Donald Trump no es sólo un nombre propio, tampoco un personaje con el que sortear el análisis de problemas de fondo, que le trascienden, mediante juicios normativos y pretendidamente morales. Los 75 millones de personas que le votaron no son ciborgs programados, sino personas diferentes entre sí, heterogéneas y diversas, cuyo denominador común es en todo caso haberse constituido en una señal muy potente que nos advierte de los excesos de políticas convertidas en religiones obligatorias. Esa advertencia no desaparecerá con la marcha de Trump. Seguirá estando ahí por tiempo indefinido, hasta que se tome en cuenta como debería.
Con Javier Benegas y Javier Torrox.
Publicidad