En los últimos años, como consecuencia de la deriva secesionista y frentista emprendida por el gobierno de la comunidad autónoma de Cataluña, estamos contemplando dos fenómenos que resultan especialmente interesantes para la ciencia política y el derecho. El primero hace referencia a la construcción del mito nacionalista sobre la base de una visión sesgada y manipulada de la historia; el segundo, a la conflictiva relación entre violencia y legalidad.

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En dos grandes películas de la historia del cine encontramos reflexiones que nos pueden arrojar algo de luz sobre ambos fenómenos. Se trata de la comedia inglesa Pasaporte para Pimlico y el western crepuscular Fordiano de ¿Quién mató a Liberty Valance?

Pasaporte a Pimlico de Henry Cornelius es una de las comedias inglesas más interesantes del periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. En la película un grupo de residentes del barrio londinense de Pimlico, hartos de las restricciones materiales que impone la dura posguerra y alentados por un supuesto descendiente del duque de Borgoña, deciden proclamar unilateralmente su independencia del Reino Unido con la fantasiosa creencia de que su pequeño estado será la panecea para todos sus males.

Los vecinos de Pimlico convencidos, a partir de unas evidencias históricas más que cuestionables, de que poseen un linaje milenario que les entronca con el extinto ducado de Borgoña deciden ligar su destino como micronación a las aspiraciones de un oportunista que se declara heredero legítimo del último duque de Borgona, Carlos VII, El Temerario.

No resulta especialmente difícil encontrar ciertos paralelismos entre la cinta de Cornelius y la situación política española, donde determinados medios de comunicación inciden en el carácter esencialmente político del conflicto con Cataluña

Ante el bloqueo al que les someten las autoridades del Reíno Unido deciden organizar una resistencia para hacer efectiva su declaración de  independencia. Determinados medios de comunicación comienzan a aleccionar a la opinión pública en un sentido favorable a las tesis de los secesionistas, lo que acaba desembocando en la apertura de unas negociaciones bilaterales, de igual a igual, entre los independentistas y las autoridades británicas.

No resulta especialmente difícil encontrar ciertos paralelismos entre la cinta de Cornelius y la situación política española, donde determinados medios de comunicación inciden, día tras día, en el carácter esencialmente político del conflicto con Cataluña y en la necesidad de reconocer al gobierno de dicha comunidad como un interlocutor legítimo, aunque se mueva por la senda de la inconstitucionalidad, para  buscar una solución bilateral al conflicto.

Por otro lado la comedia resulta especialmente brillante en su descripción de las dos grandes características que exhibe todo nacionalismo de corte separatista. En primer lugar, el victimismo en el que el nacionalismo fundamenta su particular cuaderno de quejas y agravios con el que justificar su postura secesionista. En el caso de Pimlico se trata de las restricciones propias de la posguerra, en el caso del nacionalismo catalán es un supuesto expolio llevado a cabo por España contra Cataluña, cuya cultura y prosperidad se encontrarían amenazadas por un uniformador y voraz estado central.

En segundo lugar, la manipulación de la historia con la finalidad de entroncar su presente con un glorioso pasado histórico que legitimaría su derecho a recobrar su esplendor perdido. T.E.B Clark, su guionista, explota con gran maestría las posibilidades cómicas que todo delirio nacionalista presenta. El nacionalista se toma tan en serio su credo nacionalista, por muy inverosímil que este resulte, que acaba ofreciendo un filón para poder hacer sátira y mofa.

El desvarío del historiador Hatton-Jones en la película no resulta menos grotesco que muchos otros como los que el nacionalismo catalán lleva presentando en los últimos años

El desvarío del historiador Hatton-Jones en la película no resulta menos grotesco que muchos otros como los que el nacionalismo catalán lleva presentando en los últimos años, en los que parece que la historiografía catalana ha iniciado una carrera en pos del mayor dislate posible. Necedades como las defendidas por el historiador Víctor Cucurull sobre el origen catalán de multitud de figuras representativas de la cultura española o el  ignominoso simposio España contra Catalunya: una mirada histórica, que organizara la Generalitat de Catalunya en 2014, no distan demasiado de muchas situaciones hilarantes que se muestran en la película de Henry Cornelius.

