El llamado Estado de las Autonomías, delineado en la Constitución y desarrollado bastante después de aquella manera, fue, sin duda, un intento de resolver la llamada cuestión territorial. No creo que haya nadie que piense que lo ha resuelto bien, pero sí hay muchos que piensan que se trató de un error absoluto y nunca he acabado de estar completamente de acuerdo con esa idea. Lo que es un error de los que no tienen mezcla de acierto alguno es que hemos organizado un sistema que solo parece servir a la disolución de cualquier clase de lazos solidarios entre todos los españoles.
Aunque el asunto es mucho más complejo, propongo que reparemos en uno de sus aspectos más indiscutiblemente negativos, en el acelerón que ha pegado el soberanismo catalán hasta chocar con el muro de lo imposible. La convivencia de los nacionalistas catalanes con el resto de España ha sido con frecuencia problemática, pero ha alcanzado con el malhadado procés catalá una dimensión realmente grave para el conjunto de los españoles. En lugar de que el régimen autonómico haya servido para normalizar la situación catalana lo que ha sucedido es que el soberanismo catalán ha logrado convertirse en el primer problema político español y las consecuencias que está teniendo no parecen tener final concebible.
Europa tiene problemas mayores en los que pensar, pero ¿acaso no es lógico que cuando ha visto las narices de Putin asomar tras tan pintorescos personajes decida que bromas las justas?
Tenemos un Gobierno que es, en la práctica, una especie de súbdito de un sector minoritario y muy radical del separatismo, un grupo que ha jugado muy fuerte la baza de la separación, en lo que ha fallado, de momento, y es de esperar que siga fallando. Puigdemont es la clave de cuanto está pasando en la política española, pero la paradoja, la trampa catalana del título, es que no está siendo decisivo por méritos propios sino debido a una serie de carambolas electorales.
Una nueva paradoja se ha producido cuando, en el momento en el que los soberanistas, con Puigdemont al frente, habían alcanzado la mayor capacidad de extorsión al Gobierno, se han puesto de manifiesto sus conexiones más directas con la organización de la violencia desatada en 2017 y, muy en especial, sus intentos de ganar para la causa a un aliado tan peligroso como Putin y sus variadas manos largas, desde las mafiosas a las diplomáticas pasando por los hackers. Putin ha sabido ver en Cataluña una oportunidad para desestabilizar la UE por su flanco más occidental.
En Europa, la mayoría de los países y partidos, no vieron nunca con especial simpatía esa especie de golpe posmoderno, como se ha llamado, el intento de los soberanistas por romper la unidad de España, pero ahora que han salido a la luz los abrazos rusos la extrañeza ha dejado paso a una franca hostilidad.
Es en este preciso momento cuando la intentona sanchista de gobernar con el apoyo de los soberanistas y de amnistiarlos hasta de lo que pudieron llegar a imaginar ha tropezado con un obstáculo bastante formidable. Da la impresión de que las cañas se le están volviendo lanzas al muy audaz y desprejuiciado Sánchez. La duda está en la manera en que Sánchez tratará de evitar esta trampa catalana en la que se ha metido sin pensarlo dos veces, porque, puesto que dar marcha atrás no cabe en sus planes, va a ver sus capacidades de mendacidad y cinismo sometidas a pruebas de enorme dificultad, sin duda.
Hasta que se ha puesto de manifiesto el volcán sobre el que ha descansado sus posaderas, existía un acuerdo en que la legislatura tendría que rebasar un paso decisivo en las elecciones catalanas. Ahora podría ser que no llegase vivo a fecha tan señalada. En cualquier caso, en Cataluña, Sánchez se podría encontrar con que la ansiada victoria del PSC resulte ser un espejismo. Las razones para ello son varias.
Por primera vez en la historia del socialismo español, que incluye al partido de los socialistas catalanes, el PSC ha perdido capacidad política porque Sánchez se ha ocupado de que así sea. Ni González, ni Zapatero, ni Rubalcaba se hubieran atrevido a tanto. Salvador Illa, el líder del PSC, no ha tenido la menor intervención pública en el arreglo de Sánchez con sus rivales electorales, los soberanistas de ERC y Junts dirigidos por Puigdemont que nunca se había visto en nada similar.
La opinión más común sostiene que el PSC aprovecha el voto útil de todos aquellos catalanes que no quieren que les gobierne Madrid pero que tampoco quieren aventuras de final incierto. Si esto es así, ¿qué pensarán esos electores sobre las jugarretas de Sánchez que han resucitado a Puigdemont? Hay una cosa cierta, si a Puigdemont acabara por irle mal es seguro que Sánchez tratará de aparecer como el líder de la encerrona, pero puede que no haya tiempo suficiente para que a Puigdemont le vaya mal de verdad antes de las elecciones catalanas.
¿Cómo afrontará Sánchez las elecciones catalanas con un currículo tan disparatado como el que va a tener, lo mismo si hay amnistía que si todavía no hay nada que se le parezca? Si lo que se pretende es gobernar con ERC bien pudiera suceder que la presión conjunta de los más radicales y el desencanto de buena parte del voto españolista, en el fondo, con las trapacerías de Sánchez hiciesen que esa opción no alcanzase ninguna mayoría viable.
Si Sánchez tenía que afrontar una encrucijada difícil con las elecciones catalanas antes de los tremendos baches que está atravesando su proyecto de amnistía, el panorama después de los meneítos judiciales y europeos es todavía mucho más oscuro. Sánchez esperaba pisar tierra firme, pero la trampa catalana está a punto de romperle las piernas. Ha conseguido que la gigantesca mentira política con la que pretende justificar una amnistía que es como un saco sin fondo, circule con relativa normalidad, dado que todo el mundo le reconoce como un experto en cinismos, pero no esperaba tropezar con las rocas en las que está a punto de encallar y que pueden enturbiar su imagen internacional hasta un punto de no retorno.
La política, dice Guillermo Gortázar, es no saber lo que va a pasar mañana, pero a pesar de ello tiene cierta lógica. Veamos, ¿no es lógico que el líder de la intentona separatista usase la violencia?, claro que lo es, ni siquiera un loco podría llegar a pensar que una separación del tipo al que pertenecería la catalana podría hacerse sin su poquito de miedo, sin un terror terapéutico que ya se vería hasta dónde debiera llegar.
Por otra parte, ¿no es lógico que el Estado se defendiera de ese asalto con sus medios más inteligentes? El Supremo hizo magníficos esfuerzos por no exagerar su capacidad punitiva, pero sería bobo pensar que la judicatura iba a renunciar a ejercer su poder ante una amenaza tan directa y desvergonzada a las leyes y a su función constitucional. Europa tiene problemas mayores en los que pensar, pero ¿acaso no es lógico que cuando ha visto las narices de Putin asomar tras tan pintorescos personajes decida que bromas las justas?
En fin, todo hace pensar que la trampa catalana se va a tragar a Sánchez o, al menos, le va a amputar una de sus muy ligeras piernas.
Foto: Craig Whitehead.
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