El próximo 6 de junio concluye la exposición “La máquina de Magritte” que se estrenó en el Museo Thyssen-Bornemisza hace unos meses. Un tranquilo paseo alrededor de sus más de 90 pinturas, algunas fotografías y unas cuantas películas rodadas domésticamente por el autor, son un desafío a la lógica visual, una provocación a lo que consideramos como categorías perceptivas. También un divertimento.

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Sugería el comisario de la muestra que Magritte se consideraba un mago, algo así como un pintor con superpoderes, en particular con el poder de la imaginación para producir la realidad. Por lo que nos encontramos que una mesa no es una mesa, la fruta parece una jarrita, lo abierto resulta cerrado, lo que parece lleno está vacío. Todo está sujeto al punto de vista del artista. En mi caso, la salida de esta exposición ha sido una invitación a entrar en ese otro escenario del día a día que narra la actualidad del espejo mediático. Aunque hay notables diferencias, pero con un curioso punto en común: tanto visitar las pinturas de Magritte como leer los titulares de la prensa son un desafío a la lógica y al sentido común.

Una realidad, también representada en el carrusel mediático, en la que la naturaleza y la biología se han convertido en un constructo sociocultural, desplazando las leyes físicas y químicas, por los adolescentes arrebatos del “yo me siento”

Si nos remontamos en el tiempo sabemos que el mundo de “lo que ves no es lo que parece” tiene una larga tradición en la historia del arte, que tuvo su extensión con el Renacimiento y el Barroco. Estaba de buen ver que sus artistas jugaran con los ojos del espectador a lo largo de sus pinturas murales. Desde un preciso realismo y utilizando la perspectiva como efecto de atracción, convertían las paredes y los techos planos en espacios profundos y complejos para sus diferentes representaciones.

Del mismo modo los medios de comunicación, y sus activos acólitos, las redes sociales han sido capaces de desplazar a los artesanos del trampantojo, para convertir la realidad en un ilusionismo, aunque en este caso con flaco favor para la imaginación de sus usuarios. Aunque a cambio construyen una realidad paralela afín a los intereses de determinadas élites e ideologías, tanto de un lado como de otro, que nada tienen que ver con el arte para el uso y consumo del bien público.

Quien se asoma a la pintura “Huyendo de la Crítica” de Pere Borrel del Caso, observa un niño con cierto aire picaresco, que huye de algo desconocido, tal y como sugiere su fondo neutro y oscuro. En un primer momento sorprende el realismo, pero para lo que nos ocupa resulta más inquietante la imagen del asustadizo personaje, que temeroso está saliendo de la pintura. Sus ojos desorbitados extrañan la realidad, mientras permanece aferrado al marco del cuadro. Es posible que la extrañeza de nuestro protagonista sea compartida por muchos de los lectores, escuchantes, espectadores y usuarios que todos los días despiertan con la noticia del día.

Cada vez sorprende menos que la realidad supere con creces el arte del trampantojo. Esa pintura repleta de engaños y distracciones ópticas, desenfoques y distorsiones.

Una realidad, también representada en el carrusel mediático, en la que la naturaleza y la biología se han convertido en un constructo sociocultural, desplazando las leyes físicas y químicas, por los adolescentes arrebatos del “yo me siento”. “Yo no sé ustedes, pero yo no conozco a ninguna mujer que presuma de su miembro viril” señalaba Sonia Sierra en un reciente artículo. Los hechos así lo confirman, antes y sobre todo más allá de “yo me siento de cada cual”, existe una ley biológica inapelable, que afirma que solo hay dos sexos. Una realidad que representa con inapelable certeza el alarmismo climático, rechazando el análisis racional y científico para presentar un próximo apocalipsis en el planeta. Donde las últimas elucubraciones de los expertos de la educación, diseñadas en sus despachos, alejados de la clase y la pizarra, que así mismos se denominan pedagogos, llaman innovación a introducir la tecnología y el juego en el aula, para expulsar la autoridad, la voluntad y la memoria. Donde cualquier novedad solo por serlo merece crédito y seguidismo, con un presente vivido en un festín emocionante, pasto para las masas y olvido para la historia.

Como decíamos, el ejercicio de los trampantojos ha sido abundante en la historia. No en balde, a principios del siglo pasado, surge en Alemania la corriente psicológica de la Gestalt, que demuestra que cuando percibimos agrupamos los objetos en categorías superiores. O sea, que nuestro cerebro reconstruye todo el objeto completo aunque no esté entero y solo lo veamos parcialmente. Esta corriente supo encontrar su conclusión con el “el todo es más que la suma de las partes”. La psicología de entonces encontró en la pereza que caracteriza al cerebro, el motivo que demuestra la fragilidad de nuestra percepción.

Aquellos hombres con sombrero, rocas, ventanas, cortinas, nubes, en los que nada es lo que parece invita a un desafío para encontrar las trampas que tienen las imágenes. Para los artistas del trampantojo y para Magritte se trataba de un juego visual, en el que el espectador formaba parte. Participante de una narrativa y plástica lúdica que exigía agudizar la mirada y cuestionar la representación. Algo muy diferente de lo que ocurre hoy con el relato político y el puritanismo imperante. No hay pacto que valga entre los estrategas y consultores de esta ingeniería social, y sus públicos. El engaño y la mentira son un desafío para quien no se preste al hipnotismo imbécil de estas narrativas que conforman la actualidad informativa, que repiten una vez y otra lo que debemos leer, ver y escuchar.

Es sabido que Platón y Aristóteles entienden el asombro como el inicio de la filosofía… Todo lo que engaña seduce, advertía el primero en ‘La República’. Un espectador encantado con dejarse engañar por las ilusiones ópticas de una exposición, a la que asiste voluntariamente y paga su correspondiente entrada, es razonable. Sin embargo, es posible que a muchos les ocurra como a nuestro pícaro del cuadro, cada día más extraños frente al mundo que les acompaña. Unos salen del cuadro con preguntas que cuestionan lo establecido, porque la vida se ha convertido en un interminable trampantojo sin sentido. Otros se habitúan al asombro en cada esquina, con cada novedad, incluso se sienten felices hospedados en el engaño.

Foto: Dasha Yukhymyuk.

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