Si ayer hubiera tomado un chupito por cada vez que la expresión «extrema derecha» se pronunciaba, jamás habría podido escribir este post. De hecho perdí la cuenta bastante antes de la medianoche… No de los chupitos, claro está, sino de las veces que esa expresión se pronunció.
Por una vez la izquierda patria, alérgica como es a la nación, interpretó su derrota en clave de tragedia nacional, en tanto que se produjo la triunfal irrupción de Vox… a su costa. Eso es lo que más les dolió. Porque fueron Podemos y el PSOE los que, primero, dieron protagonismo a Vox y, después, le entregaron en bandeja de plata los votos de sus propios votantes.
Y es que, desde el PSOE, quisieron devolverle la jugada de Podemos al PP (en realidad, a Rajoy, aunque ya no está), creyendo que Santiago Abascal y los suyos robarían votos al Partido Popular. Pero resulta que Vox, como era de prever (ya sucedió en Francia), conectó con el votante de izquierda desencantado, que vive la inmigración como una verdadera amenaza y que, además, está harto del chavismo, del susanismo y del sanchismo bipolar, y, también, del motín catalán.
Tanto insistir por parte de la izquierda en el particularismo Andaluz para que al final Andalucía haya sido más España que cualquier otro territorio español
Tanto insistir por parte de la izquierda en el particularismo Andaluz para que al final Andalucía haya sido más España que cualquier otro territorio. De hecho, si por españolismo fuera, Andalucía merecería la capitalidad. Ahí Santiago Abascal, del que tanta mofa hicieron por decirlo, lo clavó: «La reconquista empieza en Andalucía«. Y así ha sido o, al menos, así lo parece.
Ahora, la izquierda están en shock, y grita que viene el lobo, cuando el lobo ya está aquí y se los ha comido por los pies. Lo llaman extrema derecha, también en Ciudadanos y en algunos sectores del PP, pero en principio no es más que el conservadurismo clásico, que muchos creían muerto y enterrado, lo que ha irrumpido en la escena política.
Han sido décadas de una progresiva confluencia de derecha e izquierda, donde casi todos, por obra y gracia de la Corrección Política, se la cogían con papel de fumar, dejando la política y los grandes principios de lado para administrar la cosa pública. Esta tendencia a confluir habría seguido indefinidamente de no ser por lo mal que lo han hecho los partidos tradicionales, la bomba de la Gran recesión, el afloramiento de la corrupción y la crisis secesionista. Demasiado como para que no hubiera un cambio de ciclo, de grado o por fuerza.
El español, como cualquier europeo, parece aguantarlo casi todo. Hasta que su sexto sentido actúa como un despertador. Y eso es lo que ha sucedido: que el despertador sonó. O, mejor dicho, sonó tiempo atrás, pero faltaban unas elecciones para constatarlo.
Esta proyección de bloques augura el desmoronamiento en las elecciones generales de una izquierda que lo estaba pidiendo a gritos
Ahora, dicen que la extrema derecha es una realidad, que los españoles nos hemos homologado también en esto al resto de Europa. Olvidan sin embargo que el vuelco político va mucho más allá de Vox. Es el bloque de centro, centro-derecha y derecha lo que se consolida. Ciudadanos duplica sus resultados, el PP de Casado no pierde espacio, que es mucho tras ese desastre llamado Rajoy, y Vox hace una entrada triunfal, con mucho más que el diputado solitario que pocas semanas antes le concedían las encuestas.
Esta proyección de bloques augura el desmoronamiento en las elecciones generales de una izquierda que lo estaba pidiendo a gritos. Con un PSOE entregado tácticamente a los secesionistas y un Podemos vaciado de significado que ha terminado como empezó, siendo un partido movimiento donde cada cual se constituye en tribu y hace la guerra por su cuenta.
Por otro lado, nos guste o no, Vox es un revulsivo para la política española en general. Porque más allá de sus propuestas concretas, que podrán compartirse o no, obliga a los actores políticos a asumir determinados debates y entender que, más que soluciones milagrosas, lo que muchos votantes exigen es el restablecimiento de principios claros, como la unidad y jurisdicción nacional, el fortalecimiento del imperio de la ley y la aplicación de ese imperio a todos por igual, sin más apaños.
Los partidos «convencionales», en vez de rasgarse las vestiduras ante este tipo de fenómenos, como hacen sus homólogos en Europa, deberán ser mucho más finos en el análisis. Porque detrás de lo que muchos llaman populismo hay un fenómeno más complejo y profundo: la era de la política tecnocrática, reservada a politólogos y expertos e incomprensible para el común, toca a su fin. Lo están diciendo las urnas en todas partes.
La era de la política tecnocrática, reservada a politólogos y expertos e incomprensible para el común, toca a su fin. Lo están diciendo las urnas en todas partes
Queda sin embargo un interrogante respecto a Vox sobre el que pronto habrá de definirse. Y es que una cosa es apelar a valores y principios y otra muy distinta caer en la tentación de hacer lo mismo que hacían los demás sólo que a la contra. Depende de cómo entiendan esto sus dirigentes, será un partido positivo o negativo en el largo plazo. Por ahora, la campanada ya la han dado.
En cualquier caso, corren malos tiempos para la izquierda y para esa Corrección Política que estaba asfixiando a las personas. Ahora queda por ver si eso se traduce, por fin, en mejores tiempos para todos. Confiemos en que sí.
Foto: Partido Vox
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