La invasión rusa de Ucrania no deja de producir asombro creciente, porque hay algo que hace que nuestro mundo, el Occidente liberal, consumista y permisivo experimente una conmoción al ver cómo los ucranianos, y las ucranianas, aquí repetir el género está justificado porque, de ordinario la guerra había venido siendo un menester masculino, se juegan sus posesiones y la vida por mantener algo que no se vende en los mercados, su libertad y su dignidad. Es posible que otras naciones europeas hubiesen reaccionado de manera muy similar en caso de verse pisoteadas por un enemigo cuya fuerza se considera muy superior y que no tiene el menor atisbo de legitimidad para invadir la tierra y las posesiones ajenas, pero me parece que, si lo pensamos bien, surgirían algunas dudas.
Es fácil pensar que en las democracias occidentales la libertad y la dignidad están, en el fondo, devaluadas como causas para dar la vida por ellas. Las consideramos tan obvias, tan fuera de peligro, que apenas damos en pensar que deban ser defendidas. Por otra parte, se lleva oyendo desde hace mucho tiempo que las democracias son débiles, y por eso tienden a desarmarse, y que, llegado el caso, no sabrían defenderse con fiereza de una agresión externa. La memoria de lo sucedido con las guerras europeas tiende a abonar esa impresión porque Hitler solo pudo ser destruido con ayuda externa, sin la cual es fácil pensar que habría costado mucho más tiempo y muchas más vidas librarse de su dominio.
Haber defendido que una cobarde sumisión es preferible a una valiente respuesta solo muestra hasta qué punto la mentalidad de algunos políticos del “sí se puede” está alejada del sentir común: al parecer ”sí se puede” invadir Ucrania y no se puede defender a los agredidos
El aldabonazo que está suponiendo la bárbara, cínica y cruel agresión de Putin puede que ayude a que cambien algunas cosas, a que comprendamos que la necesidad de defensa de las libertades y de la dignidad personal, de nuestra capacidad de tener un criterio propio, de tener libertad política y de poder destituir de manera pacífica a los gobiernos que no acierten a hacerlo a nuestro gusto, sea una causa que pueda merecer la lucha, la vida y el morir por ella.
No es descabellado pensar que una de las razones de Putin para meterse en el charco en que se ha metido sea la necesidad de acabar con la incipiente democracia ucraniana al pensar que esa libertad política tan cercana podría llevarse por delante el chiringuito dictatorial que tiene organizado en Moscú. En la medida en que así sea, eso nos ayudará un poco más a comprender que en esta desigual batalla se está jugando algo más que una importante porción de la Tierra.
Es mucha la gente que ha comprendido la hondura de este desafío. En España, que es una sociedad muy propensa a cualquier especie de pacifismo, es notable que se haya producido una potente corriente de opinión favorable a Ucrania y que los defensores de los prejuicios tradicionales contra la OTAN y los EE. UU. se hayan visto reducidos a un incómodo silencio apenas roto por intentos vergonzantes de buscar explicaciones de la conducta de Putin. La mayoría sabe bien que se ha tratado de una agresión criminal e injustificable que no puede encontrar ninguna clase de excusa. Por crédulos que podamos ser no lo somos tanto como para tragarnos que Putin esté tratando de “liberar a Ucrania de un genocidio” según ha manifestado el sátrapa ruso en el baño de masas que se ha montado para olvidar por unas horas la pesadilla en la que está metido.
Los gritos a favor de “la paz” que han intentado explotar los podemitas no han encontrado el menor eco y acaso sirvan solo para poner una cerradura adicional en el merecido sepulcro de sus falsas promesas. Haber defendido que una cobarde sumisión es preferible a una valiente respuesta solo muestra hasta qué punto la mentalidad de algunos políticos del “sí se puede” está alejada del sentir común: al parecer ”sí se puede” invadir Ucrania y no se puede defender a los agredidos. Semejante iniquidad constituirá un baldón del que será muy difícil que se libren estos idealistas de pacotilla. Como ha escrito Andrés Trapiello, “aquellos que hoy hablan de paz son lo bastante miserables como para no reconocer que prefieren los valores del atacante a los de aquellos que se defienden de él, que simpatizan con el mal porque el bien les parece reaccionario o decadente”.
Es posible que la fuerza bruta acabe aplastando a los valientes que resisten en una guerra tan desigual, no sería la primera vez que ocurre lo peor, pero a nosotros nos toca recibir esta lección moral y no olvidar el sacrificio de los ucranianos en el altar del honor, la dignidad y la libertad. Pero es también posible que ocurra lo contrario porque la desigualdad del enfrentamiento tiene varias dimensiones: un ejército superior se enfrenta a uno más débil, pero un pueblo en armas se opone al designio imperial de Putin que no se atreve a decir la verdad a sus soldados, a una tropa que, por tanto, está desmotivada y que tal vez sea incapaz de hacer que triunfe el crimen frente a la bravura y la convicción de una nación que, apenas probado el sabor de la libertad, no está dispuesta a ser aplastada por la mentira y el terror. Tampoco sería la primera vez que pasara: los españoles podemos recordar que Napoleón se encontró con una feroz resistencia civil.
Los ucranianos están en mejores condiciones para defenderse que lo estuvieron nuestros antepasados, no tienen a un Rey felón en la cumbre del Estado sino a un héroe como Zelensky, y no están solos en una esquina del mundo frente a ideas supuestamente más modernas y racionales, sino que el fulgor de la libertad y de la razón está por completo de su lado.
Es evidente que el valiente sacrificio de Ucrania debe ser apoyado por las potencias democráticas y ello no solo con ayudas militares sino con el compromiso de no olvidar su causa si, por desgracia, resultase aplastada. No podemos permitirnos que esta guerra se pierda porque es obvio que, de ser así, detrás vendrán otras. Como ha dicho Zelensky ante el Bundestag, no tendríamos que escudarnos en la economía para pintar de colores atractivos el miedo a defender la libertad. Ucrania no debiera ser una excepción sino un ejemplo, algo que nos ayude a recordar que somos herederos de una tradición de libertad y de dignidad y que, si renunciamos a ellas por tibieza, cobardía o comodidad, no nos libraremos de una guerra que, además, podríamos perder.
Nuestros líderes no suelen tener la estatura que está demostrando tener Zelensky, pero no es culpa suya, son nuestro reflejo y tendríamos que empeñarnos en ser capaces de celebrar la valentía, la determinación y el orgullo de ser libres, con todas las limitaciones que se quiera porque la libertad no es el jardín de las delicias, para poder seguir siéndolo, ya que, más pronto que tarde, la alternativa no sería otra que la sumisión, la desigualdad, la censura, la arbitrariedad, la pobreza, la vergüenza y la indignidad.
Foto: Max Kukurudziak.