Donald Trump ha logrado varias victorias personales en la Casa Blanca. Ahí están su ley de reforma fiscal, su política de nombramientos de jueces federales y su política de desregulación, con la espectacular reactivación económica y el crecimiento del empleo, la inversión y la bolsa. Otra, especialmente personal, ha sido su inaudito aguante en el pulso con los medios de comunicación de todo el mundo, especialmente con los norteamericanos. Y, sin prejuzgar lo que nos pueda deparar el futuro, hoy puede decirse que va ganando por goleada. Que ha dejado en absoluta evidencia a la mayoría de los medios que le habían declarado la guerra antes de las elecciones y que manifestaron su obsesión por derrocarlo tras su victoria. Y no lo han derrocado; por el contrario han perdido credibilidad a raudales.
En EEUU muchos de los medios, el New York Times, la CNN o NBC se han dejado jirones de su prestigio, de largas y brillantes trayectorias con sus desmentidos, errores, exageraciones y ataques virulentos al presidente, cargados de más odio que profesionalidad. Por desgracia, en Europa ha pasado lo mismo. Todos caricaturizan a un presidente norteamericano al que se odia por obligación ciudadana. Incluso mucho más que a Ronald Reagan o a George W. Bush. Ha sido penoso ver cómo medios, otrora serios, hacen gala de una atroz falta de escrúpulos en su lucha diaria y obsesiva por insultar, descalificar y denigrar al presidente de los EEUU. Al grito de “contra Trump todo vale” intentan desesperadamente corregir lo que consideran el terrible error de la historia sucedido el 8 de noviembre de 2016. Quieren borrar del pasado aquella noche de recuento, el hundimiento de la desequilibrada Hillary Clinton, la victoria de Trump que se negaban a aceptar. Anular, olvidar y revertir son sus imposibles objetivos marcados por una enfermiza obsesión que disculpa y justifica el recurso a cualquier medio.
El abrumador consenso: todos contra Donald Trump
La alianza que se generó contra Trump a ambos lados del Atlántico, no tenía precedentes. Tampoco los tuvo la espectacularidad de su fracaso
Aún no entienden como pasó y, en su delirio, todavía creen realmente que cuentan aun con el apoyo de todo el mundo para anular aquella elección. La alianza de medios, redes sociales, poder económico, gobiernos europeos y americanos, organismos internacionales e instituciones, que se generó contra Trump a ambos lados del Atlántico, no tenía precedentes. Tampoco los tuvo la espectacularidad de su fracaso, las dimensiones de la humillación de la candidata favorita y de todos sus protectores: todo el establishment occidental. Este revés ha tenido un fortísimo impacto en los medios de comunicación: muchos de ellos no se recuperarán.
Los esfuerzos por derrocar al Presidente Trump han comenzado a cambiar de forma
Con el comienzo del año 2018, la superación de los 25.000 puntos en el Dow Jones y las noticias de un inmenso impulso a la actividad económica, que no pueden ocultar ni los peores enemigos del presidente Trump, los esfuerzos por derrocarlo han comenzado a cambiar de forma. Tras un año entero de inagotables bombardeos mediáticos a la opinión pública, con teorías y manipulaciones y medias verdades sobre supuestas conexiones de Trump con Rusia, todos comienzan a recibir la inutilidad de esa senda. Ni Trump es un topo ruso, ni Vladimir Putin lo tiene comprado o atrapado por la entrepierna.
Cada vez parece más claro que, por ese camino, jamás llegarán al ansiado impeachment. Las ilusiones del Partido Demócrata de hacerse con la mayoría de alguna de las dos cámaras -necesitarían las dos- en las elecciones parciales en este año, también palidecen según se reafirman unos datos económicos cada vez mejores.
Derrocar a Trump por cualquier medio: ahora o nunca
Ahora intentan revocar el resultado electoral utilizando la Vigésimo Quinta Enmienda de la Constitución, que estipula la inhabilitación del Presidente por enfermedad mental
Por todo ello, el frente enemigo mediático ha recurrido ahora a otro sueño para derrocar a Trump e intentar revocar el resultado electoral de 2016. Se trata de utilizar la Vigésimo Quinta Enmienda de la Constitución de los EEUU, que estipula la inhabilitación del Presidente por enfermedad mental. Los periódicos y las televisiones se han lanzado como un solo hombre a diagnosticar la locura de Donald Trump. Con el desprecio de unos y otros a toda deontología, los periodistas hacen de psiquiatras o pagan a psiquiatras para diagnosticar enfermedades del presidente en las televisiones, utilizando imágenes del propio Trump. Un espectáculo absolutamente repugnante que cabalga a grupas de un libro, “Fuego y furia”, publicado por un notorio fabulador, Michael Wolff, con ayuda del resentido Steve Bannon, quién fuera asesor e ideólogo de Trump, apartado posteriormente de la Casa Blanca por el general John Kelly, jefe de Gabinete. Incluso ciertos enemigos de Trump afirman que el libro es un disparate; los desmentidos de personas aludidas y citadas en el libro se contaban por decenas a las pocas horas de salir el libro a la venta.
Trump amenaza con dinamitar esa deriva del izquierdismo y de la corrección política hacia la liquidación de la civilización occidental, tal como la conocemos
Pero eso no importa a los medios porque ahora la prioridad es declarar loco a Donald Trump antes de que los éxitos de su agenda hagan inevitable no solo su continuidad sino también su reelección en 2020. Apartarlo antes de que dé vía libre a una agenda conservadora que dinamite esa deriva del izquierdismo y de la corrección política hacia la liquidación de la Civilización Occidental tal como la conocemos. Y su sustitución por una nueva realidad totalitaria, como fase final del neomarxismo y los mejores/peores sueños de la Escuela de Frankfurt. Un proceso que ya está en marcha tanto en EEUU como en Europa. Trump es la mayor fuerza de resistencia -otros fueron Ronald Reagan, Juan Pablo II, Margaret Thatcher o Benedicto XVI– que ha encontrado este proceso neomarxista medio siglo después de su eclosión general en 1968.
La ambición personal y anti intelectual de Trump se ha cruzado en el camino cuando toda esta estrategia parecía encauzada, contando incluso con un Vaticano perfectamente alineado con ese socialdemocratismo mundial que incapacitara toda disidencia, toda resistencia. Ahora ven con horror que, también en Europa, se hace cada vez más visible y clara la oposición a semejante proyecto y al supuesto determinismo histórico que conduciría a ese nuevo orden mundial.
Algunos países de Centroeuropa y fuerzas discrepantes en todas las naciones levantan la voz contra esa deriva. Y no callan por mucho que Bruselas, Berlín o Paris los descalifiquen como ultraderechistas o xenófobos. Ellos intentarán acabar con Trump como sea, por cualquier medio. Todos incluidos. Pero será muy difícil hacer pasar por incapaz, demente o débil mental al hombre que ha demostrado saber perseguir su ambición, conseguir sus fines y forjar lealtades con sus recursos. Y que continua su lucha sin dejarse intimidar, como un odiado coloso, bajo la mayor presión a la que jamás ha sido sometido un hombre.
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