A veces se tiene la sensación de que determinados políticos desean llegar al poder por una única razón: no sentirse limitados, hacer lo que se les ocurra y lo que les plazca. Pensemos en el caso de Trump, o en el de Sánchez que es una especie de antecedente con el visor político cambiado, las leyes parecen molestarles y la razón es muy simple, no son las leyes que ellos hubieran hecho de haber podido. Lo que nunca se paran a pensar individuos semejantes es que eso mismo lo pensamos el 99% de los seres humanos… pese a lo cual no se nos ocurre incumplir la ley, y menos por capricho, porque tememos al castigo y eso es lo que parecen no temer ni Trump, por el momento, ni Sánchez, aunque ahora, como está entrando en la vía dolorosa de su final político, parece aterrado de lo solo que se va a quedar en cuanto se descuide y está buscando la manera de apañarse un retiro para el que le quedan cada vez menos posibilidades.
Como comentaba el otro día Álvaro Nieto en su periódico ahora parece empeñado en controlar Prisa, como si no estuviese entregada a su loa, porque teme que de perder las elecciones, que es lo que le aterra y por eso las colocaría en el siglo XXII si pudiera, se quede sin ningún apoyo sólido para el único destino que ahora puede imaginar, seguir liderando lo que quede del PSOE.
Los gobiernos dicen querer resolver determinado tipo de problemas con las leyes que promueven, pero con frecuencia se reservan una facultad muy curiosa, la de incumplirlas cuando les parezca oportuno y la de aplicarlas solo cuando les convenga
La acción política no se deja medir conforme a ningún parámetro definitivo e inequívoco, en especial en las democracias y en momentos como los actuales, en los que la abundancia de información se entremezcla de modo poco discernible con su contrario, de forma tal que lo falso goza de tantas o más probabilidades de éxito que cualquier verdad. Eso es lo que permite a Sánchez mantenerse relativamente a flote, que las mentiras duran bastante si el mentiroso tiene medios para sostenerlas y por esa misma razón anda Sánchez buscando la manera de silenciar a lo que ha llamado la fachosfera para que, a ser posible, nadie más que él y sus mariachis puedan comentar sus portentosas políticas y sus brillantísimas ideas. Trump, de momento parece conformarse con no dejar a los periodistas molestos que le hagan preguntas impertinentes, cosa que Sánchez ya ha amarrado bastante bien hace mucho tiempo.
El mandato de Sánchez está tan en precario que ni siquiera puede hacer leyes, que es lo que más le gustaría y las pocas que ha podido hacer están en el alero, además de que tienen más valor efectivo para alguno de esos socios que se parecen bastante más a bandoleros de la Sierra Morena que a agentes del progreso moral, intelectual y político que Sánchez imaginó traer consigo. Cómo Sánchez es de los que identifica gobernar con legislar, lo que ayuda a su indudable desdén hacia las leyes existentes, nuestro hombre debe estar bastante harto porque, aunque puede viajar en Falcon y ningunear al PP no tiene lo que hay que tener para hacer ninguna de las maravillosas leyes que saldrían de su prodigiosa capacidad, se siente como se dice que está el mejor bailarín sin castañuelas.
Los gobiernos dicen querer resolver determinado tipo de problemas con las leyes que promueven, pero con frecuencia se reservan una facultad muy curiosa, la de incumplirlas cuando les parezca oportuno y la de aplicarlas solo cuando les convenga. Esta arbitrariedad se disfraza habitualmente con nuevas aplicaciones legislativas, lo que da lugar a un maremágnum incomprensible, delicioso para quienes puedan cabalgarlo con alguna garantía de supervivencia, porque nada le conviene más a cualquier desafuero que una apariencia jurídica poco reprochable. Se llega así a esa situación en la que se legitima cualquier arbitrariedad porque, como ha escrito Alejandro Nieto, la ley bien manipulada todo lo permite y todo lo encubre.
Sánchez apenas ha podido gozar de esas mieles, de manera que se ha debido resignar a enjaretar sus arbitrariedades a pelo, por las bravas, como la condonación de la abultadísima deuda de Cataluña, la amnistía a todos los del procés, curiosamente menos a Puigdemont, torpes que son sus asesores, y eso le debe causar un dolor intenso. Además, ha tenido que soportar el tormento de ver como una de las pocas leyes que ha podido aprobar en esta su legislatura, la famosa patochada del sólo sí es sí, ha acabado siendo un pitorreo y agravando en muchos casos la situación previa a la ley.
Le quedan, como es sabido, los decretos por las bravas, en los que sí se ha lucido a modo. Lo malo de ese lucimiento es que la mayoría ha obtenido resultados contrarios a los previstos como toda la batahola de disposiciones destinadas a abaratar el alquiler cuya consecuencia más evidente ha sido una subida general de tarifas que era perfectamente previsible visto que el primer efecto de semejantes iniciativas sería, como en efecto ha sido, la disminución del parque de viviendas en el mercado, con cifras récord en aquellos lugares en los que la situación era más comprometida.
Sánchez empezó su presidencia con aires de que iba a suponer una renovación radical en la política española, pero lo que ha conseguido es un empeoramiento al que no se le adivina límite. Ha llevado su insensatez a decir que podría gobernar sin el parlamento, al que le debe la investidura pues nunca ha existido una mayoría de españoles que le hubiese elegido directamente a él y ahora está dando muestras de que se dispone, no le queda otro remedio, a gobernar contra él.
No cabe otro juicio respecto a su negativa a discutir en el Congreso el incremento del gasto en Defensa para contribuir al rearme, sí al rearme, de Europa, pero fiel a su enloquecida ambición ha empezado por discutir la palaba para tratar de retrasar el papelón que tendrá que representar en Bruselas, ahí donde pensó alguna vez que podría encontrar acogida cuando se cansase de gobernar algo tan pequeño para su ego como España.
También ha decidido ya no intentar siquiera aprobar unos presupuestos, por mucho que eso sea lo que ordena precisamente la Constitución. Es lo que pasa con ese texto, que tendrá muchos defectos, pero el más grave no es que no lo haya hecho Sánchez y tampoco parece fácil que Pumpido consiga afeitarlo a gusto del presidente, de manera que le quedan dos años de legislatura en la que no va a saber qué inventar porque lo del cincuentenario de Franco, que como se está viendo se quedará en nada, no puede durar tanto. Verdad es que si Sánchez no fuese tan sectario movería a compasión, pero no sería bueno que nos diésemos semejante satisfacción con un presidente tan lleno de sí mismo que está vacío de todo.
No tendrás nada y (no) serás feliz: Claves del emponrecimiento promovido por las élites. Accede al nuevo libro de Javier Benegas haciendo clic en la imagen.
¿Por qué ser mecenas de Disidentia?
En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 3.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos (más de 250) En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han silenciado.
Ahora el mecenazgo de Disidentia es un 10% más económico al hacerlo anual.
Debe estar conectado para enviar un comentario.