El Parlamento sueco ha votado a favor de una medida que supone renunciar al objetivo de que el ciento por ciento de las fuentes de energía sean renovables. El cambio parece sutil, pero no lo es en absoluto. La economía sueca no se encamina ya a tener una energía “100% renovable”, sino a una “100% libre de combustibles fósiles”. Y, claro, no es lo mismo. Porque la energía nuclear no se obtiene de los combustibles fósiles, pero no es renovable. Consume un mineral del que se extrae la energía, del mismo modo que la obtenemos de minerales como el gas natural o el petróleo (o, por mejor decir, los petróleos).

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Ese cambio tiene todo el sentido. Por un lado, la clase política sueca asume que el mundo se calienta a base de quemar hidrocarburos. No la combustión en sí, sino porque el proceso genera CO2, que es un gas de efecto invernadero. Es decir, retiene parte del calor que nos envía el sol, de modo que hace que el sistema acumule cada vez más y más energía en esa forma.

La propuesta de Feijóo a los españoles no es revolucionaria. No plantea el cambio de las actuales centrales por otras de última generación. No plantea ampliar la capacidad instalada. Simplemente, mantener lo que tenemos. Pero esa decisión nos da tiempo para adoptar otras medidas más audaces

Suecia, por supuesto, tiene otros motivos para evitar que su economía utilice petróleo y gas; es decir, que dependa de esos minerales. Y es que el principal proveedor, en circunstancias normales, sería siempre Rusia. Y, por mucho que un hueso de aceituna o cualquier otro acto divino acabe con la precaria salud de Vladimir Putin, y así pasen tres o cinco décadas, la sospecha de que un sátrapa ruso iba a utilizar la espita de los gasoductos u oleoductos para condicionar la política nacional va a estar presente.

No hay experto que no sepa que para la mayoría de los países basarse por completo en fuentes renovables, además de conducir a la contaminación por otras vías, es un modo insuficiente, inseguro y extremadamente caro de proveerse de energía. Y eso que Suecia, gracias a que aprovecha las corrientes de agua y viento, cuenta con muchas fuentes renovables. Pero no es suficiente.

El ministro sueco de energía ha dicho que el cambio aprobado por el Parlamento “crea las condiciones para la energía nuclear. Necesitamos aumentar la producción de electricidad. Necesitamos electricidad limpia, y tener un sistema energético estable”. Recalar enteramente en las energías renovables es el típico objetivo político, que sacrifica el bienestar de los ciudadanos, e incluso vidas humanas si es necesario, con tal de abrazarse a un reclamo sencillo de entender por los votantes, y atractivo.

Estamos en una era de altos precios e inseguridad en la provisión de energía. El origen de este desastre es político; nada tiene que ver con las posibilidades que ofrecen las distintas fuentes, ni con el desarrollo del mercado. Esa carestía, inducida desde la política, está haciendo que se invierta en otras formas de generar energía. Y la nuclear está viviendo una auténtica transformación tecnológica. Los claim que hicieron famosos a Greenpeace, ese agente ruso, apenas tenían sentido en los 80’. Pero hace muchos años que han quedado obsoletos. Las nuevas centrales, más pequeñas y baratas, no necesitan la intervención del hombre para detenerse en el caso de una emergencia; lo hacen ellas mismas. El torio, dentro de la fusión nuclear, está dando ya sus primeros pasos. Y la fisión nuclear, que se hace con un elemento omnipresente (hidrógeno) y no crea reacciones en cadena, entre otras ventajas, ya produce más energía de la que genera el proceso. Los prototipos están a un paso, y la explotación comercial, a dos.

Son pasos largos, es verdad. Muy largos. Por eso, la energía nuclear de fusión tiene mucho más futuro que pasado. La Unión Europea, en una concesión impensable a la realidad frente a sus posicionamientos ideológicos, también ha abierto a sus socios la posibilidad de continuar el camino nuclear, o incluso de convertirlo en una autopista.

Alberto Núñez Feijóo, candidato del Partido Popular a la presidencia del gobierno, ha adelantado parte de su programa económico en Barcelona. Sus propuestas están bien encaminadas. Especialmente dos aspectos. Uno de ellos, introducir la llamada “mochila austríaca”. Consiste en que una parte de los costes laborales, que en la actualidad van a la previsión de hacer frente a los costes del despido, se conviertan en una cuenta de ahorro. Una cuenta asociada al trabajador, que podrá trasladar de una empresa a otra; llevarla, esto es, en su “mochila” de ahorro. Es austríaca porque se puso en marcha en ese país, con un éxito más que evidente.

El otro hace referencia a la energía nuclear. Feijóo ha propuesto extender la vida de las actuales centrales, cuyo funcionamiento sólo está previsto hasta 2035. El Gobierno no tiene mucho margen de maniobra para adoptar ese tipo de decisiones, porque tanto desactivar una central nuclear como mantener su funcionamiento exige una planificación de varios años, que afecta a la compra del material de fisión y a la formación de los profesionales, entre otras cuestiones.

La propuesta de Feijóo a los españoles no es revolucionaria. No plantea el cambio de las actuales centrales por otras de última generación. No plantea ampliar la capacidad instalada. Simplemente, mantener lo que tenemos. Pero esa decisión nos da tiempo para adoptar otras medidas más audaces. Alemania ha sacrificado el sentido común en la pira del ecologismo y el pánico nuclear. Y con ello ha logrado depender del sátrapa de Putin, y quemar carbón como si estuviésemos en los inicios de la revolución industrial. Francia es el contraejemplo. Ha alargado la vida de varias de sus centrales nucleares, y ha anunciado la construcción de 14 más.

Alberto Núñez Feijóo, funcionario, tiene una mentalidad estatista que sólo palidece ante la de algunos dirigentes de Podemos. Lo que le diferencia de ellos es que sus objetivos no son revolucionarios. Durante la pandemia, de covid y de estatismo, defendió la vacunación obligatoria, con multas de hasta 60.000 euros para los resistentes. No quiere saber nada de la competencia fiscal entre autonomías, el regionalista. Y tiene una parafilia por el statu quo que es para hacérselo mirar. Particularmente, me parece invotable, aunque tampoco vea una alternativa. Pero por lo menos, sus primeras propuestas van por el buen camino.

La sociedad española está preparada para darle cabida a la energía nuclear. Otro de los viejos mantras de la izquierda que se viene abajo. Según Metroscopia, un 48% de los españoles apoya la energía nuclear. En 2021, hace sólo dos años, ese apoyo era de algo más de la mitad: el 28%. El cambio ha sido “espectacular”, según reconoce el presidente de Metroscopia, Juan José Toharia. Espero que ese cambio se consolide en nuestro modelo energético.

Foto: Jakob Madsen.

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