Existen determinados tipos de violencia que causan alarma social, sea justificada o manipulada, pero hay otra violencia de la que apenas se habla: el maltrato a los menores. Junto con la tercera edad, los niños son los miembros más vulnerables de la estructura familiar. Padecen, generalmente en silencio, sin capacidad de denuncia o reacción: quienes deberían ser sus protectores son quienes perpetran el maltrato.

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Los informes sobre infanticidios, mutilaciones, desamparo y otras formas de violencia contra los niños se remontan a las civilizaciones más antiguas. Aun así, el problema no recibió gran atención hasta 1962, con la publicación del trabajo de Henry Kempe y su equipo, The battered-child syndrome (El síndrome del niño golpeado). Ahora, más de 50 años después, el maltrato a los niños adquiere formas muy variadas y se encuentra profundamente arraigado en las prácticas culturales, económicas y sociales.

Aunque las diferentes culturas tienen reglas distintas acerca de qué prácticas de crianza son aceptables, parece que muchas concuerdan en que no se debe permitir el maltrato y prácticamente hay unanimidad en lo que concierne a las prácticas disciplinarias y el abuso sexual. Ya señaló John Locke que “ser disciplinado como esclavo crea el temperamento esperado de esclavos. Golpear a los niños y aplicarles otros tipos de castigo corporal no es la herramienta apropiada para quien busca formar hombres inteligentes, buenos y sabios”.

La infancia y el maltrato oculto

Los niños carecen de capacidad para denunciar, al menos en las edades más tempranas y, por consiguiente, son sujetos pasivos. La agresión se detectará sólo cuando intervenga una instancia exterior. Toda una muestra de maltrato oculto, cuyo resultado se conoce como el efecto iceberg: el maltrato infantil es una realidad de la que apenas se ve una pequeña parte. Esa característica ya señala una diferencia básica que las políticas públicas no han contemplado.

El efecto iceberg se debe, en parte, a una visión simplista que muchos tienen sobre el maltrato. Sólo aprecian y reaccionan ante la violencia física y sexual. Pero el maltrato infantil es infinitamente variado. Además de las formas evidentes se da también el maltrato emocional y la negligencia o descuido que, siendo formas menos llamativas, dan lugar a graves repercusiones a largo plazo.

El fenómeno sigue en gran medida oculto en España porque, aunque se haya escrito sobre el tema, hay pocos informes que lo aborden desde la realidad de quienes lo padecen o lo ejercen. Es difícil detectar y denunciar el maltrato, más aún probarlo cuando no hay secuelas físicas y la única prueba es la palabra del niño, que suele estar atemorizado e inseguro.

De este modo, es complejo precisar las dimensiones reales del maltrato. Pero tampoco ayuda que desde las diferentes instancias oficiales españolas no se recojan datos pormenorizados. El propio Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (MSSSI) afirma que sólo registra casos de menores asesinados por sus padres varones. ¿El resto de niños no importa?

Sin datos no hay problema

Hay que buscar concienzudamente y, sobre todo, comparar y contrastar lo que aportan los pocos informes existentes. Por ejemplo, el Observatorio de la Infancia, dependiente del MSSSI (ese que no recoge datos según le parece) sólo usa la base de datos RUMI. Esta base de datos sólo registra notificaciones que contengan información básica de posibles víctimas. Pero RUMI no se corresponde al detalle con las denuncias del Ministerio de Interior.

Según el sistema estadístico de criminalidad del Ministerio del Interior, los casos de menores víctimas del maltrato han ido aumentado. Por ejemplo, en el 2008 se registraron 3994 casos de violencia física que ascendieron a 5523 casos en 2016. Lo mismo ocurre con los delitos contra la libertad y la indemnidad sexual (de 3835 a 4393 casos).

Por otro lado, según la Fundación ANAR, el maltrato infantil se cuadriplica desde 2009. En su estudio Evolución de la violencia a la infancia en España según las víctimas (2009-2016), 6 de cada 10 agresiones son diarias y se prolongan durante más de un año y 7 de cada 10 se producen en el hogar. Además, se multiplican por 6 los casos de ideación e intención suicida y se multiplican por 14 las autolesiones. Una de las conclusiones más destacables de este estudio es que la edad media del niño maltratado está descendiendo, situándose ahora en los 11 años.

Tanto niñas como niños sufren la violencia sin apenas diferencias. Pero al feminismo actual no le interesa hablar del niño varón como víctima

Aun así, hay detalles en los que no se profundiza o sólo se hace de forma sutil. Por ejemplo, tanto niñas como niños sufren la violencia sin apenas diferencias por sexo. Claro, al feminismo actual y a los medios de comunicación no les interesa hablar del niño como víctima porque necesitan sostener la visión general de la mujer como víctima inofensiva y la visión del hombre como perpetrador de la violencia. Lo cierto es que así sólo refuerzan los estereotipos de género de los que tanto se quejan, cuando la realidad es que los menores, tanto niños (42,7%) como niñas (57,3%), son víctimas del maltrato.

