Cabe preguntarse si lo que está ocurriendo en España responde a los planes de Sánchez o si Sánchez se limita a adaptarse a lo que nos pasa, digamos que con un éxito que no es indescriptible. Se trata de una pregunta cuya respuesta no es fácil, al menos en una primera aproximación porque no cabe duda de que cualquiera que estuviese en el lugar de Sánchez desearía que las cosas le fueran algo mejor, aunque solo fuese para no tener que mentir con tanta intensidad.
Por otro lado, Sánchez da la sensación de conseguir lo que quiere como ha ocurrido, por poner el último ejemplo, con Illa en la Generalidad catalana que, al margen de otras consideraciones, representa para el PSOE una meta volante de la mayor importancia. Es verdad que el conjunto del éxito obtenido exhibe algunos borrones muy gruesos, y no me refiero solo al espectáculo protagonizado por Puigdemont, una producción con un sello innegable de la factoría monclovita, sino, al hecho gravísimo de que Sánchez se verá obligado a intentar convencer al resto de los españoles de que una inequidad con Cataluña no nos reportará otra cosa que beneficios o que la singularidad catalana, menos impuestos, más servicios, es el mejor sinónimo disponible para referirnos a su plan de pacificación.
Si volvemos un momento a la tomadura de pelo de Puigdemont, a los catalanes, al conjunto de los españoles, a las policías, a los jueces, ¿hay alguien que pueda creer que Sánchez no ha sido el empresario principal en esta comedia?
Sánchez ha permanecido calladito y extraviado durante los días en que la presidencia de Illa podía perderse por cualquier mínimo detalle, pero una vez el trofeo en la vitrina tendrá que explayarse. Illa ha dicho que Cataluña merece un trato fiscal singular y Sánchez llegó a insinuar que en ese paso se podía ver un avance de importancia para el conjunto de los españoles, pero ahora tendrá que explicar cómo se va a producir el milagro. Y no le será fácil hacerlo, salvo que, como ha pasado en tantas ocasiones, nadie acierte a ponerle en un aprieto serio por razones que se antojan bastante elementales. No bastará, por cierto, con recordarle que su posición de ahora y de mañana está en contradicción con lo que dijo ayer y antes de ayer, y no bastará porque el presidente se las arregla bastante bien para sugerir que no hay que ver chanchullos en sus frecuentes cambios de opinión.
Hasta ahora Sánchez ha convertido la cesión desorejada al conjunto de las pretensiones de los nacionalistas catalanes, del PSC/ERC y de otros partidos más burgueses, en un paso adelante hacia la deseable y prometida normalización de los problemas catalanes, pero es muy dudoso que el gobierno de Illa no tropiece con dificultades espantosas si pretende llevar a la práctica las verdades de los acuerdos firmados con un partido obsesionado con la independencia bien temperada y con dejar en mal lugar a sus rivales de Junts.
Las dificultades de Illa van a ser un auténtico calvario para su Gobierno y un trago indigerible para una parte sustantiva de los votantes socialistas y eso quiere decir para el PSOE que pueda quedar vivo tras el empeño sanchista en hacer de ese partido una mera cámara de resonancia de las ideas del líder.
Es verdad que las encuestas no muestran ahora mismo una grave alteración de la posición del PSOE, pero habrá que ver cómo empiezan a tenerse en cuenta las novedades catalanas en especial si Sánchez no consigue que sus votantes se crean que ser generosos con los catalanes, siempre respetuosos de las leyes y de los procedimientos más exigentes, es algo extremadamente conveniente para el resto de las regiones españolas que, por necesidad, habrán de recibir menos y dar más. Que esta se considere una política socialista es muy sorprendente y ya veremos hasta qué punto cuela la novedad que, sin duda alguna, va a ser muy comentada por las izquierdas del PSOE.
Si no existieran otras amenazas muy importantes en relación con la persona de Sánchez hasta se podría pensar que el presidente está a punto de entrar en un tramo de legislatura al abrigo de grandes pruebas y contradicciones, pero este Sánchez que tenemos ahora no es ya el del No es NO y el que se decidió a decirle a bocajarro a Rajoy que no lo tenía por una persona decente. Esa aureola de perfección e incorruptibilidad de las primeras horas está ahora mismo en un gravísimo proceso de deterioro y no solo por las estrambóticas travesuras de su familia más cercana que están en la mente de todos, sino porque Sánchez se ha convertido en una figura cuyo significado político no es ya nítido ni admirable, no puede decirse que esté por encima de cualquier sospecha.
Si volvemos un momento a la tomadura de pelo de Puigdemont, a los catalanes, al conjunto de los españoles, a las policías, a los jueces, ¿hay alguien que pueda creer que Sánchez no ha sido el empresario principal en esta comedia? El hecho de que el ministro de Justicia se haya apresurado a culpabilizar del visto y no visto a los Mozos de Escuadra, que hay que reconocer que ejecutan de maravilla su papel de sospechosos habituales, no deja de ser una señal más de que hay narrativas que ya no se creen ni en Moncloa.
Es posible que el verano le haya restado cierto grado de virulencia a la burla catalana, pero ni siquiera el que acabemos ganando el resto de las medallas de oro que aún están en juego en las Olimpiadas sería capaz de borrar del magín de una amplísima mayoría de ciudadanos la sospecha de que Sánchez pueda estar sobreactuando, que es lo que les pasa a los malos actores cuando saben que el público ya no les va a aplaudir más. Y, a todo esto, el gentil Zapatero todavía no ha tenido tiempo de dar su autorizada opinión sobre lo que el mundo entero ha podido ver en Venezuela.
Sánchez puede pensar que sus planes van bien, pero bastaría una leve brisa bien orientada para tirar por los suelos todo el artificio sanchista porque ya no se puede mentir más ni queda ningún juez por amedrentar y eso lo sabe bien el propio Sánchez por mucho que Illa ya gobierne en Cataluña.
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