Nos enfrentamos a un gobierno revolucionario. Vivimos tiempos interesantes, como dice la maldición china. Antes de que pensemos en las historias que les vamos a contar a nuestros nietos, debemos tomarle la medida a lo que nos enfrentamos.

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En primer lugar, la idea de ser testigo de una revolución parece muy alejada de lo que se desprende del funcionamiento de las instituciones. Estas son las decimoquintas elecciones generales que ampara la Constitución de 1978. Entra en el gobierno un partido de reciente creación, como es Podemos, pero eso es reflejo bien de la crisis del sistema, bien de su capacidad para renovarse y, por tanto, de su salud. Estrictamente hablando, el nuevo gobierno llega al poder con toda la legalidad y la legitimidad que puede otorgar nuestro sistema político.

Pese a ello, esa revolución está anunciada, y en marcha. En marcha, porque los actores políticos del nuevo gobierno están adoptando medidas que adelantan ya ese cambio institucional y político fundamental. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias anunciaron la formación de un nuevo gobierno apenas hecho el recuento provisional, y a más de un mes de la primera reunión con el Rey. Sánchez ha comunicado a la opinión pública su ensalada de ministros y vicepresidentes antes de hacérselo al jefe del Estado. El Rey y la institución que representa es un freno a los objetivos políticos de la coalición gobernante, y vamos a ver cómo desde el gobierno se mina la Corona como paso previo a los grandes cambios que esperan imponer desde La Moncloa.

El Rey y la institución que representa es un freno a los objetivos políticos de la coalición gobernante, y vamos a ver cómo desde el gobierno se mina la Corona como paso previo a los grandes cambios

Luego está la naturaleza de las fuerzas que se han unido en coalición. Los partidos nacionalistas quieren desmembrar España y apoderarse de sus partes ensangrentadas para ejercer un poder sin alternancia. Podemos necesita de esa ruptura para hacer añicos la arquitectura institucional e imponer sobre el caos sobrevenido otra constitución. Y el PSOE es víctima del prejuicio de la izquierda española según el cual el ideal de la izquierda es siempre su extremo. Esa encarnación del ideal quedaba fuera, en Cuba, en Nicaragua, en el Chile de Allende… pero a fuer de mantener ese prejuicio, el partido tradicional de la izquierda española se ha ido acercando a él. No ha sido un camino recto. Simplemente, ante el discurso de Podemos el PSOE no ha podido contraponer una posición socialdemócrata. Y se ha visto arrastrado por el partido de Pablo Iglesias bajo el liderazgo del conjunto vacío, intelectual y moral, que es Pedro Sánchez.

Adriana Lastra, epítome de este gobierno feminista, ya lanzaba la acusación a la oposición de golpismo. Vamos a ver, por parte del gobierno y de sus apoyos mediáticos, una labor de deslegitimación de la oposición (la derecha, la ultraderecha y la ultra ultraderecha de las que hablaba Iglesias) y de censura de los medios de comunicación críticos. También van a descalificar y a actuar en contra de los jueces que no de plieguen a los dictados al gobierno. Y todo ello en un entorno de decaimiento económico. Ante esta situación, ¿qué pueden hacer los partidos políticos opuestos a esta transformación de nuestro sistema político?

Ciudadanos tiene un papel fundamental para captar al centro y a la izquierda moderada. Pero la izquierda española, como demuestran los resultados electorales y la posición política del PSOE, se ha podemizado. Y no está claro qué capacidad de crecimiento por ese lado tiene el partido liderado por Inés Arrimadas.

Por la izquierda quien ha crecido es Vox. Ha obtenido, según los cálculos de GAD3, 300.000 votos de la izquierda, y quizás pueda obtener otro tanto. Los mensajes de la nueva izquierda, identitaria, ecologista, feminista, dejan huérfanos a muchos votantes de la izquierda que ven estos nuevos mensajes, y el proyecto de acabar con la unidad de España, como una agresión. Y a Vox, único partido que se sitúa por completo fuera del especioso manto de la corrupción política, como su único defensor.

Fuera de la corrupción política, Vox es objeto de una descalificación generalizada en los medios políticos y de comunicación, pero por un lado su papel satélite, fuera del pegajoso discurso políticamente correcto, es su principal fuerza. Y, por otro, para una parte importante de los votantes, las críticas a Vox son nuevos argumentos para mostrar su adhesión a la formación de Abascal.

Esto explica que Vox hace una oposición total al PSOE y a sus socios, sin concesiones en el discurso, y recurriendo a todos los medios a su alcance. Ya que no tiene el apoyo o el respeto de los medios, y que ni siquiera puede valerse de la presunta profesionalidad de los periodistas, sale a las calles, acude a los tribunales… Resulta sólo aparentemente contradictorio que el partido al que se sitúa fuera del sistema sea en realidad el defensor más acérrimo del mismo, al menos en la estrategia.

Y el Partido Popular. Según una información, la estrategia del Partido Popular va a pasar por destacar las diferencias, y los más que previsibles enfrentamientos, entre los dos socios principales del gobierno, y entre éstos y los nacionalistas. Bien está. Lo mínimo que se le puede exigir a una acción política es que sea coherente. Y lo que confluye en La Moncloa son varios torrentes con direcciones distintas, aunque no contradictorias.

Pero cabe exigirles algo más; mucho más. Hacer una crítica política al uso presupone que la labor que vaya a hacer el Gobierno seguirá por los cauces habituales. Pero lo necesario es estar en guardia ante cualquier intento de echar abajo la Constitución y el conjunto de acuerdos básicos que hacen posible su funcionamiento, como respetar el derecho de los adversarios políticos a la alternancia, el funcionamiento de la justicia y del resto de las instituciones, y las libertades básicas como la de expresión o la de manifestación. Ante un envite de este calado, sólo cabe una respuesta frontal.

Afortunadamente, la acción social no se articula sólo por medio de los partidos políticos. Pero son necesarios en cualquier democracia, y más en esta que está diseñada para entregar la gestión del poder a las cúpulas de estas organizaciones. De lo que hagan las que están en la oposición depende en gran parte nuestro futuro inmediato.

Foto: Marc Puig i Perez


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