Salman Rushdie ha sido atacado por un ciudadano que anhelaba cumplir con la fatua que habían lanzado contra él el Ayatolá Jomeini en 1989. El motivo del enfado del líder islámico, ya se sabe, son los Versos satánicos que escribió Rushdie el año anterior.

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Desde entonces, el escritor ha vivido con una permanente amenaza, de la que sabía que no podía escapar. Si la amenaza proviniera de una organización terrorista, podría soñar con que la organización su sus múltiples variantes acabara por desaparecer, o que sus miembros no considerasen tan importante ahora su muerte desde el punto de vista ideológico o táctico.

Salman Rushsdie vive ya sin respirador, y puede mantener una conversación elocuente. De modo que quizás le volvamos a escuchar un discurso en defensa de la libertad de expresión

Pero la fatua es una llamada del líder político-religioso, que allí se confunde todo ello, a todos los chiíes y, en última instancia, a todos los seguidores de Mahoma. Cada musulmán que viene al mundo, y son millones al año, están llamados a acabar con la vida de este escritor británico.

Quizás Hadi Matar (apellido, no mote) se viese a sí mismo como le ve María Antonia Sánchez-Vallejo en El País: como una persona anodina, que podría salir de la condena de ser quien le ha tocado ser matando a un semejante. Lo cierto es que se echó sobre Rushdie cuchillo en mano, mientras el escritor participaba en un acto abierto al público upstate New York, que es como llaman allí a la parte del Estado que no es la gran manzana.

Matar había leído dos páginas de los satánicos versos. Le sobraban las dos páginas, claro. Había mamado todo lo que necesitaba desde su educación instituida, y desde los medios de comunicación y las redes sociales. Matar es un joven de ahora, y como tantos otros está suspendido en la red de la sociedad, sujeto por unos pocos hilos endebles. Pero sobre un tronco de fanatismo y odio que llamamos Islam, cuya fuerza no podemos exagerar.

Salman Rushsdie vive ya sin respirador, y puede mantener una conversación elocuente. De modo que quizás le volvamos a escuchar un discurso en defensa de la libertad de expresión como el que dio cuando de nuevo el odio fanático islámico cargó contra la revista francesa Charlie Hebdo. Dos hombres armados mataron a doce personas e hirieron a otras once.

“La tradición satírica francesa siempre ha sido muy punzante y muy dura”, dijo entonces, año 2015, y lo mismo podría haber dicho de la satírica española con iguales motivos y, quizás, con una menor causa de conocimiento. Pero por algún camino tenía que llegar a su discurso, y eligió empezar por este.

No cabe duda de que Rushdie estaba dolido por las muertes de los escritores. Pero añadió lo siguiente: “Lo que realmente me molesta es la forma en que las camaradas muertas, esas personas que se tiñen utilizando los mismos utensilios que yo utilizo, un bolígrafo o un lápiz, han sido casi inmediatamente vilipendiadas, y calificadas de racistas”.

Bien conocemos en España esa villanía de quien culpa a la víctima de la violencia que se ha ejercido contra ella. ¿Qué sería del PNV sin ese discurso? Sólo corrupción y pillaje, y un partido político necesita presentarse ante la opinión pública con alguna idea que justifique su rapiña.

Pero sigamos. El escritor describe a la revista así: “Charlie Hebdo ha atacado todo. Ha atacado a los musulmanes, ha atacado al Papa, ha atacado a Israel, ha atacado a los rabinos, ha atacado a los negros y a los blancos, a los gays, a los heterosexuales. Ha atacado a todo tipo de seres humanos. Porque se estaba burlando. Su estrategia era burlarse de la gente. Y así es como se la ve. Y estos caricaturistas eran amados en Francia”.

Lo que, entiendo, quiso decir el escritor es que el ánimo de la revista era imparcialmente contrario a todo, que de todo se reía, y que esa imparcialidad le otorgaba un cierto valor moral. Si la estrategia de CH no es la de servir a una causa política, o contra una causa política, será la de servir a la crítica por que sí. Yo no creo que sea del todo así, pero en la medida en que se acerque, lo celebro. Quienes perpetraron el atentado no se entretuvieron en estas disquisiciones, en cualquier caso.

Una frase muy celebrada es esta: “Y, ahora, en el momento en que alguien dice: ‘sí, creo en la libertad de expresión, pero…’, dejo de escuchar. Creo en la libertad de expresión, pero la gente debe comportarse. Creo en la libertad de expresión, pero no debemos molestar a nadie. Creo en la libertad de expresión, pero no hay que ir demasiado lejos”.

Hay aquí tres niveles del discurso, y es importante saberlo para no perderse. Por supuesto que, si alguien dice algo después del adversativo, eso forma parte de la libertad de expresión. De hecho, los límites a la expresión del otro es tu propia contribución al debate, o más probablemente la que hacen otros. Y la condena de una determinada proposición o juicio ha de tener el mismo cariz: la expresión de otra proposición o juicio.

Hay un segundo escalón, un segundo nivel, y es que dentro de mi libertad de expresión puede estar la llamada a acabar con tu derecho de expresarte. Bien, es ventajista: yo me expreso como me da la gana, para lograr que tú no puedas hacerlo. Pero, ¿qué sería del socialismo o del nacionalismo sin ese discurso?

Y hay un tercer nivel, que es el de la coacción. Si te expresas en tal o cual sentido, te encarcelo o te mato. Y aquí dijo Rushdie lo siguiente: “La cuestión es que en el momento en que se limita la libertad de expresión, ésta deja de serlo. La cuestión es que es libre”. Y añade: “Puede no gustarte Charlie Hebdo. No todo lo que hacen es divertido. Pero el hecho de que no te guste no tiene nada que ver con el derecho de expresión. El hecho de que no te guste, no justifica en absoluto su asesinato”.

Aunque parezca mentira, muchos están dispuestos a saltarse los tres niveles y acaban defendiendo la censura en nuestra propia sociedad. Son los “totalitarios en nuestro seno” de los que ya habló Hayek en Camino de Servidumbre.

Foto: Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.


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