencia del formato, las cartas han tenido una considerable relevancia por su valor informativo. Dan curso a algo tan elemental como la comunicación. Transmiten deseos o intenciones, contienen órdenes, consejos, recuerdos, emociones y desahogos; describen situaciones o lugares, informan de hallazgos o descubrimientos científicos, contienen reivindicaciones y alertan de actos o decisiones. En ellas aparecen declaraciones o testimonios que obedecen a fines de lo más variopinto, desde los contractuales a los comerciales, pasando por los meramente informativos o la solicitud de auxilio. Hay cartas que causan alegría y entusiasmo, otras tristeza y desazón. Las hay amorosas, pero también insidiosas o amenazantes, originales y apócrifas. Cartas dirigidas a una persona concreta, pero también a una organización, al público en general o un sector determinado. Algunas han sido de gran trascendencia política o diplomática, condicionando el curso de guerras y conflictos, otras, la mayoría, son de gente anónima y sobre cuestiones íntimas.

Las cartas mantienen lazos personales, afectivos y de amistad. Sabemos de algunas que incluso han ayudado a mantener con vida a sus destinatarios, mientras que otras han provocado la más absoluta desdicha. Son documentos que han inspirado obras literarias y artísticas, alumbrando así un género autónomo. Tenemos un sinfín de ejemplos, como la recopilación de cartas de Thomas Jefferson, que puede considerarse un tratado histórico y filosófico; el intercambio epistolar de Benedicto XVI con Marcello Pera, editado en el magnífico libro «Sin raíces», también esa preciosa «Carta de una desconocida», de Stefan Zweig, o el formidable carteo entre Miguel de Unamuno y Ángel Ganivet impreso bajo la rúbrica «El porvenir de España». Imposible citar a Ganivet y no recordar asimismo sus «Cartas finlandesas», con las que contaba a sus amigos de Granada cómo eran aquellas tierras lejanas. Y de aquí a las «Cartas marruecas» de José Cadalso, que también evocan el problema de España y su decadencia. Y desde Cadalso a la pretendida enmienda a Occidente de Montesquieu en sus «Cartas persas» o al recuerdo especial que siempre merece aquella carta de Émile Zola en favor de Dreyfus y que tituló «J’accuse».

El lector más erudito tendrá en mente las Epístolas Paulinas, las impresionantes Cartas de Amarna, las Cartas de Plinio a Tácito o las de Cicerón a sus familiares. Un buen amigo boliviano me recordaría sin duda alguna la singular «Carta abierta a Salvador Dalí», del propio Dalí, sin olvidar su carta conjunta con Federico García Lorca en la que anunciaba el movimiento antiartístico desde Cadaqués. Otros, en fin, destacarían las estremecedoras cartas del Cardenal Albornoz al Papa Inocencio VI desde Montefiascone, mientras padecía uno de los momentos más críticos y dolorosos de su vida aquel invierno de 1353 al no poder combatir al tirano Juan de Vico. Testimoniaba que ya no podía dormir, ni estudiar, ni leer, no hallando consuelo sino en la oración.

Estos documentos nos ayudan a conocer a sus autores y las circunstancias en las que se redactaron. Las cartas pueden tener consecuentemente un interés literario, musical, científico o historiográfico. Algunas nos ilustran sobre momentos concretos, casi estelares, que diría Stefan Zweig. Como la carta de presentación que redactó Charles Batchelor para que Nikola Tesla se la entregara a Thomas Edison a su llegada a América (My Dear Edison: I know two great men and you are one of them. The other is this young man), otras pueden a marcar al lector de por vida y ayudarle a aclarar sus ideas sobre cuestiones que ya condicionarán para siempre sus pensamientos y opiniones. Esto último le sucedió a un buen amigo, hoy convaleciente, con una carta del poeta de origen polaco Ósip Mandelstam, quien redactó otras misivas que nos ayudan a conocer y comprender el desarrollo, imaginación y métodos del totalitarismo durante el siglo pasado.

La carta en cuestión fue sellada y fechada en Vladivostok en el año 1938. Mandelstam, reconocido como uno de los más grandes poetas del siglo XX, dirigió sus últimas letras a su hermano Shura y a su mujer Nadiezhda desde el campo de tránsito de Vladivostok. Se testimonia en ella el fin de la existencia de un ser humano extraordinario camino del gulag. El texto original y completo se encuentra en una obra igualmente excepcional, la que inició en 1956 su mujer, Nadiezhda Mandelstam, editada con el título «Contra toda esperanza», sus memorias. Uno de esos relatos que, en efecto, cambia la vida, o como mínimo la percepción de muchas cosas. El libro de Nadiezhda Mandelstam es, con seguridad, uno de los más conmovedores del siglo XX. Una historia de amor, un recuerdo emocionado y con todo detalle de su marido, una especie de gran carta que nos ofrece una precisa descripción de la degeneración del poder. Un testimonio que nos recuerda cómo el simple ejercicio de la libertad, en este caso la del poeta Ósip Mandelstam, puede condenarte desde diferentes puntos de vista y hasta acabar costando la vida.

«Querida Shura:

Estoy en Vladivostok, en al USVITIL, barraca 11. El tribunal especial me ha condenado a cinco años por actividad contrarrevolucionaria. El convoy salió de Butyrki el 9 de septiembre y llegamos aquí el 12 de octubre. Mi salud es muy mala. Estoy delgado y completamente agotado, casi irreconocible, pero no sé si merece la pena que me enviéis ropa, comida y dinero. De todos modos, podéis intentarlo. Tengo muchísimo frío sin ropa adecuada.

Nadia amada, ¿vives, querida mía? Shura, escríbeme inmediatamente sobre Nadia. Esto es un centro de tránsito. No me han seleccionado para el Kolyma y puede que tenga que pasar aquí el invierno.

Os beso, queridos míos

Una sencilla carta ayuda a comprender, no ya una situación, sino hasta una ideología política y un determinado modo de ejercer el poder. En este caso la degeneración hacia las detenciones arbitrarias, la persecución y la censura del socialismo.

Foto: Álvaro Serrano.


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