Parece complicado responder a la pregunta de quién ha ganado las elecciones. Pero, en realidad, no lo es. Las ha ganado Pedro Sánchez.

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La política de bloques tiene estas cosas: puedes mejorar tu respaldo electoral y salir perdiendo, y puedes ir a menos y resultar ganador. Podemos entró en el Gobierno después de darse un batacazo en las segundas elecciones de 2019. Estas elecciones generales hemos tenido muchas raciones de lógica de bloques; tantas que nos van a salir por las orejas. El PP ha aumentado su voto en un 60,3%, y supera los 8 millones de votos, pero no puede formar gobierno. Ha perdido. Vox tampoco puede acompañarlo en una mayoría parlamentaria, y además ha perdido a uno de cada seis votantes. Es el gran perdedor de las elecciones.

El PSOE o, por ser más precisos, Pedro Sánchez, ha ganado uno de cada siete votantes que ya tenía, y amplía ligeramente su presencia en la Cámara Baja. Pero, sobre todo, puede gobernar. Él, Sánchez, el factótum de la izquierda. Un líder sin partido, pero recubierto con el manto del PSOE, que para eso ha quedado. Y Pudimos pierde uno de cada cinco votantes, y 4 escaños, hasta los 31, pero ¿qué más da? Puede sumar con el PSOE y la rehala de la anti España para continuar la labor de demolición de la Constitución, la democracia, y la propia nación.

De aquí a las próximas elecciones generales PP y Vox van a gobernar en muchas comunidades autónomas y ayuntamientos. Es fundamental para el PP y para Vox que esa gestión carezca de estridencias y excentricidades, y se desarrolle con normalidad y sentido común

El PP ha fracasado. No hay más que ver el rostro de decepción en sus votantes. Y el de temor. Y eso que, como recogió Miguel Riaño en un análisis en el diario El Mundo, “el 45,8% logrado por el PP y Vox este 23-J es el tercer mejor resultado histórico de la derecha en 46 años de elecciones democráticas”.

Dice a continuación Riaño:

“Rajoy en 2011 se construyó sobre un 44,6% del PP, 186 diputados, completados además por un 4,7% de UPyD, que elevó el resultado global del centro-derecha hasta el 49,3%. Ese es el tope histórico, con un PP sin competencia en la mayoría de circunscripciones y logrado en un contexto de profunda crisis económica frente a un José Luis Rodríguez Zapatero que arrancó la legislatura prometiendo el pleno empleo y la cerró con una tasa de paro demoledora del 22,6%”.

Si con el tercer mejor resultado en 40 años, el centro-derecha no ha podido sobreponerse a la izquierda, ¿lo logrará en algún momento? O, como pregunta de nuevo Miguel Riaño, “¿Significa eso que Pablo Iglesias tenía razón cuando auguraba, en 2020, que la derecha sabe que ‘no va a volver a gobernar’?”

En una ocasión, cuando él todavía lideraba el principal partido de centro-derecha, me encontré con Pablo Casado en su despacho. Estuvimos hablando de la situación política, muy intrincada en ese momento. No es que quisiera desanimarle, pero al comienzo de nuestra conversación le dije (con una literalidad quizás no idéntica, pero muy cercana a estas palabras): “Pablo, te ha tocado vivir un momento muy difícil. Los partidos nacionalistas han llegado a la conclusión de que pueden crear su pequeña taifa del lado de la izquierda. Ya no les vale vender su voto por el presupuesto. Hay una alianza entre los nacionalistas y la izquierda que es estratégica, y a la cual vosotros sólo podéis oponeros. De modo que sólo llegaréis al poder con una mayoría absoluta, y eso con tres partidos es imposible”.

Casado me dijo que iban a ser sólo dos. Acababa de resolverse la crisis por las mociones de censura de Ciudadanos en Madrid y Murcia. “Con dos partidos, sí podemos llegar al Gobierno”. Pero los resultados del 23 de julio me hacen plantearme si eso es cierto.

PP, Vox, CC y UPN suman 171 escaños en estas elecciones. En las anteriores (contando con PRC y Teruel Existe, que es mucho sumar), estos partidos sumaban 157 escaños. Por otro lado, la izquierda que vota en todo el territorio nacional apenas ha cambiado: pasan de 157 escaños (en 2019 con Más País), a 153. De modo que se ha desplomado la anti España: Junts, ERC, PNV, EH Bildu… tenían 38 escaños hace cuatro años, y ahora sólo suman 26.

Si el centro-derecha no vence en unas elecciones en las que los votantes nacionalistas están desanimados y se quedan en su casa, ¿cuándo lo va a hacer?

PP y Vox se han repartido los restos, y eso va en su contra. No es por la Ley D’Hondt, sino principalmente por las circunscripciones pequeñas. El sistema premia la concentración del voto, y castiga la división. De ahí la lógica de Casado: tres no, dos sí. Y lo idea, es que sea sólo uno.

Pero PP y Vox también se han repartido sus funciones. El PP ha engullido a gran parte del voto de Ciudadanos, y las encuestas, ¡Ay, las encuestas!, decían que un nueve o diez por ciento del voto del PSOE. Mientras, Vox recoge parte del voto de la izquierda tradicional, abandonada por el progresismo woke, especialmente en zonas rurales. Pero hasta que no tengamos nuevas encuestas (¡ay!) sobre cuál ha sido el comportamiento de los electores, no sabremos si este doble asalto a la izquierda desde la derecha ha funcionado o no.

Con todo, yo creo que hay varias conclusiones difícilmente eludibles de las últimas elecciones. La primera es que no puedes ganar como una alternativa al gobierno actual, si no eres de verdad una alternativa. Lo único que sabíamos del PP es que iban a derogar al sanchismo (¡!), y a mantener los impuestos altos. No nos dijeron que iban a restituir el ajado Estado de Derecho, a reforzar las libertades, a frenar la carrera de gasto público e impuestos, a contribuir a la concordia política frente a los extremismos… no sé, una alternativa. Nada. Lo único que nos decía Feijóo es que “es el momento”. Con una lógica de turnismo automático que es insultante hacia los votantes.

Otra lección es que es contradictorio, y de nuevo insultante, presentarte como alternativa y contribuir a la demonización del único partido (Vox) que te va a convertir en alternativa. Particularmente, no me veo votando a Vox, y mucho menos con la deriva nacional-izquierdista que ha elegido. Una deriva coronada con un fracaso espectacular, por cierto. Sólo el caudillismo de Vox explica que su líder no haya dimitido.

No sabemos cuánto nos queda de Pedro Sánchez. Bien, tampoco sabemos cuánto nos queda de España o de democracia. Viviremos meses propios de comienzos del siglo XX. Lo que sí sabemos, y esta es otra lección, es que de aquí a las próximas elecciones generales PP y Vox van a gobernar en muchas comunidades autónomas y ayuntamientos. Es fundamental para el PP y para Vox que esa gestión carezca de estridencias y excentricidades, y se desarrolle con normalidad y sentido común.

Estas elecciones han demostrado que una parte importante de la población española tiene más miedo a lo que hará un Vox-poco-menos-que-neonazi que a lo que ve todos los días en el Telediario. Y si queremos que haya una alternativa real a Pedro Sánchez, hay que disolver ese miedo como hielos en el desierto.

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