El 18 de octubre de 2021 el controvertido economista argentino y por entonces candidato a diputado Javier Milei, afirmó en un programa de televisión:

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Estamos viendo la degradación moral de Argentina…  Para que los inmorales triunfen, para que el mal triunfe, solo basta con que lo justos no hagan nada”.

Sus palabras, en aquel momento, actuaron como un revulsivo en la conciencia de muchos argentinos que sufrían las consecuencias de las medidas más restrictivas, más duras e incoherentes frente al covid, el derrumbe de una economía en banca rota estructural, la miseria absoluta de la mitad de la población, inseguridad extrema y la obscenidad e impunidad de una casta política corrupta hasta el tuétano.

Sufrimos una degradación moral, una profunda crisis, una descomposición ética colectiva acelerada. Esto no está bien, esto no es progreso

Milei no había descubierto nada nuevo, ni mucho menos había planteado una profunda reflexión filosófica, simplemente dijo lo que la mayoría veía, sabía o simplemente sospechaba o intuía. Podría decirse que su discurso era casi de perogrullo, algo evidente, salvo para quienes no lo querían ver: el país sufría de un mal de carácter moral.

Milei dijo, como el niño del cuento del danés Hans Christian Andersen en El traje nuevo del emperador, lo que la mayoría de siervos, cobardes y obsecuentes no se atrevían a decir: que el monarca se paseaba por la calle sin vestido. “¡Pero si va desnudo!”, fue la frase que puso en su lugar la verdad de la que nadie quería hablar.

El problema de base que sufren muchas naciones es de carácter moral y, afirmarlo sin tapujos, insólitamente, se convierte en algo “políticamente incorrecto”. Cuando se relativiza, cuando todo se banaliza, cuando no se diferencia el bien del mal, nos encontramos con un grave problema, con una crisis de carácter moral, y toda crisis política, social, económica o cultural no dejan de ser una derivada de ésta.

En ese mismo programa de televisión, Javier Milei agregó: “Cuando estás viendo algo que está mal y callás por miedo, por conveniencia o por lo que fuera sos cómplice. Es decir, todos saben que moralmente eso está mal, sin embargo no actúan. Y eso es la crisis moral”.

España también vive hoy una profunda crisis moral como la Argentina. El Estado parece funcionar como una asociación ilícita. Los partidos políticos parecen bandas criminales disputándose el control del territorio para sus negocios. Los ciudadanos honrados son las víctimas de la actuación delictiva del crimen institucional organizado, en una sociedad que se asemeja cada vez más a la de una película de gangsters de los años 30 del pasado siglo.

En el lenguaje corriente, lo moral se refiere a las normas de comportamiento, a las costumbres correctas, validas y deseables. Lo contrario es inmoral. El soborno, el robo, la estafa, la impunidad y la mentira son una inmoralidad inaceptable en una sociedad democrática en la que debe regir el Estado de derecho. Retorcer el mal hasta enmascararlo para que parezca el bien, es una perversión tal que culmina simplemente en amoralidad, en la ausencia absoluta de lo moral.

Cuando hoy desde el poder se habla de convivencia y progreso, continuando con esa “hoja de ruta progresista” de la que habla el presidente como única alternativa a una fantasmagórica y acechante “coalición reaccionaria”, está faltando a la verdad.

Hoy en España prácticamente nadie dice con suficiente contundencia y claridad que el monarca va desnudo, que estamos enfermos moralmente y que es urgente y necesario asumirlo para intentar curarnos. La situación es más que grave porque no solo están en juego la integridad territorial y las libertades democráticas, sino porque están acabando con el alma de los españoles, con el sentido del bien para oponerse al mal, incluso simplemente por supervivencia.

Es falso y malicioso afirmar que todo da igual. No todo es igual, no todo está bien, ni todos son iguales en el ejercicio de la responsabilidad política o institucional. No saldremos de la grieta moral en la que nos encontramos hasta que asumamos que estamos mal, que queremos curarnos y que al mal se lo combate hasta el final.

Gilbert Keith Chesterton afirmó en su libro Lo que esta mal en el mundo escrito en 1910: “Nadie puede usar la palabra progreso si no tiene un credo definido y un férreo código moral. Porque la misma palabra progreso indica una dirección; y en el mismo momento en que, por poco que sea, dudamos respecto a la dirección, pasamos a dudar en el mismo grado del progreso”.

Benedicto XVI una vez dijo: “Cuando el relativismo moral se absolutiza en nombre de la tolerancia, los derechos básicos se relativizan y se abre la puerta al totalitarismo”.

Sufrimos una degradación moral, una profunda crisis, una descomposición ética colectiva acelerada. Esto no está bien, esto no es progreso, tampoco son avances, ni derechos, como afirma exultante un ministro del actual gobierno para convencer a los españoles de lo maravilloso que es amnistiar el crimen y el delito en pos de una sociedad como una tómbola de luz y de color…

Estamos frente a la puerta abierta de un totalitarismo líquido, fluido, edulcorado y narcotizante. Lo diga Milei, el niño del cuento de Andersen, Chesterton, el Papa Benedicto XVI o el porquero de Agamenón.

Foto: pandagolik.

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