Hace cuatro años y medio escribí un artículo sobre lo que consideraba “el último fracaso de la vieja izquierda”. Una izquierda economicista, aún aferrada en eso a Karl Marx. Una izquierda que se plantea que los problemas de los trabajadores son que no pueden permitirse una vida suficientemente burguesa.

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Hoy la izquierda le habla a todo el mundo, no sólo a los “proletarios”, aunque su discurso sólo resuena entre quienes más ganan. Y nos explica que nuestros problemas no son los de encender o no la calefacción, ahorrarse las comidas fuera de casa o hacer turismo cerquita de casa. Nuestros problemas son otros: la indefinición sexual, el opresivo machismo, los cambios en el clima… Bien pensado, es normal que quienes más le escuchen sean quienes menos problemas reales tienen.

Alemania vive una crisis enorme. Por la vía del ecologismo, de la destrucción de toda forma abundante y barata de energía, y de ser el epítome europeo de la Agenda 2030, está llegando al ideal del decrecimiento

Es el envés de la pirámide de Maslow: a medida que vamos cubriendo las necesidades más básicas, buscamos nuevos problemas que estén lo suficientemente lejos de nosotros. El proceso político nos lo pone fácil. Siempre va a encontrar problemas que se puedan solucionar… desde la política.

En esta deriva de la nueva izquierda han quedado atrás sus antiguos votantes; millones de personas que siguen pensando lo que los socialistas de toda laya les fueron diciendo durante décadas. Esa vieja izquierda, que se ha quedado huérfana, tiene una voz en Alemania en Sahra Wagenknecht. De ella hablaba en mi artículo.

Wagenknecht, esposa de Oskar Lafontaine y exvicepresidenta de Die Linke (literalmente “la izquierda”), dejó el partido para crear un movimiento propio. Entonces hablé de su fracaso. Hoy es necesario hablar de lo contrario.

Recuerdo que Wagenknecht se aferraba a las viejas ideas redistributivas y democráticas. El demos, aquí, tiene importancia: es el pueblo alemán. Ser de izquierdas es “representar a los desfavorecidos”, y en Alemania ello exige controlar la llegada de quienes “compiten por los recursos escasos en las escalas más bajas de la sociedad”. Abrir las fronteras es abrazar el “capitalismo de Goldman Sach”. Y Sahra Wagenknecht es anticapitalista, claro.

En ese momento, AfD era el único partido que se atrevía a dar contenido político al actor histórico más controvertido del siglo XX: el pueblo alemán. Y los esfuerzos de Wagenknecht quedaron en nada. Pero eso ha cambiado. El pasado 8 de enero, la líder de izquierdas ha creado un nuevo partido que lleva su nombre: Bündnis Sahra Wagenknecht; es decir, la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW).

Lo curioso es que Wagenknecht, que ha hecho su carrera política en un partido llamado “la izquierda”, rechaza ahora ese término. Dice que en la actualidad no tiene un contenido claro. Y adopta algunos mensajes que hoy están asociados a la derecha.

Es normal que sea así. El eje izquierda-derecha más o menos coincide con otro eje: lo premiado o tolerado, frente a lo combatido o censurado. Hay un premio a la izquierda en el debate público, y es normal, pues la izquierda favorece la intervención pública. Pero el acervo de políticas explicadas, promulgadas, realizadas e impuestas desde las instituciones (política identitaria, cambio climático, gobierno europeo o mundial, lucha contra las energías abundantes y baratas, libre migración…) no tiene por qué ser asumidas por toda la izquierda. De ahí el fenómeno del rojipardismo.

La plataforma BSW es crítica con la Unión Europea, y quiere más protagonismo político de cada pueblo; incluyendo, claro, el alemán. Según le dijo a EurActiv, “no creemos que la Comisión Europea deba tener cada vez más competencias; la Comisión Europea está cerca de los grupos de presión empresariales y lejos de los ciudadanos”. Quiere que “se tomen más decisiones por los Estados miembros”.

Desde el punto de vista geopolítico, es un nuevo aliado de Rusia. Merece la pena citar en extenso la newsletter de Sahra Wagenknecht:

Una alianza militar (NATO) cuya principal potencia ha invadido cinco países en los últimos años en violación del derecho internacional y ha matado a más de un millón de personas en estas guerras, amenaza a otros y provoca reacciones defensivas, contribuyendo así a la inestabilidad global. En lugar de un instrumento de poder para objetivos geopolíticos, necesitamos una alianza de defensa defensiva que respete los principios de la Carta de las Naciones Unidas, busque el desarme en lugar de comprometerse con el rearme, y en la cual los miembros se reúnan como iguales. Europa necesita una arquitectura de seguridad estable, que a largo plazo también debería incluir a Rusia.

Nuestro país merece una política segura de sí misma que coloque el bienestar de sus ciudadanos en el centro y esté impulsada por la realización de que los intereses de Estados Unidos a veces son muy diferentes de los nuestros. Nuestro objetivo es una Europa independiente de democracias soberanas en un mundo multipolar y no un nuevo enfrentamiento entre bloques en el cual Europa sea aplastada entre Estados Unidos y el bloque de poder cada vez más seguro de sí mismo alrededor de China y Rusia.

Por último, y de nuevo dispuesta a no aceptar lo que llaman “consensos” y no son más que imposiciones, rechaza todo el paquete ideológico y político del cambio climático.

Es una figura admirada en la izquierda, más que cualquier otra, y habla en los medios de comunicación con asiduidad. Y no le faltan medios propios para dar a conocer su mensaje. Además de su newsletter, yiene un canal de YouTube con más de 650.000 seguidores.

AfD sigue estando por todo lo alto en las encuestas, aunque con algunos signos de desgaste. Mientras, una encuesta le otorga a la popular político izquierdista una intención de voto del 12%. Otra apunta al 14%. Podría robar votos del SPD, y de la CDU. Viendo qué panorama planteaban las encuestas antes del anuncio sobre la BSW, su irrupción hace temblar el tablero político.

Alemania vive una crisis enorme. Por la vía del ecologismo, de la destrucción de toda forma abundante y barata de energía, y de ser el epítome europeo de la Agenda 2030, está llegando al ideal del decrecimiento. No lo hará sin enormes tensiones internas. Y ahí, un partido nuevo, que se sale del discurso aceptado, puede ser determinante, aunque no necesariamente beneficioso. El rojipardismo alemán tiene futuro.

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