Fernando Lázaro Carreter contaba en su excelso “El dardo en la palabra” que el portero de su casa le saludaba todos los días dirigiéndose a él como “D. Lázaro”. Aquel genio de la lengua utilizaba este ejemplo para ilustrar que al nombre de pila lo debe anteceder “Don”, mientras al apellido “Señor”, es decir, debería ser: D. Fernando o Sr. Lázaro.

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Mi abuelo siempre me dijo que autocalificarse como “Don” era de soberbios y que tal reconocimiento, que no es más que una muestra de respeto, debía ser otorgada por los demás.

Desde que nuestra vida es un muestrario en el escaparate de las redes sociales, hemos optado por lucir las mejores galas y llenar nuestra tarjeta de presentación de áreas de conocimiento en las que somos expertos.

Una búsqueda rápida en LinkedIn, trasunto del Zócalo mexicano donde los profesionales publicitan sus destrezas más sobresalientes, da con casi medio millón de personas que incluyen en su presentación la palabra “experto”, así, en castellano. El catálogo es inmenso: experto en coaching, en comunicación, en seguros, en formación, en procedimientos tributarios, en eficiencias de infraestructura de red, etc. Son miles de personas que a la vez que elegían la foto con su lado bueno, optaban también, como hacía el bajito de Bogart cuando se fotografiaba junto a la espigada Bergman, por subirse al cajón de ser expertos y ganar unos centímetros.

En su sentido más popular un experto es aquel que tiene un conocimiento superior a la media en un área concreta. Cuando tenemos un problema con el coche llamamos a Paco porque es un experto en mecánica. Esther es una experta en restaurantes y nos puede recomendar dónde cenar. Laura es la experta en bolsa y nos dirá dónde invertir. Reconocemos en ellos un conocimiento del que nosotros carecemos y los buscamos para que nos ayuden. Son nuestros expertos.

En 1980 la gente ‘normal’, abogaba por la caída del Estado Soviético mientras que los ‘expertos’, capitaneados por el Director General de la CIA, Robert Gates, lo negaban. el 23 de agosto de 1989 Hungría abrió su frontera a los ciudadanos de la RDA. Todo lo que siguió fue un juego de fichas de dominó

¿Quién hace experto al experto? En España existen diplomas universitarios, con menos enjundia que el máster, que ofrecen el título de experto en un área muy concreta a aquellos que ya cuentan con la titulación adecuada. Es decir, un ingeniero ya titulado puede acceder a ser experto en ingeniería ferroviaria y obtener así un diploma que le facilite optar a cierto trabajo.

Pero no pretendo traer aquí a los especialistas con títulos que lo avalan, traigo a aquellos que lustran su perfil profesional con la autodenominación de expertos, sin ninguna evidencia probatoria.

Anteponerse el título de experto es sencillo y no conculca ninguna norma. Otra cosa es denominarse psicoterapeuta cuando no se dispone del título adecuado, lo que entraría en la categoría de intrusismo. Pero ¿experto en salud emocional? Sin mayor problema.

El controvertido Richard Dawkins en su libro “El gen egoísta” ilustra lo fácil que es llegar a considerarse experto. Dice lo siguiente: “Si metes a un número suficientemente grande de personas en una habitación y los pones a tirar monedas al aire, tarde o temprano alguien sacará diez caras seguidas. Si a posteriori le preguntas, no te dirá que tuvo suerte, sino que es un experto en tirar monedas”.

En la Edad Media se institucionalizaron los gremios. Estas agrupaciones de artesanos crearon un sistema de tres niveles: aprendiz, oficial y maestro, que ponía en valor de manera gradual el conocimiento adquirido. Eran los expertos alfareros, herreros, caldereros o joyeros, entre otros.

Siglos después, el psicólogo norteamericano Malcom Gladwell establecía que son necesarias 10.000 horas de práctica para ser un experto en algo. Por ejemplo, el niño que comienza a tocar el violín con 8 años tendrá que aplicarse 10.000 horas para poder ser un virtuoso de ese instrumento de cuerda. Según Gladwell, esto es aplicable a cualquier disciplina: artística, científica, cultural, etc.

Por su parte Peter Thiel, uno de esos genios de Silicon Valley con muchos ceros en su cuenta corriente, dice en su libro “Zero to one” que es necesario dedicar toda la vida a un mismo objetivo, sin desenfocar la atención. Solo así se alcanza la suficiente destreza para triunfar.