El western Quién mató a Liberty Valance es probablemente la obra cumbre del director John Ford y una de las mejores películas para analizar la no siempre fácil relación entre el derecho y la violencia. En ella asistimos al enfrentamiento de dos posturas contrapuestas. Por un lado, el personaje de Ramson Stoddard, un joven e idealista abogado, que quiere llevar la ley y el orden al salvaje oeste. Por otro lado, el de Liberty Valance, un forajido, para el que la única autoridad legítima de Shinbone, el pueblo donde se desarrolla la acción, es la suya por estar respaldada por el terror que infunde en los habitantes de la localidad. Tom Doniphon, un ganadero, se sitúa en un punto intermedio entre la legalidad sin coacción que defiende Stoddard y la violencia ilegítima de Liberty.

Las posturas representadas por Liberty Valance y Stoddard recuerdan a las sostenidas por dos juristas de la época de la república alemana de Weimar: Hans Kelsen y Carl Schmitt. En relación al problema de cual es el fundamento último de la vigencia de un sistema legal ambos sostenían posturas contrapuestas. Para Kelsen el fundamento último de la vigencia de un sistema legal descansa en el propio sistema de normas. Carl Schmitt creía por el contrario que la postura de Kelsen era completamente ingenua e idealista.

Ford usa la violencia para permitir que el personaje de Stoddard no muera a manos de Liberty Valance y así conseguir que en el futuro la ley pueda tener vigencia en Shinbone

Precisamente en situaciones de crisis y de quebrantamiento de las leyes que rigen en una sociedad es cuando se hace más patente que la autoridad recae en el poder fáctico que es capaz de imponer uno nuevo. Kelsen-Stoddard y Schmitt-Liberty representan dos posturas extremas: normativismo y decisionismo. Frente a estas cabe una tercera vía que permita reconducir una situación de ilegalidad sin incurrir en la arbitrariedad y sin perder un ápice de legitimidad. Esta postura vendría a coincidir con lo que el personaje de Tom Doniphon tiene que hacer al final de la película: usar la violencia para permitir que el personaje de Stoddard no muera a manos de Liberty Valance y así conseguir que en el futuro la ley pueda tener vigencia en Shinbone

En Cataluña, en teoría, sigue en vigor el sistema constitucional español surgido de 1978, sin embargo durante demasiado tiempo se ha tolerado que el gobierno Catalán incumpla los mandatos judiciales e incluso que convoque referendos de autodeterminación, como los acaecidos el 9 de Noviembre de 2014 o el 1 de Octubre de 2017 que suponen una flagrante violación del principio de la soberanía popular española.

Frente a estos flagrantes ataques contra nuestro marco legal y democrático de convivencia que buscaban imponer una decisión política unilateral por la fuerza de los hechos, determinados medios de comunicación y los dos principales partidos políticos,  el Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español, han optado por seguir la senda del normativismo Kelseniano o la postura que en la película de John Ford representaba el personaje de Ranson Stoddard: escudarse en la  teórica vigencia de las normas constitucionales para hacer frente al particular Liberty Valance en que se ha convertido el nacionalismo catalán en los últimos tiempos, restando legitimidad al uso de los instrumentos legales que el propio texto constitucional provee para situaciones de excepcionalidad y que no excluyen el ejercicio de la coacción, si es necesario.

El famoso artículo 155 no es más que la transposición al sistema constitucional español del artículo 37 de la Ley fundamental de Bonn, que lo único que persigue es garantizar que el autogobierno se lleve a cabo conforme a un principio de lealtad

El famoso articulo 155 o la Ley orgánica 4/1981 que desarrolla el artículo 116 del texto constitucional relativo a los estados de alarma, excepción y sitio, son instrumentos que permiten volver a conciliar el deber ser de las normas con el ser de lo que acontece y pone en cuestión la vigencia de las mismas. Lejos de constituir una agresión al autogobierno o una cabeza de puente del autoritarismo centralista, como los presenta el relato victimista del nacionalismo, se trata de instrumentos que garantizan el autogobierno.

Por ejemplo, el famoso artículo 155 no es más que la transposición al sistema constitucional español del artículo 37 de la Ley fundamental de Bonn, que lo único que persigue es garantizar que el autogobierno se lleve a cabo conforme a un principio de lealtad y nunca en contra de los intereses de los ciudadanos. Estos instrumentos legales son, para  Cataluña, lo que el personaje Tom Doniphon es en la cinta de John Ford: necesarios para que la ley pueda regir donde sólo la fuerza ha sido soberana.


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