Tampoco se suele hablar del sexo del agresor. El filicidio es casi exclusivamente cometido por la mujer, y es tanto más probable cuanto más pequeños sean los hijos, como ya comenté aquí. Ciertamente, desde posiciones feministas justifican que haya más mujeres maltratadoras de niños pues son las que mayoritariamente están a cargo de los hijos. Pero olvidan un matiz importante: esto es cierto sobre todo en las familias monoparentales, pues son las mujeres las que ostentan habitualmente la custodia total de los menores.

Posiblemente, con una custodia compartida que posibilite la conciliación de la vida familiar y laboral de ambos progenitores ,se establecerían relaciones familiares positivas y se reducirían las posibilidades de maltrato o los factores de riesgo. En familias biparentales, en 53,1% de los casos agreden ambos padres.

Menos aún se habla de una forma sutil de violencia que se da en los procesos de divorcio: la alienación parental. Un conjunto de síntomas descritos ya en 1980 por Richard Gardner quien apreció una serie de alteraciones en los menores cuyos padres tenían conflictos judiciales por el trámite de divorcio. Todo un lavado de cerebro realizado a los hijos el progenitor que tiene la custodia. Sí, es cierto que esos problemas de salud mental los puede provocar tanto padres como madres, pero es la madre quien tiene como norma la custodia.

La polémica del castigo físico

En lo que al castigo físico se refiere, existen partidarios y detractores del famoso «azote». Los partidarios definen o justifican el castigo físico argumentando que este uso de la fuerza causa dolor, pero no heridas, y sirve para enderezar la conducta del niño. Si entendemos por violencia toda actitud que tiene la intención de dañar, no podríamos considerar el castigo físico como una forma de violencia, pues la intención de éste no es dañar sino educar. Pero tampoco es necesariamente educativo, ni útil, porque no siempre que el niño hace algo punible resulta castigado (que es la clave de un castigo efectivo).

El castigo físico no es siempre violencia pero tampoco es necesariamente educativo

En cualquier caso, habrá que poner un límite entre castigo y maltrato. ¿Consideramos ya el primer azote como violencia? ¿Qué tipo de castigos constituyen maltrato? Personalmente, creo que la solución no pasa por enjuiciar o criminalizar la vida cotidiana. Preocupémonos cuando castigar se convierta en la norma, en lugar de educar en valores. Preocupémonos cuando un niño castigue a sus iguales como lo hacen sus padres con él, pues ahí el niño ha aprendido que es una sanción legítima para gestionar los conflictos. Preocupémonos cuando un castigo no respete la integridad física y psicológica del niño, porque de ocurrir eso tendríamos una señal de que se está maltratando.

El maltrato infantil socava la estructura social

A las diferentes formas de violencia intrafamiliar se suman aquellas otras que no necesariamente se dan en el seno familiar, tales como la violencia escolar, la explotación y la mendicidad infantil. Y cualquier maltrato de menores, sea dentro o fuera de casa, daña profundamente no sólo a la víctima sino también a familiares, amigos y comunidades. Sus efectos se ven en la calidad de vida en general: desorganiza y socava la estructura de la sociedad.

Todo empieza en la familia. Es el primer entorno en el que el niño adquiere normas de conducta y convivencia, en el que se va formando su personalidad y, por tanto, es fundamental para su ajuste personal, escolar y social. Un clima de violencia dentro de la familia tiene consecuencias muy negativas para el desarrollo psicológico, social e intelectual del niño. Consecuencias que se aprecian en el ámbito educativo, siendo el acoso escolar una consecuencia de lo experimentado en casa.

En un momento como este, en el que lo que llaman violencia de género se ha convertido en la protagonista de la vida política y social, se echa de menos un planteamiento global que aborde el problema de la violencia infantil de forma completa y que proteja a los niños. Porque son víctimas aún más vulnerables, dependientes y desprotegidas frente a las agresiones procedentes de quienes están encargados de cuidarlos.

Foto Colin Maynard


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Cuca Casado
Soy Cuca, para las cuestiones oficiales me llaman María de los Ángeles. Vine a este mundo en 1986 y mi corazón está dividido entre Madrid y Asturias. Dicen que soy un poco descarada, joven pero clásica, unas veces habla mi niña interior y otras una engreída con corazón. Abogo por una nueva Ilustración Evolucionista, pues son dos conceptos que me gustan mucho, cuanto más si van juntos. Diplomada en enfermería, llevo algo más de una década dedicada a la enfermería de urgencias. Mi profesión la he ido compaginando con la docencia y con diversos estudios. Entre ellos, me especialicé en la Psicología legal y forense, con la que realicé un estudio sobre La violencia más allá del género. He tenido la oportunidad de ir a Euromind (foro de encuentros sobre ciencia y humanismo en el Parlamento Europeo), donde he asistido a los encuentros «Mujeres fuertes, hombres débiles», «Understanding Intimate Partner Violence against Men» y «Manipulators: psychology of toxic influences». En estos momentos me encuentro inmersa en la formación en Criminología y dando forma a mis ideas y teorías en relación a la violencia. Coautora del libro «Desmontando el feminismo hegemónico» (Unión Editorial, 2020).