Este argumento clásico está hoy muy en entredicho. Cada vez se considera a la sobrespecialización menos ventajosa a la hora de desarrollar una carrera profesional. No parece claro que un especialista sea mejor a la hora de anticipar problemas.

En mi libro “Actitud Digital” cuento la siguiente anécdota que ocurre en los estertores de la Unión Soviética: “En 1980 el politólogo Phillipe Tetlock consideró la posible disolución de la URSS 10 años antes de que ocurriera. Durante un tiempo comenzó a hacer encuestas a dos tipos de personas: expertos en geopolítica y gente de la calle normal (fontaneros, administrativos, amas de casa, …). Lo paradójico del resultado es que la gente normal, abogaba por la caída del Estado Soviético mientras que los expertos, capitaneados por el Director General de la CIA, Robert Gates, lo negaban”.

Le recuerdo al lector que el 23 de agosto de 1989 Hungría abrió su frontera a los ciudadanos de la RDA. Todo lo que siguió fue un juego de fichas de dominó.

Tetlock de la Universidad de Pensilvania reúne esa y otras anécdotas similares en su libro “Expert political judgement: How good is it? How can we know?”. El autor deja constancia de que los analistas políticos que tanto deambulan por televisión fallan en sus predicciones con más asiduidad que la gente solo informada.

Con el fin de añadir más evidencia a la baja fiabilidad que aportan los expertos en sus predicciones, la investigadora china Wai Fong Boh encuentra que los mejores ingenieros inventores no son ni los expertos ni los generalistas, son los polímatas, aquellos con conocimientos en múltiples disciplinas. Boh propone volver a los grandes genios, a Leonardo, a Newton, a Arquímedes o a Copérnico. Aquellos con un saber diverso a la vez que interconectado que tanto hicieron por el progreso y la ciencia.

Si seguimos las enseñanzas de otra investigadora, la holandesa Beatrice Van der Heijden, deberíamos aspirar a ser competentes en diversas áreas del saber, pero siempre después de ser expertos en una de ellas. Van der Heijden afirma que después de aplicarnos las 10.000 horas que nos otorgan maestría en una actividad, tenemos por delante muchas más, 75.000, promedio de horas de trabajo en una vida laboral, para conocer otras disciplinas. Concluye su postulado aportando un término tan elocuente como simple: Flexperts. Expertos sí, pero con un foco amplio en diferentes intereses.

Parece que la llegada de la era digital ha puesto en solfa la utilidad de los expertos y ha incorporado el concepto de trabajador híbrido o, eufemísticamente, también llamado navaja suiza. Este nuevo concepto aboga por trabajadores con un conocimiento amplio en diferentes disciplinas. No se trata de ser un experto en algo específico, sino de tener una visión amplia de diferentes funciones y, en su integración, alcanzar un nivel de eficiencia superior.

Timothy O’Reilly dice en su libro “La economía WTF” que debemos centrarnos en los problemas y no en las soluciones. Que debemos alcanzar un amplio conocimiento de lo que está ocurriendo. Mejor ser experto en cambio climático que en combustibles sólidos. Todo esto en línea con el informe de la Fundación Telefónica que afirma que los jóvenes de hoy tendrán de media ocho empleos en su vida laboral, todos ellos con funciones muy diferentes.

Otra manera de constatar la caída en desgracia de los expertos pasa por analizar qué hicieron aquellos que han alcanzado metas profesionales destacables. Guy Berger, técnico de la red social LinkedIn, lo ha hecho y tras analizar a cerca de medio millón de triunfadores ha concluido que cuanto más variada es la experiencia en términos de funciones, no de sectores, mayor es el éxito profesional.

Pocas palabras se han desvirtuado tanto en los últimos años como experto (yo añadiría coaching. Pero ese sería otro artículo). Se trata de un término gratuito, al alcance de la mano de cualquiera, que fija, limpia y da esplendor a quien se lo cuelga sin pasar por caja. Ser experto hoy es un huevo huero, blanco por fuera, vacío por dentro.

Ya lo sabe, si usted quiere ser un experto, no desatienda otras zonas del saber complementarias. Por el contrario, si usted necesita un experto, pregunte mejor por una eminencia, se evitará sobresaltos y decepciones.

Foto: Ryan McGuire


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