Detrás de lo políticamente correcto se esconden con frecuencia algunos de los pecados capitales. La ignorancia, que no es más que el papel de fumar con el que muchos se cogen sus partes pudendas, se aliña con soberbia, orgullo o envidia estableciendo, desde hace un tiempo, un marco moral tan estricto y desproporcionado que hace imposible el ejercicio de cualquier actividad cotidiana. Todo queda a la censura de unos seres tan perfectos como imbéciles.

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Los profetas de la perfección, enemiga frontal y acérrima de la bondad, escudriñan bajo muchos aumentos cada rinconcito de la actividad humana, prestos a declarar herejía de todo aquello que no son capaces de entender, por ignorantes, pero se atreven a juzgar, como orgullosos soberbios que son. No es nuevo su odio contumaz hacia empresarios y emprendedores. Son una de sus dianas preferidas. Sin embargo, hasta hace bien poco no se habían parado a reprobar con su siempre inusitado ahínco a una particular especie de demonio capitalista: el intermediario o comisionista.

Que los tribunales juzguen lo que tengan que juzgar. Lo censurable es que al mando de las instituciones haya gente que no sabe cómo funciona nada o que quieran pactar con Arabia Saudí, Marruecos o Rusia usando, por supuesto, nuestro dinero

Con los Inditex o Mercadona, al menos tenían claro cómo funcionaba el chiringuito. Señores muy malos, en cuartos muy oscuros y con más oscuras intenciones, se dedican a hacerse ricos explotando a trabajadores o proveedores. Sus sistemas logísticos o la continua búsqueda de la satisfacción del cliente, amén de las noches sin dormir y el trabajo hasta la extenuación palidecen ante el hecho de que Amancio Ortega o Juan Roig son más ricos que yo, ergo algo malo tienen que haber hecho. Curioso el reciente caso de Elon Musk, que parece que tiene en casa un armario lleno de billetes gastadores, hasta 40.000 millones de dólares, para un refresco. Activo, acciones, flujo de caja o dinero efectivo son entelequias demasiado neoliberales como para prestarles atención.

Con el intermediario, la cosa todavía se pone más negra. Empresas que se llenan los bolsillos con unas cuantas llamadas de teléfono y unos emails cruzados. No producen nada. No crean nada. No venden nada y se llenan los bolsillos. A mí me recuerdan al bueno de Tony Leblanc en “Las chicas de la cruz roja”. Apretar el tornillo es gratis, saber el número de teléfono del tipo que te puede poner un contenedor lleno de mascarillas en cualquier parte del mundo, es lo que cuesta dinero. Como todo en esta vida, hay mejores y peores intermediarios, pero no cabe duda de que el conocimiento y el capital humano que en él pueda existir, son tan valiosos como cualquier otro producto o servicio. De hecho, su mera existencia denota su necesidad. ¿Qué sentido tiene pagar a alguien innecesario en una transacción comercial? Cualquiera ha contratado un seguro a través de un corredor de seguros o ha vendido su casa a través de una inmobiliaria. Puede hacerse o no uso de estos servicios, pero si están y funcionan será por algo.

La prensa ignorante y el político estulto ponen el foco en la cantidad de la comisión cuando esto debería carecer de importancia, siempre que la legalidad y los procedimientos de contratación se hubieran seguido convenientemente. Una comisión del 10% será cuantitativamente elevada si el volumen del contrato es alto, aunque cualitativamente será lo que es, la décima parte del monto total.

Claro que no es oro todo lo que reluce. Tradicionalmente los comisionistas que pululan alrededor de los gobiernos no juegan con las mismas reglas. El famoso 3% que se arrastraba desde la Banca Catalana, quedaba al margen de los procedimientos legales como parece bien demostrado, tornando la comisión en mordida, en soborno, en cohecho. Es manifiestamente distinto que una empresa adjudicataria de un contrato pague a sus intermediarios por su trabajo que esa misma empresa pague a un intermediario para conseguir la adjudicación de forma fraudulenta. Esto se deslinda, generalmente, de forma sencilla a poco que se conozcan las reglas de contratación del Sector Público, pero es más noticiable no hacerlo y que a todos les cuelgue el sambenito, por si las moscas.

Es posible que, a algunos, como es mi caso, les moleste que una competición deportiva oficial española se juegue en Arabia Saudita, pero puede ser perfectamente legal. También hay médicos y madres que se quejan de que alguien gane mucho dinero vendiendo productos a la sanidad pública mientras viven del sueldo que ésta les paga. Paradójico o demagógico, elijan. Los que abogamos por la abolición de los impuestos y su sustitución por el pago por servicio, tenemos claro que no nos gusta que nuestro dinero, que nos ha sido sustraído contra nuestra voluntad, vaya a enriquecer a un régimen que no respeta los derechos humanos. Que alguien comisione legalmente es saludable para todos.

Lo que demuestra un melacojoconpapeldefumarismo es no saber cómo conseguir un producto y querer marcar las reglas del juego a aquellos que sí saben cómo hacerlo, para posteriormente censurar que hayan sido capaces de cumplir con las premisas y objetivos que se les han marcado con anterioridad. El mercado, pese a todo, siempre acaba por resolver cualquier embrollo antes y mejor que el sector público y, a cada órdago de éste, se sobrepone.

Que los tribunales juzguen lo que tengan que juzgar. Lo censurable es que al mando de las instituciones haya gente que no sabe cómo funciona nada o que quieran pactar con Arabia Saudí, Marruecos o Rusia usando, por supuesto, nuestro dinero. Si la Federación Española de Futbol o la Sanidad fueran privadas, como en otros lugares, todo esto estaría mucho más claro, pero el Estado todo lo invade y todo lo enturbia, hasta el punto de que pone en tela de juicio que trabajes de forma honrada para satisfacer sus necesidades o las que el mismo Estado no puede satisfacer.

Foto: Doha Stadium Plus Qatar.


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